No más “Feminazi”

19/03/2016 - 12:00 am
Ya que una mujer no puede denunciar porque no tiene credibilidad, me pregunto si lo que nos queda es apelar a que más hombres con conciencia, no feminista, sino humana, de mínimo respeto a un semejante sea cual sea su género y sea cual sea el largo de su falda, salgan de su zona de comfort y denuncien. Foto: Especial
Ya que una mujer no puede denunciar porque no tiene credibilidad, me pregunto si lo que nos queda es apelar a que más hombres con conciencia, no feminista, sino humana, de mínimo respeto a un semejante sea cual sea su género y sea cual sea el largo de su falda, salgan de su zona de comfort y denuncien. Foto: Especial

Les juro que a veces leo los comentarios en este y otros medios y redes sociales, y me quiero arrancar los pelos de la desesperación. Una mujer acusa a un hombre de acoso sexual y comprueba el dicho acoso con un video en el que se ve claramente cómo le levantan el vestido y le bajan la ropa interior a los pies, y a cualquier mujer que lo denuncia (porque los hombres están ocupados en las “cosas importantes”) la llaman y rellaman “feminazi”. A ver, ¿qué pasa con este estúpido término? Y claro, ya saldrán los misóginos trolls a llamarme así sólo por hablar de este tema.

Los nazis fueron (o siguen siendo, ahí donde se reúnen y siguen pregonando su odio) los responsables de un genocidio que nunca más se ha visto en la historia de la Humanidad, responsables de la muerte de millones de seres humanos. Asesinos, representantes de lo peor que tenemos que decirle a los demás mundos acerca de lo que somos y hacemos aquí en la Tierra.

Las mujeres que defienden una causa que les roza las sensibilidades al sistema, son etiquetadas FEMINAZIS. Explíquenme esto, y antes de empezar a discutir por qué el término no es importante y por qué si lo cuestiono yo también soy una exagerada que seguramente odia a los hombres y no ha tenido sexo, que seguro es lo que necesito para dejarme de alterar tanto por estas nimiedades, recordemos que el lenguaje es la base del pensamiento, el pensamiento es la base del carácter y éste determina la conducta de los seres humanos y por tanto la manera en que se llevan sus sociedades.

Estoy hasta la coronilla de encontrarme con esta palabra por todas partes, muchas veces utilizada por mujeres que pregonan orgullosamente “pero no soy feminazi” o que acusan a alguna otra de serlo, por “intensa”. Tal pareciera que defender cualquier causa con pasión o enojo genuinos, incluso si es con todas las pruebas y justificaciones, no es “cool”.

La gente cool es la que no se altera por nada, la que tolera todo, la que no se etiqueta porque “relax, hermano”. Los que se enojan y pregonan, los activistas, ya sea para causas ambientales, vegetarianas o de cualquier corriente derivada, antitaurinas, feministas, etcétera, son automáticamente unos extremistas, pero los que los atacan en redes o en persona o llaman con palabras como “feminazis” no lo son. ¿Qué hay más extremo que comparar una causa feminista con el genocidio de millones de seres humanos?

Aparentemente, el gris sigue siendo el mejor estado, porque “huy, seño, si se va a poner en ese plan…”, y porque las mujeres que se enojan siguen siendo unas histéricas, hormonales y enloquecidas y hoy, además, el sinónimo de lo peor de la humanidad: nazis. ¿Dónde está el término para los hombres (o mujeres) que condonan esto, para los cientos de excusas de ser humano que le siguen enviando a esta periodista amenazas de muerte por haber denunciado el acoso, para el imbécil que se plantó en la puerta de su casa a masturbarse? ¿Dónde el término para los que sí, genuinamente, provocan daños físicos y mentales que van mucho más allá del roce de sensibilidades del patriarcado? Es inaudito que Andrea Noel haya sufrido más consecuencias por denunciar la humillación de la que fue víctima, que el miserable que la perpetró. Que además de lo que sea que haya sentido al verse violado su espacio personal y su cuerpo de ese modo, se busque aterrorizarla y enseñarla, a ella y a todas las que vienen, a callarse la boca y quedarse en su casa.

Vivimos un momento peligroso, en el que el feminismo ha “pasado de moda” y ahora cualquier denuncia de acoso, de violación, de violencia de cualquier tipo no se toma en serio solapándose con el argumento de “ya hay igualdad, dejen de quejarse”. No se busca que las mujeres se dejen de quejar solamente de la falta de oportunidades o del machismo laboral y/o en el hogar, sino de absolutamente cualquier cosa.

Otro de los argumentos para desechar estas preocupaciones es “si las autoridades no atienden ni a los asesinatos, cómo quieres que pongan atención a estas estupideces”. La impunidad de esta clase de violencia enseña a los propensos a ella, que pueden hacerla sin ninguna consecuencia, y a las víctimas a no denunciar.

La violencia de este tipo suele escalar, y si hoy las estadísticas nos dicen que siete mujeres son asesinadas cada día en México, ¿hacia dónde vamos? El Sistema se defiende haciendo mucho más peligrosa la denuncia que el acto, buscando así que se normalice, que las mujeres se acostumbren o se adecúen a estas agresiones y sin alarmarse, además, porque a las que se alarman se les califica de lo que están acusando: violentas extremistas. Nazis.

Ya que una mujer no puede denunciar porque no tiene credibilidad, me pregunto si lo que nos queda es apelar a que más hombres con conciencia, no feminista, sino humana, de mínimo respeto a un semejante sea cual sea su género y sea cual sea el largo de su falda, salgan de su zona de comfort y denuncien. Para ver si a ellos si los toman en serio. Para ver si así volvemos a los dorados tiempos en que las mujeres, calladitas y más bonitas, se quedaban en sus casas, sin molestar con sus cansinas exigencias de derechos humanos primordiales y sus falditas cortas, esperando a que sus príncipes, que al menos eran más caballerosos, les maten a los dragones y les defiendan el honor.

Lorena Amkie
Nació en la Ciudad de México en 1981. Su idilio con las palabras empezó muy temprano y la llevó a pasearse por la poesía, el ensayo y el cuento, para encontrar su hogar en la novela. Graduada de Comunicación por la Universidad Iberoamericana, ha publicado la trilogía gótica para jóvenes Gothic Doll (Grupo Planeta) y la novela El Club de los Perdedores. Imparte talleres de escritura creativa y colabora con distintos medios impresos y digitales. Su cercanía y profundo respeto hacia su público, así como su estilo franco y nada condescendiente, le han valido la atención de miles de jóvenes en México y Latinoamérica, situándola como una de las autoras de literatura juvenil más interesantes en el mundo de habla hispana actualmente.
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