Jaime García Chávez
19/02/2024 - 12:01 am
Reforma judicial es ilusionismo político
Para mí está claro y por eso lo comparto: la iniciativa de reforma judicial, más allá del destino que corra en el Legislativo, distrae para buscar culpables y construir la imagen de un Presidente impoluto que lo intentó todo y bien, pero los encargados de la justicia lo boicotearon.
Cuando probaron el opio de la historia, creyeron que todo sería nuevo, que vendría el cambio verdadero, de tal manera que lo conquistado por López Obrador en la elección de 2018, brindaba un poder tal que se podía intentar una revolución desde arriba, experimento registrado en otras latitudes por los historiadores políticos.
Con espíritu de fundadores se pueden tornar en aprendices de brujo, todo lo quieren cambiar y nos hacen correr el riesgo de que todo lo descompongan, más lamentable si eso fuera irreversible. Se trata de un afán depredador sin ton ni son.
Imita a los revolucionarios franceses que un día decretaron la abolición del feudalismo y hacen lo propio con el neoliberalismo; en ambos casos las muertes son lentas, pero jamás producto del voluntarismo. Los saldos lo demuestran. Así como existen monarquías casi milenarias, hay un priismo que resiste a morirse y se mimetiza en Morena. Y de los ricos, muy ricos, sólo se puede decir que sus acumulaciones de capital no sólo permanecen intactas sino que crecen y crecen. En fin.
López Obrador desde la Presidencia nos ha brindado un prólogo con el caudal de reformas constitucionales que intenta, cuando su tiempo sólo da para que realice su propio epílogo. Ya vendrán versiones y análisis comprometidos con la verdad y la investigación seria que escribirán lo mismo historiadores que políticos, poetas y científicos sociales.
Al creerse estar en el momento del prólogo, López Obrador exhibe un par de cosas altamente preocupantes: no le quiere dejar nada a Claudia Sheinbaum, por una parte; y por la otra, con su agudo instinto para creer sólo en él, desconfía de quien ha designado como su virtual sucesora. Esa sed insaciable y perversa de inscribirse en la historia lo puede llevar al deseo de convertirse en el nuevo Jefe Máximo de la nación.
Todas las iniciativas de reformas a la Constitución deberán examinarse con seriedad y profundidad, tanto en la instancia legislativa como fuera de ella. Tan incorrecto es desecharlas como punto de partida y en paquete, como colmarlas de ese halo de revolución desde arriba, que sería el cimiento concluyente para la construcción del “segundo piso” de la pirámide que creen estar levantando, con la pretensión de la antigüedad que tienen las de Egipto.
Una de esas iniciativas llamó mi atención, y es la que busca transformar el Poder Judicial de la Federación. Habrá que analizarla, pero tengo para mí que puede ser un acto de ilusionismo político, actividad en la que es diestro López Obrador, para distraer a la sociedad mexicana de un tema central que es el fracaso agravado que estamos padeciendo en materia de seguridad.
Y digo agravado porque reconozco que empezó a manifestarse de esa manera con Fox, luego con la “guerra” calderonista, a continuación con la restauración del PRI peñanietista, para llegar a este momento en una espiral de violencia y destrucción que no cesa de crecer y amenazarlo todo.
López Obrador fue crítico furibundo de lo que hicieron los gobernantes anteriores y ofreció resolver el problema de fondo. Dijo que iría a la esencia y que no se detendría en la superficie, que atendería las causas y no a los efectos, y ahora sabemos que su fracaso es contundente, y ahí están las cifras de la tragedia, las que se miden en vidas cegadas y en destrucción de patrimonios.
“Abrazos, no balazos” no sirvió, y por encima de eso nos deja un Ejército empoderado como nunca antes, que podría degenerar en un militarismo que ya se había superado. Y además, con la injerencia de la Iglesia católica, ocupando espacios que deja vacíos el Estado, como sucede ahora en Guerrero.
Ahora quiere militarizar verticalmente la Guardia Nacional, asignándola a la Sedena, valiéndose hasta de traicionar la propia palabra y el compromiso de que el experimento terminaría con su propio sexenio.
Hay un hecho contundente: en materia de seguridad está el más grande de los fracasos del sexenio lopezobradorista. Por ende, en la estrategia del presidente hay que quitar los ojos de ahí para desplazarlos a otros punto, y aquí empezaría otra nefasta narrativa: dirá que no haber contado con el concurso de los aparatos de justicia –el Poder Judicial de la Federación en particular– la responsabilidad del fracaso caería en jueces, magistrados y ministros, y concluir que si él no pudo fue por la responsabilidad de esos canallas. Y por eso la propuesta de reforma judicial.
En todo esto está ese ilusionismo al que me refiero, que en voz de un autor que lo ha explicado, es una forma de engaño en la que el mago atrae la atención de la audiencia hacia una cosa para distraerla de otra.
Para mí está claro y por eso lo comparto: la iniciativa de reforma judicial, más allá del destino que corra en el Legislativo, distrae para buscar culpables y construir la imagen de un Presidente impoluto que lo intentó todo y bien, pero los encargados de la justicia lo boicotearon, traicionaron, jugaron a favor de la mafia del poder y que no quisieron la transformación de México que hoy se inspira con el fino humo del opio de la historia.
Que quede claro, nadie le mandató a López Obrador realizar una revolución desde arriba, apoltronado en la silla presidencial y en el simbólico palacio de los virreyes en el que vive.
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