El domingo, la tensión empezaba a crecer en la frontera entre Tecún Unam y Ciudad Hidalgo, los migrantes a un lado, la Guardia Nacional al otro y en medio el río, que en cualquier momento muchos se atreverían a cruzar.
Algunos migrantes que participaron en caravanas anteriores reconocían que entrar a México era uno de los puntos clave de la ruta cada vez más complicada tras la creciente colaboración de los gobiernos centroamericanos con el del Presidente estadounidense Donald Trump.
Por María Verza y Sonia Pérez D.
CIUDAD HIDALGO, México (AP).— Este fin de semana, en el puente que une México con Guatemala, sobre el río Suchiate, se dio una escena que simboliza la actual política migratoria del Gobierno mexicano: un alto mando militar daba la bienvenida a los migrantes centroamericanos a través de una reja fronteriza cerrada y les ofrecía empleos con dos filas de guardias nacionales antidisturbios a sus espaldas.
“Hay oportunidades para todos”, clamó el general Vicente Hernández el sábado, después de que México cerró el paso fronterizo ante un posible cruce masivo. Las autoridades invitaron a los migrantes que quisieran ayuda a cruzar en grupos de 20 para registrarse ante migración. Luego, agregó el militar, “les van a ofrecer los empleos, ya les irán explicando”. Unos 300 cruzaron así el sábado por este puente.
Con la llegada de al menos 3 mil migrantes centroamericanos a la frontera sur de México, muchos con la intención de llegar a Estados Unidos, los gobiernos han tenido que ajustar sus estrategias para cumplir con las crecientes exigencias de contención impuestas por Washington, pero intentando mantener una cara amable para los migrantes. Esto ha generado ciertas incertidumbres y los migrantes se debaten entre cruzar ilegalmente cuanto antes, esperar a que lleguen más o lanzarse al río en grupos más pequeños.
“Sí sabía que las cosas estaban más duras, pero me arriesgué”, señala Manuel Moral, un hondureño de 22 años que cruzó el río la madrugada del sábado caminado _puesto que el nivel está muy bajo_ junto con su esposa y su niña de un año. “Supe que ofrecían 4 mil empleos y busco si hallo una plaza”, explicó en referencia a lo dicho por el Presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador. Moral y su familia acabaron ese día en una camioneta del Instituto Nacional de Migración sin saber cuál iba a ser su destino.
Moral prefirió intentarlo en un grupo pequeño pero la gran mayoría de los más de 2 mil 500 que se acumulan en Tecún Uman quieren unir fuerzas. Tal es el caso de Edin Alvarado, un ayudante de chofer de autobús de 27 años que dibujó un campo de futbol en la arena del río para amenizar la espera. “Ya no se puede vivir en Honduras, es mucha la pobreza y violencia allí”, señaló. “Vamos a pasar sea como sea”.
El domingo, la tensión empezaba a crecer en la frontera entre Tecún Unam y Ciudad Hidalgo, los migrantes a un lado, la Guardia Nacional al otro y en medio el río, que en cualquier momento muchos se atreverían a cruzar.
Algunos migrantes que participaron en caravanas anteriores reconocían que entrar a México era uno de los puntos clave de la ruta cada vez más complicada tras la creciente colaboración de los gobiernos centroamericanos con el del Presidente estadounidense Donald Trump.
En Guatemala, las autoridades reforzaron los registros de entrada de centroamericanos e incorporaron a sus operativos a agentes del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas de Estados Unidos (ICE por sus siglas en inglés). La cara amable del Gobierno del Presidente conservador Alejandro Giammattei fue poner a disposición de los migrantes servicio médico, algo que antes no ocurría.
México, por su parte, que primero dejó pasar la primera caravana y luego empezó con la contención cada vez más fuerte, optó por desplegar cientos de guardias nacionales para sellar los principales pasos de su frontera sur, pero mantiene sus ofrecimientos de empleo.
Por eso, aunque cerró el sábado el cruce de Ciudad Hidalgo, situación que se mantenía el domingo por la mañana, y otro en la selva más al este, en Tabasco _según informó la casa del Migrante conocida como “La 72”_ ha permitido la entrada de grupos pequeños, teóricamente, para su regularización pero, sobre todo, con un afán de control y contención bajo el discurso oficial de que defiende una migración “segura y ordenada”.
Teóricamente, esas personas podrían solicitar asilo o acogerse a los empleos temporales en el sur ofrecidos por el Gobierno mexicano, pero durante meses numerosos migrantes y organizaciones no gubernamentales se han quejado de que el Instituto Nacional de Migración no ofrece la información adecuada y muchos migrantes acaban devueltos a sus países de origen sin ser debidamente informados de las opciones legales a su alcance.
De hecho, aunque Antonio Azúcar, cónsul salvadoreño, dijo que las autoridades le habían garantizado que los migrantes que cruzaran y se entregaran se quedaría en Ciudad Hidalgo con un permiso para moverse por la región sur, un funcionario federal que pidió el anonimato por no estar autorizado a hacer declaraciones aseguró a The Associated Press que fueron trasladados a estaciones migratorias del estado. Una de ellas, en Tuxtla, a más de 400 km al norte.
Para varios colectivos que trabajan con migrantes eso es preocupante porque se trata de una “detención de facto” y hablar de empleo desdibuja las opciones de protección internacional a las que tiene derecho quien huye de la violencia o la pobreza, alertó Claudia León, coordinadora del Servicio Jesuita a Refugiados en Tapachula.
En otros sectores de los estados del sur crece, sin embargo, el rechazo a que el gobierno quiera quedar bien con Washington incrementando la presencia de migrantes sólo en sur, donde hay menos empleos y peor pagados.
Pero para Estados Unidos lo más importante es que el reforzamiento de las fronteras, la devolución de solicitantes de asilo y las amenazas de imponer aranceles a México o quitar ayudas a Centro América han funcionado.
“Sí esta duro sí, pero a ver si nos dan chance en México”, dijo Juan Antonio Ribera, un agricultor hondureño de 44 años de Olancho que el sábado fue uno de los que cruzó con su hijo con la esperanza que obtener uno de los empleos prometidos.
Otros, no estaban tan seguros y seguían con su plan de seguir hacia el norte. “Me quitaron todos los papeles en Guatemala, no tengo dinero”, sollozaba Marlon José Rodríguez, un hondureño de 16 años que suplicaba a la migración mexicana que no lo deportara. “Quiero estudiar y no ser delincuente”. Y lo quería hacer en Estados Unidos.