Ciudad de México, 19 de enero (SinEmbargo).- Roger Federer construyó un legado inmenso en base a un talento que algunos determinaron como nunca antes visto en la historia de la ATP. Preciso y con un toque de suerte, ese que sólo llega trabajando y estando con los ojos bien abiertos encontraba la pelota a la altura perfecta previo al encuentro de su raqueta. El suizo marcó un antes y un después en la dinámica del deporte blanco. Elegante, mantuvo el agresivo estilo de un peleador como pocos en una disciplina de alta demanda. No solo llegó a la cima, sino que se mantuvo desde lo alto, revolucionando todo a su alrededor.
Marcó una época y determinó el camino para futuros competidores que de a poco entendieron lo que debían hacer para intentar llegar a competirle a quien se fue convirtiendo en una leyenda viva. Sus 17 títulos de Grand Slam siguen siendo la marca a vencer. En esos grandes escenarios provocó más que alaridos emocionales. Capítulos épicos surgieron con Roger en la cancha, sobre todo en el césped de Wimbledon, tan encumbrado en la tradición gloriosa del color blanco, único permitido en la vestimenta de quienes tienen acceso a su entorno para actuar como protagonistas.
Desde 2003, cuando ganó su primer título en el All England, Federer ha visto surgir a una generación potente que lo admira tanto que pretende competirle muy de cerca, casi susurrándole al oído. Durante muchísimos años, su estrategia desde el fondo de la pista fue tan precisa como eficaz. Otros corrían mucho más que él, como lo hacía Rafael Nadal cuando comenzó a ponerle serias complicaciones e incluso a vencerlo en algunas citas importantes. El balear fue el primer aviso, en el que salió bien librado gracias al enfoque de su juego y a su mentalidad inquebrantable. Después, fue el tiempo el que hizo su parte inevitable.
Reinventarse o morir, frase emblemática en múltiples aspectos de la vida, es ahora lo que mantiene en vilo la mente del suizo. Aletargado y opacado por tiempos donde Nadal domina ante el acoso de Novak Djokovic y Andy Murray, Roger no pretende hacerle caso a las voces que lo invitan al retiro. Con 32 años, su espíritu no le permite cualquier mínima relajación aunque la realidad lo ponga lejos de la cima donde estuvo 302 semanas, un record histórico. En el afán de seguir compitiendo ha contratado como nuevo entrenador a Stefan Edberg, un ex tenista sueco experto en saque y volea.
El fondo de la pista ha quedado en el olvido, para ser mucho más directo, acortando los tiempos de cada punto. En los inicios de su carrera, con el pelo largo y el pronóstico de ser un jugador con clase en sus pies, el envalentonado Roger no entendía nada de mesura con la agresividad del competidor nato en su sangre. Seguro de sí mismo, subía a la red para sacar la volea que finiquitaba el duelo. Después, mucho más fino y completo, construyó la leyenda que hoy lo cubre. “No le he contratado solo por sus voleas o por el juego de transición, pero sería fantástico que me ayudara con eso”, declaró Federer sobre Edberg.
Perseguido por constantes dolores de espalda durante el último año, el primer Grand Slam del año tiene a Roger instalado en los octavos de final. En Melbourne, el calor agobia a los tenistas quienes han tenido que hacerse de hielos envueltos en toallas o bolsas para enfriar el cuerpo en cada pausa de los partidos. Federer sigue su paso entendiendo las complicaciones si se arriesga de más, alejado de la racionalidad de alguien conocedor del juego como pocos. Roger hoy juega como en el pasado, sin ese pelo largo y con la mirada curtida en la experiencia de tantos años y los títulos acuestas. Seguir vigente es lo único que le interesa. Algo que él entiende como ganar. Competir y vencer, como lo ha hecho durante tanto tiempo, sin importar su edad.