El refri de Walmart en Cuautitlán: Hasta donde el reportaje del New York Times no alcanzó a llegar

18/12/2012 - 10:00 am

Ciudad de México, 18 de dic (SinEmbargo).– Un ejemplo de los sobornos de Walmart de México, revelados ayer en la amplia investigación de The New York Times, es el refrigerador construido en Cuautitlán Izcalli, al norte de la ciudad de México.

El reportaje del periódico neoyorkino expuso cómo la mayor cadena de comercio minorista pagó para evadir las prohibiciones ambientales que protegían a ese terreno por el gasto excesivo de electricidad.

Ese refrigerador –el más grande de Latinoamérica- también es el microcosmos de las condiciones inseguras para los trabajadores mexicanos en que pudo haber incurrido la empresa. Los empleados se encuentran en un ambiente de 27 grados bajo cero, 12 horas, cuatro días a la semana, como lo muestra la historia de José Antonio Garfias Malagón, publicada por la revista Día Siete en 2011.

Ese año, justo ahí, el corporativo le otorgó a Garfias Malagón la distinción de “el goleador del año”, destinada a los trabajadores más cumplidos y puntuales. Walmart de México aceptó que la historia del trabajador -al que llamó asociado- se hiciera pública, pero no dio a conocer su sueldo. Sólo admitió que era menos de 10 mil pesos.

En abril de este año, la Organización de Trabajadores del grupo Walmart de México denunció que además del escándalo por actos de corrupción, la empresa viola en forma sistemática los derechos y condiciones laborales de los empleados.

Esteban Conde, confundador de la agrupación, sostuvo en una rueda de prensa que muchos trabajadores trabajan en horarios fuera de la ley y pidió a la Secretaría del Trabajo mayor vigilancia para la cadena.

En el mundo, sobre todo en Estados Unidos, este reclamo se ha convertido en una causa común que el gigante debe enfrentar.

Reproducimos a continuación el texto publicado en Día Siete por considerarlo de interés público.

EL REFRI DE WALMART EN CUATITLÁN

POR LINALOE FLORES. FOTOS DE FEDERICO GAMA

En San Martín Obispo –el centro industrial de Walmart en Cuatitlán Izcalli– se encuentra el refrigerador más grande de Latinoamérica. Mide 100 metros de largo por 50 de ancho. Su temperatura de 27 grados bajo cero equivale a la de la Antártida en diciembre, aunque no hay luna ni estrellas que iluminen altísimas montañas.

Un hombre trabaja en este refrigerador. Ese hombre tiene la cara delineada en forma de “v” y es un hombre al que no le importa este frío que carcome los huesos, deja la piel frágil y desprende flujo de la nariz. Su sonrisa frecuente hace pensar que no le disgusta el paisaje compuesto por cajas con productos en congelación.

Pasa aquí dentro 12 horas, cuatro días a la semana. De su oficio depende el abastecimiento perfecto del supermercado de Walmart, instalado a unos metros de distancia.

Aquí dentro, en unos 50 metros, el único ruido es el que hace ese hombre –se llama José Antonio Garfias Malagón– porque está solo. No es un trabajador que pueda escuchar sus pensamientos, o poner una canción en un i-Pod, leer correos electrónicos con bromas o entregarse a la ensoñación. “Debo concentrarme”, dice y sus palabras se quedan estáticas, como si el aire las congelara.

Garfias Malagón (24 años de edad y padre de dos niños),sólo dialoga con el programa T2, una computadora en cuyo sistema de audio se quedan grabados los requerimientos de mercancía, el llamado “pick list” del comercio minorista que en forma tradicional se hacía con pluma y papel.

“1-5-2”, le dice la máquina. Él desciende en la grúa a la posición exacta. Toma una caja y la sube al vehículo.

“1-3-7”, vuelve a decir la máquina. Él repite la operación. Cuando requiere ir al baño le dice: “Control dormir”. Cuando regresa, reactiva este monótono quehacer:

“Control despertar”.

En 2009, era un joven de 22 años sin empleo y cosas de la mala coincidencia, había nacido su primogénito. Narra, generoso, el momento en que se convirtió en invisible o, en otras palabras, en este hombre que labora en un sitio sin ventanas a la calle y sin risas de nadie. “La cosa era sacar para todo lo necesario, más que nada para mi esposa y mi niño. Uno como sea”.

Así que una mañana salió a buscar trabajo. Alguien le dio un folleto para acudir a Walmart. Que estaría en el refrigerador lo supo horas después. Desde entonces siente que este es un ambiente muy suyo y que con dificultad saldría de aquí. Acaso por eso man- tiene recta la espalda. “Yo desde que llegué he sido freezer. Puro freezer he sido. Bueno, al menos a mí me parece que está bien ser freezer porque te llega un incentivo por el frío”.

Del frío se protege con una indumentaria especial que incluye guantes, chaleco, overol y botas térmicos. Pero el cuerpo de Garfias Malagón puede sufrir también atropellamiento, daños por mala carga, caídas o machucones de mano. Todo sólo en esa compañía que le da el T2.

Nada de eso le ha ocurrido. En la entraña del refrigerador, Garfias Malagón parece un rey. Lo domina todo. Su sombra reflejada en la pulcritud excesiva del piso da forma a su propio imperio.

Aquí se origina la cotidianidad de muchas personas (de las manos de Garfias Malagón depende que los productos lleguen a los anaqueles y que el consumidor no encuentre gansitos por caviar o viceversa), pero además este es el escenario de un precepto de Sam Walton, el legendario fundador de Walmart, que indicaba que ni mucha ni poca mercancía; sino la justa y en perfecta organización.

El año pasado, Garfias Malagón se convirtió en el goleador del año, un título que otorga la empresa a los empleados más cumplidos y puntuales.

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