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Óscar de la Borbolla

18/11/2024 - 12:03 am

El peligro de fondo de la Inteligencia Artificial

“La IA está decidiendo por nosotros, pues ¿con qué argumentos racionales podríamos oponernos a lo que ella ha determinado como ‘la mejor alternativa’?”

“Cuando la IA hace las cosas por nosotros, nos vuelve inútiles tal y como se vuelven inútiles los hijos cuyos padres les hacen todo”. Foto: Óscar de la Borbolla

Más allá de la parafernalia técnica que implica la inteligencia artificial (IA), hoy quisiera plantear lo problemas que su uso —cada vez más extendido— va a traernos. Esos problemas son, precisamente, sus ventajas: en el hecho de que con ella pueda hacerse lo que nosotros hacemos es su gracia y, a la vez, su desgracia, pues no se trata solo de que nos facilite las cuentas: de que sume y reste por nosotros, sino de que es capaz de facilitarnos todo: de resolver con enorme eficiencia cualquier tarea: desde redactar un simple texto hasta elaborar un complejo proyecto de negocios; darnos un diagnóstico exacto de la enfermedad que padezcamos o, lo que es más serio, que nos proponga la mejor alternativa al medir el riesgo de cada posible solución… En la práctica, todo esto se traduce en una fórmula sencilla: la IA está decidiendo por nosotros, pues ¿con qué argumentos racionales podríamos oponernos a lo que ella ha determinado como “la mejor alternativa”?

La rapidez, la exactitud, la creatividad: el que a ella se le ocurran las ideas y no a nosotros, o dicho en pocas palabras: que nos facilite la vida es a la vez nuestra comodidad y nuestra ruina.

Veamos esta paradoja con detenimiento: ¿por qué las ventajas de la IA son sus males? La razón es obvia: lo que no se practica se olvida, el órgano que no se usa se atrofia. Los seres humanos son lo que hacen, la principal ganancia del esfuerzo no son los frutos que rinde ese esfuerzo, sino la fuerza que uno adquiere por realizar dicho esfuerzo. Uno mismo es el principal resultado de su propio trabajo, no las cosas que uno produce; estas, aun siendo muy importantes, son secundarias. Esto lo entienden a la perfección los padres que no les hacen las tareas escolares a sus hijos.

Hay un perjuicio grave que nos ocurre a nosotros mismos cuando las batallas las gana otro por nosotros, aunque podamos atribuirnos el mérito de las victorias, pues uno es lo que hace. Y por ello, cuando la IA hace las cosas por nosotros, nos vuelve inútiles tal y como se vuelven inútiles los hijos cuyos padres les hacen todo. Solo que en el caso de la IA, las consecuencias son más peligrosas aún, pues, no solo nos está volviendo unos inútiles, unos incompetentes que han dejado de practicar y desarrollar sus habilidades, sino que, además de inútiles, nos está volviendo no-útiles, que no es lo mismo: porque una cosa es ser incapaz y otra es ser prescindible.

La diferencia entre inútil y no-útil es sutil semánticamente hablando, pero es abismal en los hechos. El inútil carece de ciertas competencias, el no útil, en cambio, puede seguir manteniendo sus competencias solo que no son requeridas: el no útil no hace falta o, si se prefiere, su falta no hace mella, no repercute, pues la maquinaria sigue funcionando como si nada.

En síntesis: las ventajas de la IA son, precisamente, sus males pues no es solo que nos vuelva inútiles, incompetentes por dejar de practicar y desarrollar nuestras habilidades y destrezas, sino que también nos hace no-útiles. La IA lo que está provocando es la superfluidad de nuestra existencia como seres humanos. Ante ella, resultamos superfluos, salimos sobrando, nuestra presencia o ausencia es irrelevante. No estamos, por lo tanto ante el problema que se presentó cuando la Revolución Industrial, un problema de pérdida de empleos y reconversión de oficios, sino ante el problema de pérdida del sentido de nuestra presencia en el mundo, no porque la IA pueda terminar considerándonos innecesarios y nos aniquile, sino porque nosotros mismos al emplearla estamos exiliándonos del mundo, somos nosotros quienes al preferirla renunciamos a ser.

@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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