Alejandro Páez Varela
18/10/2021 - 12:08 am
Espeso caldo
El Presidente que ven con el paño del odio no lo ven las mayorías y mucho menos sirve para armar estrategias. Por eso no hacen clic, no les funcionan.
Con 33 meses en el cargo, Andrés Manuel López Obrador podría convertirse en las siguientes pocas semanas en el Presidente con los mayores niveles de aceptación desde que hay datos comparables. No lo digo yo, sino el promedio de encuestas que realiza Oraculus, una página web mexicana que dirige gente que no necesariamente simpatiza con el mandatario.
En el mismo mes 33 de un mandado de 6 años, Felipe Calderón se manifestaba con 64 por ciento de aceptación. López Obrador está en 62. Ernesto Zedillo estaba en 58; Vicente Fox en 57 y Enrique Peña en 35 por ciento. Pero en el mes 34, que corresponde a octubre, Calderón perdió tres puntos y bajó a 61 por ciento mientras que el actual Presidente trae racha ascendente desde hace tres meses. Eso dicen las últimas encuestas y se confirman con los únicos ejercicios diarios o semanales. Por eso digo que en las siguientes semanas es previsible que AMLO se coloque como el Presidente con los mayores niveles de aceptación, justo a la mitad de su sexenio.
Siempre hay que estar alertas con las encuestas. No creerles es de sabios. La mayoría de las casas encuestadoras se ha servido de políticos y gobiernos panistas o a priistas mientras que, al mismo tiempo, “se equivocaba” con entre 6 y 10 puntos al medir al tabasqueño. Pero son los datos que hay. Y aún con esos datos, la prospectiva indica que el Presidente se acomodará en los mayores niveles de aceptación desde que se tienen datos, es decir, desde 1994.
Las reflexiones que desatan estos números son muchas. Pasan por preguntarse, de entrada, por qué una mayoría de la prensa mexicana dibuja un Gobierno fracasado y un Presidente desnudo, paseando como loco en Palacio Nacional sin darse cuenta que afuera una multitud ha encendido antorchas para derrocarlo. Y pasa por analizar qué ha pasado con el poder (otrora irrefutable) de los medios y de una buena parte de la intelectualidad: hablan del fin de las libertades mientras pueden llamar al Presidente “dictador” o como les venga en gana; dedican su esfuerzo diario en reseñar a un viejo autoritario y flojo, y los obliga a levantarse todos los días más temprano.
Me pregunto qué hubiera pasado, en dónde estarían los niveles de aceptación de López Obrador si les hubiera dado miles de millones para que lo adularan. Peña Nieto entregó la mayor cantidad de recursos públicos a la prensa desde que se tiene registro pero, dice el mismo ponderado de Oraculus, se hundió como ninguno otro: tocó el abismo de la impopularidad. (Y es aquí donde empiezan a aparecer respuestas. La primera es que a la prensa, casi toda reunida en un mismo esfuerzo, no le alcanza ya para rescatar o hundir a un Presidente).
Hay muchas variables para explicar el fenómeno López Obrador, por supuesto. Pero cualquier reflexión debe pasar por una primera: ¿soy honesto cuando lo mido? Es decir: si analizo a AMLO, ¿soy frío, voy a los datos, o me gana el deseo de destruirlo? Y yo pienso que la oposición (medios, periodistas, empresarios, partidos, etc) pierde justamente en esa primera pregunta. No quiere la verdad: quiere acomodar la verdad a lo que siente por él. Y todos sus análisis salen chuecos, a juzgar por los resultados. Ven a un hombre que no existe y se ponen los guantes para golpear la sombra que genera su propio análisis torcido. En mi manera de ver las cosas, su menosprecio al Presidente nubla sus estrategias.
El menosprecio hacia “el señor López” no es nuevo. Muchos tienen menospreciándolo desde que apareció en su memoria. Lo ven como un peladito que hasta habla mal el español; que usa zapatos empolvados y sacos mal cortados. Un flojo, distraído en tonterías y cero “fit”, como le dicen. Ayer alguien escribía: “Hoy tendré un Domingo a lo ‘Obrador’, no voy a hacer nada, hablaré de deportes, me tomaré varias siestas y subiré a redes mis fotos comiendo”. Las risas, los comentarios, los aplausos.
Pero ese alguien se pierde en su propia fantasía y con ella, los demás. Cualquier mexicano sabe que López Obrador no descansa ni sábados ni domingos y trabaja 14, 16 horas diarias; que es un ávido lector y ha escrito una veintena de libros; que come donde le da hambre y casi siempre le da frente a las fondas, como le pasa a millones y millones de mexicanos; que no tiene por preocupación su vestido y que de loco tiene lo que yo de cosmonauta.
El menosprecio lleva a los adjetivos y los adjetivos se van cargando de odio. Y el odio es una bola de nieve, no tiene saciedad: le das de comer y rueda y pide más. Entonces, y este es un ejemplo, Lily Téllez llama “violador serial” al Presidente y demuestra ante sus seguidores en redes que, si pudiera, lo tomaría con ambas manos y lo abriría en canal frente a esa multitud (imaginaria y) enardecida que le grita, que le aplaude: “¡Más, Lily, más!”. Pero ese odio no cambia la realidad.
Jesús Zambrano se degrada a sí mismo con tal de agradar a los que menosprecian al “señor López”, como él: compara el roce imprudente entre alcaldes electos y la policía con “El Halconazo”, con una matanza de estudiantes. No importa que pase por encima de los cuerpos de jóvenes reprimidos cuyo legado juraba defender. Y lo hace para agradar a la multitud (imaginaria y) enardecida que le grita, que le aplaude: “¡Más, ‘Chucho’, más!”, “¡eres el mejor!”. Y no es el mejor y ese odio no cambia la realidad. No hace ver menos al “señor López” y tampoco es prueba de que se volvió un dictador.
Han descalificado día y noche las obras de AMLO. Así pasaba con los segundos pisos. Luego los beneficiados corrieron su auto por esa super vía y olvidaron todo. Pero les ganó el menosprecio, como les gana ahora. Y el Presidente que ven con el paño del odio no lo ven las mayorías y mucho menos sirve para armar estrategias. Por eso no hacen clic, no les funcionan. No quieren preguntarse por qué no funcionan; no quieren respuestas: están en una apuesta a ver quién genera el odio más profundo y el comentario más ofensivo. Y nada más.
Claramente los niveles de popularidad de López Obrador no son los que esperaban quienes más lo odian. E Independientemente de que dé ese brinco al primer lugar en el mes 34 de su Gobierno, uno se pregunta por qué si ahora están todos unidos contra AMLO no logran bajarlo de la escalera. La respuesta abreviada es el menosprecio. Los adjetivos ingeniosos son muy aplaudidos pero no cambian la realidad. ¿Cuál realidad? Bueno, esa es su tarea: buscarla y encontrarla. Porque perdieron la realidad en el espeso caldo de odio que cocinan desde hace años sin darse cuenta que para probar qué tan sucio les va quedando le dan tragos, tragos cada vez más largos.
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