Jaime García Chávez
18/10/2021 - 12:01 am
Cabalgar en el centauro
López Obrador se dice liberal, pero nos está regresando a la peor etapa del siglo XIX, con su clero político y los fueros militares.
Como jinetes, Jesús Silva-Herzog Márquez (JSHM) nos da la posibilidad de treparnos en su centauro y recorrer el desierto mexicano actual. Su reciente libro, La casa de la contradicción, se coloca en la mejor tradición ensayística nacional y se estimula intelectualmente en Montaigne –padre del género– haciendo de textos políticos clave la premisa indispensable para desmitificar la democracia, anclándose, a la vez, en deliciosos presupuestos de la cultura, en especial de la poesía.
No se suma a la aridez de muchos de los textos políticos actuales que, a pesar de alcanzar hondura fecunda, suelen desalentar la lectura; al contrario, a mi juicio, la obra de JSHM le hace honor a Alfonso Reyes al demostrar que el género del ensayo es un centauro donde puede haber de todo y en donde todo cabe, al analizar temas complejos como la circunstancia que vive México a partir de la elección presidencial de 2018.
Aquí, siguiendo el canon alfonsino, el texto que comentaré es moderno en más de un sentido, sobre todo se abastece de la libertad intelectual para brindarnos una opinión personal, sí, pero que ya se hacía indispensable para entender dónde estamos parados y qué riesgos estamos corriendo.
Esa libertad, además, nos da la oportunidad, en la discrepancia posible, de ser más celosos de nuestra libertad hoy en peligro. Dicen que centauro puede significar “valer por cien”, y en esta obra encontramos que así es, por la fuerza del texto, su valor y la habilidad con la que está tejido.
Los muchos años que el país ha pernoctado en el autoritarismo o la dictadura, prefiguraron, primero, y petrificaron, luego, una creencia hondamente arraigada: la democracia sería como la solución y receta infalible para todos nuestros males. Pero no, “la democracia no es un paraíso (…) es algo más modesto: el único inconveniente político compatible con la dignidad”, según nos precisa el autor al adentrarse en su caracterización como un régimen de la contradicción.
Otros han hablado de los “muchos Méxicos” y esa visión alimenta una democracia que incluya a todos, que a todos dé abrigo, respetando cosmovisiones, antagonismos, diferendos, en la posibilidad de propiciar la existencia de un cemento que otorgue unidad y acuerdos fundamentales y permita coherencias para encarar los grandes retos en un país que como nunca resiste a la Ilustración, como se hace desde el poder obcecado de un presidente que se asume como el gran demiurgo de una era que mañosamente engarza con momentos estelares del país, desde la Independencia hasta la Revolución.
JSHM nos propone un viaje en el que invoca al imprescindible Maquiavelo, pero que parte de La democracia en América, de Alexis de Tocqueville, y de ahí pasa revista a los pensadores del “socialismo o barbarie” y otros más recientes y también fundamentales.
Ese aliento de lecturas sugeridas contribuye a dar luz a la tiniebla que nos amenaza, desmiente la baratija de la “excepcionalidad histórica” de eso que llaman Cuatroté, una práctica política que ofrece como punto de partida sus conclusiones, sin haber demostrado la validez y la pertinencia de sus premisas. Así, esclarece que López Obrador ni es liberal, ni laicista, ni cardenista, ni revolucionario y mucho menos demócrata.
En otras palabras, se sostiene en la obra que el telón de fondo con las figuras de los próceres naturales es sólo eso: una manta con efigies a los que no se respeta ni se representa. Si el historicismo tiene miserias, esto es miseria pura.
Por eso es valioso que el autor refiera las lecciones que nos deja el teatro del absurdo –Beckett, entre otros– que nos puede llevar, espero, más temprano que tarde a ser testigos de ese proverbial diálogo entre dos morenistas imaginarios (un Vladimir y un Estragón):
––¿Y si nos arrepentimos?
––¿De qué?, ¿de haber nacido?
Son lecciones necesarias que nos atan a la fuerza de la cultura de la que se ha divorciado la ignorancia antiilustrada hecha poder.
Con la agilidad que caen las cuentas de un collar cuando se rompe la cuerda, JSHM nos explica con lucidez el daño que se le hizo al país con la larga cerrazón a la democracia durante el régimen postrevolucionario; luego la grisura del gobierno desvencijado de la alternancia, con Fox a la cabeza, que nunca supo para qué servía la Presidencia y su poder; y luego la tragedia, ahora sí de un panista de raíces inequívocas, del calderonismo y la guerra que con otros factores abrió, en vía de regreso, las puertas al PRI de Peña Nieto y a la más atroz corrupción de que se tenga memoria en México.
Aquí ni siquiera podemos afirmar que en 2012 se restauró el viejo régimen: Fox, Calderón y Peña continuaron pacientemente en la misma faena y con las mismas argucias del poder y en conjunto crearon su propia némesis en el movimiento morenista de López Obrador. Abonaron la tierra para su triunfo, a la vez que el PRD contribuyó con sus tributos y barbechos. Y se articuló el movimiento que está en el poder con el tabasqueño.
El autor refiere algo que se ha dicho pero que no se le ha puesto la atención requerida: movimiento, no partido, y mucho menos de izquierda. Agregaría que es muy útil ver lo que nos dijo Hanna Arendt al respecto: cuando se dice “movimiento”, se expresa profunda desconfianza en el sistema de partidos –aquí la triada PRI-PAN-PRD– se derrumbó, en abono del líder poderoso y único, unipersonal, carismático, rejego a la Constitución, a los balances y contrapesos, a las autonomías y a las zonas de neutralidad.
Este es uno de los más grandes peligros que nos acechan, y en la obra hay elementos muy valiosos para comprender el momento en el que estamos, no del pueblo, sino de una hegemonía que se quiere imponer a toda costa, basado en la fuerza del “populacho”, que emplea Arendt para referir el aglutinamiento de los residuos de todas las clases y nunca el ciudadano pleno, columna de toda democracia que se precie de tal.
El libro da elementos para desentrañar el peligro del militarismo, que será de nefastas consecuencias, y el abandono del laicismo, alentador de la convivencia social entre los diversos, y no de la prevalencia de los enconos que fertiliza el presidente con sus insultos prodigados sistemáticamente. López Obrador se dice liberal, pero nos está regresando a la peor etapa del siglo XIX, con su clero político y los fueros militares.
En el trayecto de la obra advierto un par de debilidades, que no me parecen menores: la ausencia de un examen del porqué del fracaso de la izquierda mexicana, que aunque de raíz autoritaria, por su matriz prosoviética en lo esencial, se preocupó por la apertura a la democracia constitucional posible, por una parte; y, por otra, su lucha contra el corporativismo, que dio soporte al autoritarismo por mucho más de medio siglo. La otra ausencia en el análisis es Marx, al que también se convocó someramente.
Entiendo que Tocqueville, Sartori o Bobbio sean más necesarios a la temática central de la obra, que es la circunstancia de una democracia germinal vapuleada. Pero eso no debiera, a mi juicio, dejar de revalorar los aportes del autor de El Capital en sus obras de juventud y que mucho dice en el tema nodal de la corrupción y el papel que en ella juega la burocracia, en un estado como el mexicano en el que los intereses privados se revisten de públicos para generar el saqueo inmisericorde, como el que padecimos en el sexenio peñanietista y sus gobernadores de apellido Duarte, como por otra parte lo ha demostrado Luigi Ferrajoli al interpretar la corrupción contemporánea y a cómo es usada por la burocracia como fachada.
El libro me agradó, lo quiero decir abiertamente. Me identifiqué con la obra por las afinidades electivas con los autores visitados por JSHM y por los poetas que cantan y se entreveran a la propia prosa bien articulada, como corresponde a un buen centauro, ebrio, brioso y vital. Lo digo con profunda preocupación como hombre de izquierda: López Obrador ocupa un sitio del que será difícil mover. El autor no es optimista en este delicado punto: “El fracaso del lopezobradorismo está todo, menos cantado”.
Y sin embargo, pienso que vendrá ese cambio, por encima de los liderazgos que ya fracasaron o se cansaron de dar la batalla, porque la construcción de la casa que nos merecemos no sólo se defiende por los agravios de los que tanto nos habló Daniel Cosío Villegas, sino apoyándonos en la idea de José Revueltas cuando afirmó, en momento muy temprano, que la democracia nos vino de la Ilustración, la Enciclopedia y los derechos, hoy tan negados como ayer.
El libro que comento, cuya lectura recomiendo, demuestra que se le puede hacer barranco al llano. Ojalá.
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Silva-Herzog Márquez, Jesús. La casa de la contradicción. Editorial Taurus. Primera edición, septiembre de 2021. México.
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