Ciudad de México, 18 de octubre (SinEmbargo).– Veinte años después de su publicación, Trainspotting sigue persiguiendo a su creador, Irvine Welsh. Calvo, grandote, de piel blanca rosácea y ojos azul profundo, en bermudas color verde olivo y playera negra, con expresión ruda y al mismo tiempo cara de niño, el escritor escocés no puede (y por lo visto no quiere) separarse de la historia de un grupo de adictos a la heroína que le dio la fama, así de pronto, con la contundencia de un balazo, a principios de los noventa.
¿Y por qué querría el padre renegar de sus hijos: Renton, Spud, Sick boy, que le dieron a ganar millones, primero con la novela, luego con la película dirigida por Danny Boyle en 1996, y después con Porno y Skagboys, las aventuras literarias en las que siguió explotando sus historias?
En el Hay Festival de Xalapa, su primera visita a México, todo empieza y todo acaba con la misma pregunta: el éxito repentino y abrumador que tuvo con Trainspotting, su primera novela. Aunque él, con su fuerte acento escocés que hace por momentos ininteligible su lenguaje, diga que del fracaso se aprende mucho más, se muestra agradecido con su suerte:
“Creo que sí tuve un éxito repentino con la escritura, pero uno tiene ciertos periodos en los que te pones como de moda otra vez, y después te olvidan, y después regresas una vez más. Mucho de esto tiene que ver con la cultura pop, con todo su glamour y demás, por lo a veces realmente necesito hacer televisión y otras cosas. He sido afortunado de poder hacer varias cosas en la televisión también, lo cual me ha tenido activo y ha permitido que la gente me recuerde. Ahora bien, hice muchas cosas antes de convertirme en escritor, y creo que eso me ayudó de alguna manera a sobrellevar el éxito.
Repito: fui muy exitoso en mis inicios y creo que eso es tener mucha suerte, porque tengo muchos amigos que son escritores y que escriben durante años antes de hacer algo de dinero y de ver su primer libro publicado.
Yo, como nunca lo había tenido, y mi primer libro fue un éxito realmente, de alguna manera me salté un nivel. Y como en cierto modo tenía una voz distintiva, la gente que leyó el primer libro intentó leer lo demás también. Eso me dio una especie de estilo, de perfil. Así que sí, fui muy, muy afortunado”.
A la orilla de la piscina del Hotel Xalapa, donde suceden todas las entrevistas del Hay Festival, Irvine Welsh ha llegado 15 minutos tarde a la cita con SinEmbargo. Trae una taza de té en la mano y se le ve mucho más relajado y repuesto que en la conferencia de prensa que dio ese mismo día por la mañana. Son ya las 4:30 de una tarde en la que todavía no se asoma la tormenta que un par de días después inundará la ciudad, volviendo más verde todo lo verde, pintando de gris la neblina permanente.
A la pregunta de porqué cree que la película de Danny Boyle, para la que él escribió el guión junto con John Hodge, fue tan exitosa como su novela, responde sin dudar:
EMPATÍA CON LOS PERSONAJES
No es difícil imaginar a Ray Lennox, el policía de su novela Crimen, obsesionado por haber perdido la batalla contra un pederasta que finalmente violó y mató a la pequeña Britney, con el rostro, la voz, los gestos y las preocupaciones del propio Irvine Welsh. El escritor reconoce que, de alguna manera, las enormes contradicciones que atormentan a Lennox tienen que ver con él.
“Sí, creo que en cada personaje que creas debe de haber algo tuyo para que funcione, de otro modo no te reconocerías, no tendrías la empatía necesaria para retratarlo. A veces lo que intentas hacer es encontrar las partes de ti que has reprimido en tu vida cotidiana, y a veces los personajes son más una posible versión extrema de ti. Y siempre es interesante. Eso te da la empatía que debes de tener con los personajes para que funcionen. Pero sí, creo que aunque mis personajes no son yo, me gusta pensar que hay algo mío en todos ellos”.
LA TV Y EL CINE CUENTAN MEJOR LAS HISTORIAS
Una y otra vez, durante la conferencia de prensa, y ahora, durante la entrevista, el autor de Crimen insiste en que la televisión y el cine le están ganando a la novela en la manera de contar historias. Por la mañana, ante la prensa local y nacional, puso como ejemplo Breaking Bad, la serie que relata las peripecias de un maestro de química, que desahuciado por un cáncer de pulmón, decide convertirse en cocinero de metanfetaminas y fundar su propio imperio a costa de lo que sea.
El éxito de Breaking Bad fue tal, que para su episodio final tuvo una audiencia de 10.3 millones de espectadores.
Welsh tiene sus propias razones para reafirmar su dicho. En entrevista confiesa que si ahora fuera un joven que estuviera comenzando su carrera, preferiría ser guionista o productor de televisión:
“Los programas de televisión solían tener estándares muy bajos de producción, así que preferíamos ir al cine, pero la tecnología está cambiándolo todo, especialmente con la alta definición.
Así que ahora es posible filmar dramas cortos o por episodios, durante largo tiempo. Así que cuando la tecnología cambió, también cambió la manera de exhibir los programas, y ya no queremos ver las cosas que se hacían en los setenta y en los ochenta. Ya no queremos ver General Hospital o All my children, o ese tipo de series con valores de producción tan viejos y ya tan vistos. Queremos ver algo realmente bueno, en donde se use toda esta nueva tecnología. Una especie de hot drama, filmado en locaciones sorprendentes, con buenas secuencias y efectos especiales espectaculares, así como actuaciones y guiones de calidad, como en el cine.
De alguna manera tienes que trabajar de la misma manera en que trabajas en una novela si quieres contar una historia larga. Es muy atractivo tener la oportunidad de colaborar en un proyecto así, porque de hecho, estás trabajando como un novelista de algún modo, porque estas escribiendo una gran historia, pero también estás en un lugar lleno de gente.
MÁS MISERABLE QUE UN DROGADICTO
Antes de ser escritor, y por lo tanto mucho antes de hacer guiones para cine y televisión, el autor de Col recalentada trabajó casi de todo:
“Hice muchas cosas: trabajo manual, trabajo de oficina… Pero no era bueno para nada de eso. Odiaba el trabajo físico, pesado, cargar cosas. Después odié estar sentado detrás de un escritorio; no hay cosa más aburrida que estar atrapado, atascado, detrás de un escritorio todo el tiempo”.
A pesar de que la falacia se ha repetido hasta el cansancio, quizá para reforzar al mito, el veinteañero aburrido que fue Irvine Welsh poco o nada tenía que ver con Renton, Sick boy o Spud:
(Welsh suele no terminar las frases. Es como si las ideas se le atropellaran en la cabeza y tuviera que dejarlas salir así, como en un torrente imparable, antes de que se le olviden).
“Probablemente era más miserable haciendo esos trabajos de 9 a 5, en los que sólo esperas el día de paga. Los encontraba más difíciles, quiero decir, era más difícil vivir esa vida que la de un drogadicto que va de una fiesta a la siguiente, y a la siguiente… Mejor eso que pasar de un trabajo de mierda al siguiente, y de ése al que sigue.
Supongo que estaba buscando algo en lo que pudiera invertir emocionalmente y que pudiera disfrutar, pero también tener la disciplina, que me diera el tipo de disciplina que me dan los libros, las películas, las series de televisión, los sets, los escenarios. Esas son las cosas en las que puedo invertir emocionalmente y sacar algo de ello.
Estas cosas me hacen sentir humano, me hacen sentir completo. Así que hago lo que tengo que hacer, y lo hago con disciplina”.
Después de haber terminado el rodaje de Filth, y muy cerca de comenzar el de Skagboys, ambas películas basadas en novelas suyas, ya no queda duda de lo qué es lo que Irvine Wels más disfruta hacer en la vida:
“Lo que más me interesa ahora es hacer películas. Escribo un libro cada año o cada dos años, pero quizá logro hacer una película cada cuatro o cinco años, o un proyecto de televisión, ese tipo de cosas. Es agradable porque se trabaja con otras personas, sales con otras personas, hablas con ellos… Es bueno, de pronto, no hacer algo tú solo. No estuve mucho en el set de Filth, pero disfruté pasar algo de tiempo con el director, y James McAvoy, y todos los demás actores… Es muy bueno ser parte del equipo, en lugar de ser siempre la banda de un sólo hombre”.
SER ESCRITOR, LO MÁS PARECIDO A LA LOCURA
¿Solitario, como algunos de sus personajes, por ejemplo, Ray Lennox, de Crimen?, se le pregunta.
De alguna manera sí, pero esta vez Welsh parece meditar un poco más antes de responder:
“Sí, creo que si eres escritor eres muy solitario, porque pasas mucho tiempo encerrado, contigo mismo. Pero al mismo tiempo soy una especie de animal social por naturaleza, me gusta mucho salir a bares, con amigos, con familia y cosas así. De hecho, para mí resulta extraño encerrarme y ponerme a escribir. Creo que se siente como si fuera en contra de la misma naturaleza humana pero, por otra parte, parece como si pudiera estarlo haciendo todo el tiempo, como si pudiera encerrarme y no ver más al resto del mundo. Así que hay esta tensión extrema entre las dos fuerzas, en realidad. Una parte de mí quiere ver el mundo, divertirse y ser parte de él, y otra quiere permanecer completamente desconocida, y cada una trata de jalarme hacia su lado.
Antes de hablar, brevemente y muy de manera general, sobre su vida privada, Irvine Welsh suelta una pequeña risa nerviosa. La tarde está enfriando y el tiempo se acaba:
“Así que intentas salir de esto, tener una relación… Yo no soy una persona con la que sea muy difícil vivir, lo que pasa es que la mayoría del tiempo no estoy presente… Aún cuando estás ahí, no estás realmente presente en la casa o en la relación, o en lo que sucede en tu alrededor, en la vida, en tu vida.
Cuando te metes a escribir un libro, te vuelves ausente del mundo… Los personajes te demandan, y es un poco perverso porque empiezas a rechazar a las personas que te importan por gente que ni siquiera existe. Es lo más parecido a la locura”.
El tiempo con Irvine Welsh se terminó. Tiene que atender una llamada de la BBC. Con una sonrisa que hace brillar el sol de Xalapa en sus ojos, dice thank you, y se despide.
Se va, con su andar completamente mundano, el mito que le dio la vuelta a la literatura británica cuando parecía estar agonizando.