La investigadora e historiadora Isabel Revuelta Poo habla con SinEmbargo sobre su más reciente trabajo: Hijas de la Historia, un libro que trata de 10 mujeres que toman sus propias decisiones y que tienen un papel fundamental en la construcción del país.
Ciudad de México, 18 de septiembre (SinEmbargo).– Malintzin, Doña Isabel Moctezuma, Catarina de San Juan, mejor conocida como La China Poblana; Sor Juana Inés de la Cruz, La Güera Rodríguez, la Marquesa Calderón de la Barca, Concepción Lombardo de Miramón, Carmen Serdán, Antonieta Rivas Mercado y Dolores del Río son 10 mujeres que tienen un papel fundamental en la construcción del país, comparte la escritora Isabel Revuelta Poo.
Con motivo de la publicación de Hijas de la Historia (Planeta), la investigadora e historiadora precisa que “este libro trata de mujeres que toman sus propias decisiones” y que lo han hecho a lo largo de los últimos cinco siglos. No obstante, reconoce que la labor de haber seleccionado a sólo algunas de ellas no fue una tarea fácil.
“Fue un proceso largo de investigación. Un proceso que a los historiadores a veces nos toma por sorpresa porque uno cree que los personajes los escoge uno y son los personajes los que te escogen. Representan algo. Algo tuvieron estas mujeres para llamar mi atención al ser fundamentales en la construcción del país. De más o menos 90 mujeres que tenía contempladas, me quedé con diez”, comentó Revuelta Poo en entrevista.
De esta manera precisó, por ejemplo, cómo Malintzin e Isabel Moctezuma encarnan el final de los tiempos y el inicio de otros. “Eso es México. El fin del proceso prehispánico y el inicio de otro con el elemento español que se fusionan en un sincretismo para dar paso a lo que somos ahora”.
También destacó la manera en la que La China Poblana representa “lo más mexicano de lo mexicano” pese a no haber sino ni mexicana ni china ni poblana: “es un emblema maravilloso del mestizaje”.
O cómo detrás del “intelecto brillantísimo” de Sor Juana Inés de la Cruz se encuentran una serie de decisiones que tuvo que tomar “para poder ser ese monstruo intelectual”.
“Casarse no era la opción. Tuvo que meterse a un convento y ser monja para poder estudiar. Hoy vas a la universidad como mujer, aunque todavía no todas las mujeres tienen acceso en el mundo a una educación universitaria. Pero en el barroco en que le tocó vivir a Sor Juana era imposible, impensable, y sin embargo ella buscó la manera de beberse el conocimiento entero”.
De igual forma compartió como la Güera Rodríguez fue “una mujer intelectual con el nivel de tener en su casa tertulias, donde fue la semilla sembrada de esa temprana independencia”, y la forma en la que la Marquesa Calderón de la Barca y Concepción Lombardo Miramón “encarnan un siglo durísimo para los mexicanos y las mexicanas”.
En la plática, Isabel Revuelta Poo subrayó el caso de Carmen Serdán, quien en tiempos de la Revolución “defiende las ideas que ella creía correctas, pero el siglo XX no le da mayor difusión”. “Le dan una ramplona pensión de diez pesos que luego se la dobletean a veinte pesos y pasa desapercibida una mujer activista muy cerca del sufragismo”, criticó.
Finalmente mencionó que a Dolores del Río puede uno tomarla como bandera de los actuales movimientos feministas “porque ella encarna ese siglo XX pujante de cambios para las mujeres”, a la vez que refirió como Antonieta Rivas Mercado no tuvo tanta suerte ya que “nace en un tiempo que no le comprende”.
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—En este texto recorres lo sucedido en estas tierras en los últimos 5 siglos. Nos cuentas las historias de mujeres trascendentales en nuestra actual configuración, en ese sentido te preguntaría ¿Cómo haces la selección de estas 10 hijas de la historia?
—Fue un proceso largo de investigación. Un proceso que a los historiadores a veces nos toma por sorpresa porque uno cree que los personajes los escoge uno y son los personajes los que te escogen. Representan algo. Algo tuvieron estas mujeres para llamar mi atención al ser fundamentales en la construcción del país. De más o menos 90 mujeres que tenía contempladas, me quedé con diez. Es muy ambicioso decir que yo abarco todos los sucesos históricos, pero con los que a ellas les tocó vivir cubrimos el periodo desde 1502, que nace Malintzin, hasta 1983 que muere Dolores del Río, que es la décima del libro.
—Yendo por épocas, nos cuentas las aportaciones a nuestro mestizaje de Malintzin y de Isabel Moctezuma. ¿Es Malintzin la madre del mestizaje e Isabel la guía para conciliar el mundo español con el mundo indígena? ¿Cómo entender su relevancia en nuestras raíces?
—No, el mestizaje es un fenómeno que se da en el instante en que se descubre América. No es privativo de México. Pero lo que hacen este par de mujeres es que encarnan el final de los tiempos y el inicio de otros. Eso es México. El fin del proceso prehispánico y el inicio de otro con el elemento español que se fusionan en un sincretismo para dar paso a lo que somos ahora. Ellas se adaptan muy bien a ese nuevo orden, a ese paso que tuvieron que dar para terminar un mundo y empezar otro. Ponerles esas etiquetas de ‘la madre del mestizaje’ me parece que es borrar lo que también vivieron decenas de miles de mujeres no sólo en México, sino en el continente americano.
—También das cuenta del rol de la China Poblana en la esencia de la mexicanidad. Es un personaje, como relatas, que no era ni poblana ni mexicana. ¿Quién fue entonces?
–Es un personaje fantástico. Lo más mexicano de lo mexicano no era mexicana, china ni poblana. Pero es un emblema maravilloso del mestizaje, porque durante esos 300 años que fuimos virreinato –más tiempo que el México independiente– se fue forjando nuestra identidad, gustos, valores, fobias, lo que creemos y no creemos. En el periodo barroco del virreinato me parece que la presencia de Mirra engloba lo que estaba sucediendo: una ruta comercial, la más longeva y larga de la historia, el Nao de China. Llega esta mujer de la India.
Ella dice que es princesa. Es una mujer hindú que llega a la Puebla barroca del siglo XVII. Se juntan estos dos mundos. En esta sociedad novohispana los chinos, que eran jóvenes, atendían las casas. Ahí viene la confusión. La coincidencia es que es de Puebla, pero es poblana de pueblo, porque es una muchachita sencilla. Después, en el siglo XIX, cuando estamos buscando nuestra identidad como un país independiente, buscamos en ese virreinato y encontramos a la mujer mexicana por antonomasia que es la china poblana.
Sí, es un arquetipo, pero finalmente es un emblema que nos une a todos con esa vestimenta que, a su vez, vive un sincretismo cultural porque la verdadera china poblana no usaba esas prendas de lujo. Es el imaginario de lo chinesco, lo que venía exótico en el Galeón de Manila. Pero todo se va entrelazando para hablar de lo que ahora somos. Difícilmente pensamos que ese traje de china poblana fue inspirado por una mujer de carne y hueso que llega a Puebla, se vuelve una santa-mística para encarnar lo más mundano de lo mundano que es una china poblana en fiesta.
—Hablar de Sor Juana siempre implica un reto por la trascendencia que tuvo en vida y aún después de ella en el legado de las letras novohispanas y en el entendimiento de la mexicanidad. ¿Cómo entender la huella de Sor Juana Inés de la Cruz en las letras del Siglo de Oro y en las actuales?
—No me atrevería a comparar en ningún momento mi quehacer de divulgación e historiadora con el quehacer de gente como Octavio Paz, Ramón Xirau o Margo Glantz que han escudriñado en la vida y obra literaria de este intelecto. Porque más allá de ser mujer es un intelecto brillantísimo. Lo que como historiadora e investigadora quiero hablar de esta mujer son las decisiones que tuvo que tomar para poder ser ese monstruo intelectual. Casarse no era la opción. Tuvo que meterse a un convento y ser monja para poder estudiar.
Hoy vas a la universidad como mujer, aunque todavía no todas las mujeres tienen acceso en el mundo a una educación universitaria. Pero en el barroco en que le tocó vivir a Sor Juana era imposible, impensable, y sin embargo ella buscó la manera de beberse el conocimiento entero y lo hace entrando al convento y dando rienda suelta a ese cerebro y mente luminosa. Tomó la decisión de dedicarse al conocimiento. Eso es fundamental en el personaje como mujer, más allá de lo intelectual. Una mujer que toma esa decisión. No siempre les va bien, sus decisiones no siempre traen buenos resultados a sus vidas. Algunas acaban en tragedia o, como Sor Juana, son silenciadas. Pero debemos subrayar la trascendencia de esa decisión que tuvieron. Se atreven. Por eso despuntan, retan a sus tiempos y logran cosas que van abriendo brecha para las mujeres actuales.
—Recuperas a un personaje como la Güera Rodríguez, muchas veces, como señalas, malentendida. Y es interesante que lo hagas teniendo en cuenta el papel que también tuvieron en esa época la Corregidora y Leona Vicario, por decir dos nombres. ¿Qué te decantó por hablar de la Güera?
—Efectivamente hay mujeres de la revolución de Independencia muy destacadas. Leona Vicario, Josefa Ortiz y muchas otras como Mariana Rodríguez del Toro que participaron. Y aquellas que se lanzan al vacío sin nada más qué perder también están en esas luchas. Pero decidí hablar de la Güera Rodríguez porque es de esas mujeres inventadas. La conocemos porque alguien dijo algo. Alguien escribió tal y se fue haciendo una bola a través de dos siglos de lo que fue su vida. Es tachada de mujer de la Corte, de moral distraída, que logró todo porque era de una belleza inusitada y brincaba de cama en cama.
Nada más lejano con lo que realmente sucede con la vida de esta criolla que vivía en una posición acomodada, pero eso no quiere decir que no haya sufrido ni vivido en carne propia un matrimonio abusivo, donde había violencia, celos. Ella levantó la mano y le dijo al virrey que no podría seguir viviendo más con ese hombre que la acusaba de adulterio. Algo que no era verdad por lo que la violencia de la que era objeto no le permitía continuar viviendo con él a pesar de que la posibilidad de un divorcio no existía.
Ella puso un límite y ahí me di cuenta de que no conocemos bien a la Güera Rodríguez, no conocemos muy bien los motivos por los cuales apoya al grupo del que ella proviene, que es el de influencia económica, hacendados. Lo que quería era buscar el bienestar de esos mexicanos que ya eran distintos a los españoles peninsulares. Ya no son criollos, van a ser los primeros mexicanos. Por eso ella aporta al movimiento de Independencia, porque se va a rodear y estar muy cerca de esas conspiraciones autonomistas. También es una mujer intelectual con el nivel de tener en su casa tertulias, donde fue la semilla sembrada de esa temprana independencia.
—Ya en la época del México independiente cuentas la vida de La Marquesa Calderón de la Barca y Concepción Lombardo Miramón. ¿Cuáles son los valores e ideales que encuentras en ellas como hijas de la historia?
—Ellas encarnan un siglo durísimo para los mexicanos y las mexicanas. A todas las mujeres nos ha tocado tomar partido, hemos abrazado creencias, hemos apoyado movimientos. Y, sin embargo, este par de mujeres, una en el principio del siglo XIX y otra al final, esbozan muy bien lo que sucedió en un siglo convulso, donde nos costó muchísimo trabajo definir qué forma política iba a ser la adoptada por este nuevo país. Entonces, cuando llega una mujer escocesa, pasada por Boston, y termina en Puente de Alvarado, es una mujer que a mí me gusta meterla, aunque no sea mexicana porque, como dice Chavela Vargas, los mexicanos nacen donde se les da la gana. Ella arraiga muy bien eso de los mexicanos al hacer un cuadro costumbrista con sus letras sobre cómo éramos, cómo no éramos. Esas cartas epistolares, aparentemente para su familia, se convierten en un libro editado por uno de los historiadores más importantes norteamericanos.
Independientemente de que fue publicada en vida como mujer y por esos historiadores, que ya es una hazaña en sí, lo que hace es que hoy por hoy, si lees a la Marquesa Calderón de la Barca, puedes encontrar muchos rasgos de nuestra cultura y quizás entender por dónde ese pasado nos está diciendo que vayamos manejándonos por el futuro. Por eso la Marquesa y su obra son tan vigentes actualmente. Esboza toda esa inestabilidad de la primera mitad del siglo XIX.
Concepción Lobardo Miramón es una mujer de creencias, de convicciones. Las lleva hasta el último día de su vida. Le toca vivir con otro mexicano que también lleva sus convicciones hasta el final de la tragedia personal. Si bien tenemos patria por esa generación de liberales como Juárez y todos ellos que tuvieron a bien restaurar la República en 1867, no fue sin el remamamiento de mucha sangre, sin el encono de hermanos mexicanos liberales y conservadores. Yo quería dar voz a los otros. A los que se opusieron a esos liberales. También hay que entender a lo otro y lo otro es Concepción.
Una mexicana que creía cómo debería de ser México a lado de Miguel Miramón. Que termina siendo casi como un niño héroe porque si no hubiera sobrevivido el ataque en el Castillo de Chapultepec, sería un niño héroe porque él también estaba estudiando en el Colegio Militar. Y vive la tragedia de ver al México mutilado después de la guerra con Estados Unidos y tiene otra idea para México. No es la idea que comparte con Juárez. No está de acuerdo con la usurpación de Maximiliano y, por azares del destino, regresa a defender algo por lo que él creía y acaba fusilado justo con Maximiliano en el Cerro de las Campanas. Quería darle voz a esta mujer de esa parte trepidante del siglo XIX.
—Con Carmén Serdán planteas una situación, por qué se ha borrado el papel de las mujeres de la Revolución teniendo a personajes precisamente como ella.
—Si hay muchos pasajes de la historia donde no hay luz suficiente, muchísimo menos para las mujeres. Justo cuando empiezo a escribir este libro me doy cuenta que hay tantas mujeres. Fue bien difícil nada más dejar a diez. Pero en el tema de Carmen Serdán todavía peor. En ese estado que nace de la Revolución, en la que pierden la vida sus hermanos, ella también arriesga, porque no nada más fue propagandista de las ideas democráticas de Madero poniendo sus creencias por delante, sino que también defiende con el rifle cuando son masacrados en su casa. Defiende las ideas que ella creía correctas, pero el siglo XX no le da mayor difusión. Le dan una ramplona pensión de diez pesos que luego se la dobletean a veinte pesos y pasa desapercibida una mujer activista muy cerca del sufragismo. No se podía votar y sin embargo toma partido. Insisto, este libro se trata de mujeres que toman sus propias decisiones.
—Retratas la modernidad a través de Antonieta Rivas Mercado, mecenas y una gigante de la Literatura, y de Dolores del Río, quien rompe ese paradigma y se dedica a lo que ella quería con un éxito notable. ¿Identificas esta ruptura como uno de los principales motores de los actuales movimientos feministas?
—A Dolores del Río puede uno tomarla como bandera porque ella encarna ese siglo XX pujante de cambios para las mujeres. Pero Antonieta Rivas Mercado no tuvo tanta suerte. Nace en un tiempo que no le comprende, la siento totalmente anacrónica porque si hubiese nacido más adelante del siglo XX su vida hubiera sido plena, exitosa, una escritora en ciernes. La tragedia de su vida no sólo cercena a una mujer, sino a una escritora en ciernes que hubiera llegado al tamaño de los contemporáneos con los cuales ella tiene mucha relación.
En el caso de Dolores del Río, ella sí encarnó luchas que nosotras las mujeres no habíamos conquistado todavía a inicios del siglo XX como heredar, poder educar a los hijos, tomar la decisión de no tener hijos, divorciarse, votar. Todo eso lo encarna. Decide dedicarse a su persona, a su carrera de una manera profesional y a lo grande, y vivir modernamente un siglo pujante como el siglo XX en propia piel. Y todavía tener esa voluntad y poder de promover un Festival Internacional Cervantino porque el arte y la cultura, para ella, fue el medio para emanciparse y vivir la vida como ella la quería vivir. Quería que otras mujeres como ella siguieran a través del arte y de la vida internacional un espejo de México para el mundo. Que las mujeres pudieran aprovechar esa brecha que ella abrió.
—Si hubieras podido agregar un perfil más, ¿a quién hubieras agregado?
—Efectivamente estuvo también al final del libro Hermila Galindo, también una mujer poco contada, muy interesante y muy importante lo que ella buscaba, el sufragio. Ella fue secretaria particular de Venustiano Carranza, muy cercana a la Revolución y a la lucha de las mujeres. Sin embargo, la tuve que dejar un poco a lado –no que se olvide– porque no logra en vida ese voto para las mujeres. Pero sin duda es un personaje que también hay que recuperar y visibilizar.