Armando desapareció en Guanajuato hace un año y su familia lo busca; su hijo lo extraña, dicen

18/09/2020 - 1:41 pm

Acercarse es difícil pero necesario, porque las desapariciones son de todos y todas, desgarran a la sociedad entera, sin excepciones. A la pandemia de esta violencia no se escapa con milagros, ni mirando para el otro lado, agachando la cabeza, o repitiendo frases convenientes y creyendo que sólo les pasa a otros. ¿Qué hacer?

Por Fabrizio Lorusso

Guanajuato, 18 de septiembre (Pop Lab).- El 18 de septiembre de 2019, como todos los días, me lanzo a trabajar a la universidad. León despierta primero, el resto de Guanajuato le sigue al ritmo de la provincia. Como siempre, prendo mi moto, rodeo el Nou Camp, tomo el bulevar López Mateos y doy la vuelta a la izquierda en Francisco Villa, rumbo al norte. La mirada cae sobre las portadas de periódicos violentos, testigos de papel de esta época guanajuatense desbordada.

La zona se considera céntrica. Pareciera razonablemente segura, con sus banquetas arregladas, la luminaria eficaz y los negocios que abren uno tras otro, en serie, de ambos lados de la avenida y sin discontinuidad. La lluvia nocturna de fin de temporada deja espacio al sol septembrino mientras mi moto rebasa semáforos verdes y rojos. No me doy cuenta de nada.

Isaac es un chico lleno de ilusiones, que le gustan mucho las motos, que tenía muchas ganas de viajar, con muchas ganas de tener su negocio, de darle lo mejor a su hijo. Es su ilusión. Se divertían mucho y su hijo lo extraña, dijo Armando, su papá.

Armando Isaac llega al trabajo en su motoneta, parecida a la mía. Como todos los días, va abriendo la compuerta de su local, su especialidad son las mascotas, sus accesorios, alimentos y bienestar. Las llaves todavía las tiene metidas en la chapa del vehículo. De los negocios vecinos se asoman: “Buenos días, ¿cómo estás?”. Pasan unos segundos y la calle se inunda de ruido, corre la oruga impaciente, chillan los cláxones, y bajan infames sujetos de una camioneta.

Isaac es un muchacho muy inteligente, muy pensativo, él quería terminar su carrera, es un muchacho que tenía dos carreras, truncas, pero tenía sus dos carreras: comercio internacional y psicología. Y tenía muchas ganas de terminarlas e irse, viajar. Se detenía mucho por su hijo, que lo adora. Pero es un muchacho, es un tipazo, es muy lindo. Bueno soy su madre, verdad, ¿yo qué puedo decir? Pero es un muchacho muy lindo, muy educado, dice Silvia, su mamá.

La tienda queda cerrada, desde entonces. Armando Isaac fue desaparecido ese día, mientras yo llegaba a la Ibero y saludaba a los guardias. Ya nadie conoce su paradero, aunque hubo testimonios de cuando se lo llevaron y finalmente el vehículo de los perpetradores fue hallado, demasiado tiempo después.

“Él cumple un año”. “Mi hija tiene tres años y medio”. “¿Su marido? Ya van a ser dos meses”. Así, como un doloroso aniversario, una suerte de cumpleaños al revés, muchas familias de las y los desaparecidos hacen memoria, a partir del quiebre del tiempo, desde que se impone una ausencia forzada dentro de sus vidas. ¿Qué hace la desaparición?

“Nos ha cambiado totalmente, es muy triste despertarte y pensar si él también tiene la oportunidad de despertar. Cuando comes, pensar si él también tiene la oportunidad de comer, de ser querido, de que alguien le diga algo bonito, pues es muy triste y te cambia porque piensas todo el santo día en ellos, piensas: ¿Qué pasó, y por qué le pasó a él?”, comentó.

Foto: Pop Lab.

“Vivo con una tristeza, con una incertidumbre de no saber cómo está o en dónde está, vivo con miedo y, a la vez, con mucho coraje por todo lo que pasa”, explicó el papá de Isaac.

Van contando los días, los meses y los años desde el momento en que ya no supieron nada de él o de ella. Desde allí la vida toma otro curso, la cronología empieza desde cero, de nuevo, como si se hubiera abierto una línea temporal paralela marcada por el dolor, la incredulidad, la búsqueda y la esperanza del encuentro. Se habla del tiempo suspendido, y lo mismo se dice del duelo, pues no se puede cerrar hasta encontrarles. Dos mil cuatrocientos treinta y cinco. Son nuestros desaparecidos de Guanajuato. Más de setenta y cinco mil en todo México.

Quienes creen estar en otro mundo, en donde la desaparición no ocurre, no se ve o no les puede afectar porque – dicen – “es algo que pasa a quienes andan en malos pasos”, no lo pueden ni quieren entender ese dolor. Tampoco lo entendemos, o no del todo, quienes no somos víctimas, aunque ejerzamos la empatía y percibamos el sufrimiento.

Acercarse es difícil pero necesario, porque las desapariciones son de todos y todas, desgarran a la sociedad entera, sin excepciones. A la pandemia de esta violencia no se escapa con milagros, ni mirando para el otro lado, agachando la cabeza, o repitiendo frases convenientes y creyendo que sólo les pasa a otros. ¿Qué hacer?

Recomiendo que en cuanto vean que no saben nada de su ser querido, luego luego levantar una denuncia, luego luego en las redes sociales, cosa que a nosotros nos dijeron que no, que nos esperáramos, que después nos iban a chantajear y no sé qué tanto.

Yo opino que hay que difundir luego luego en las redes sociales en todos lados, porque sabemos que todo esto muy mal, no te dan respuestas, las cámaras no sirven. Entonces, nadie sabe nada. Tiene uno que estarle viendo la cara a la gente que tiene cámaras para saber si pasó por allí, si nos prestan las grabaciones, entonces hay que hacer mucho ruido, es lo único que yo puedo decirles. Y que no están solos, hay que gente que está preocupada también y estamos con los brazos abiertos en varios colectivos que nos ayudan, y que ayudamos. [Silvia, mamá de Isaac]

“Para mí la búsqueda es hacer hasta lo imposible por encontrarlo, saber de Isaac, realizando búsqueda en vida. Es hacer todo por Isaac y por otras personas que viven y están en la misma situación. Es solidarizar con familiares, es estar en una familia que siente y te entiende lo que vives, es levantar la voz para ser escuchado”, refiere su papá.

Conocí a Armando Isaac un par de semanas después de su desaparición, ya era octubre. En una feria de artesanías nos vimos la primera vez a través de las palabras susurradas de su tía, amiga quien trabajó un tiempo conmigo. Ya no estás, pero sí estás. La memoria vence la ausencia, y allí fue cuando platicamos sobre el inminente nacimiento de un colectivo en Irapuato. Cada vez más gente sentía el mismo dolor y quería hacer algo: unirse, compartirlo, transformarlo, no dejarle ganar el partido así no más.

El papá y la mamá de Armando Isaac, Armando Rodríguez y Silvia García, fueron el 8 de noviembre a la primera reunión de ese colectivo y a las siguientes, cuando era posible. Mientras tanto, no dejaron de buscar, investigar, presionar a los que deberían hacerlo, juntar evidencias, testimonios, recorrer oficinas y calles, encontrar a ministerios públicos, así como a otras familias en la misma situación. Hermanas del dolor, se dicen. Y no han dejado, junto con esta comunidad y con quienes se le han acercado para prestar apoyo, de participar en lo que hoy es el movimiento de familiares de personas desaparecidas en Guanajuato.

En los colectivos yo creo que somos una familia, nos comprendemos, sabemos del dolor y de lo que sentimos, porque muchas veces no lo sentimos con la familia. Es vernos a los ojos sin saber lo triste que estamos y que las comprendo y que me comprenden. ¿Sí? Yo creo que a veces se llora más con ellos que hasta con la familia. Y al no estar con ellos, a lo mejor te hacen menos caso las autoridades, y así ya en familia, en grupo, muchos, tenemos que alzar la voz, sí, para gritar, para que todos nos escuchen, nos entiendan y sepan que está pasando algo muy grave y muy triste.

Con reuniones y pancartas, entrevistas y marchas, árboles de esperanza, diálogos y valor, han logrado, todos y todas juntas, que el drama social de la desaparición, causado por la violencia estructural, institucional, criminal, económica y simbólica que azota el estado y el país, fuera visibilizado y reconocido por las autoridades que lo negaban y criminalizaban a las víctimas.

Algo, todavía poco quizás, va cambiando. Y ojalá sea para bien. Aun así, reinan todavía la impunidad, los retrasos institucionales, la administración del dolor de las víctimas por parte de las autoridades.

La relación con las autoridades es buena, nos han dado buena atención, nunca han sido groseros, pero lo que nosotros queremos son resultados, los avances de las investigaciones son pocos y los resultados son lentos [Armando, quien busca a su hijo, Armando Isaac].

La esperanza no abdica en los ojos y las palabras de Silvia y Armando, esperando que Armando Isaac vuelva a su casa. Este amigo tan especial que no he podido tener. El hijo y padre, aspirante a viajero y motociclista, el psicólogo y comerciante del que me han hablado mucho, y que espero conocer en persona lo más pronto posible.

Porque cuando se lo llevaron, nos quitaron a todos y todas un pedazo de vida y de futuro. El futuro son los niños y las niñas que buscarán y encontrarán a sus papás, mamás, hermanos y hermanas. Son quienes podrán cambiar la memoria de esta noche terrible en que coincidimos a partir de un futuro posible más pacífico. Por ahora, tenemos el deber de no seguir heredándoles este presente.

Isaac tiene un hijo de 8 años. Él está muy triste y está esperando a su papi. De Navidad, de cumpleaños, su deseo es éste: que llegue su papá, que llegue en su moto y que toque la puerta para abrazarlo. Sí dejó un niño, y ese niño le extraña mucho.

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