El ataque del 9 julio de 2014 cobró la vida a José Luis Tehuatlie, a quien le fue diagnosticada muerte cerebral. Tuvieron que pasar cuatro años para que la Ley Bala fuera derrumbada, y aún así cobró una vida más: hace un mes, el 19 de agosto, murió Martín Romero. Los proyectiles de gas le desfiguraron el rostro. Le dañaron las cuerdas vocales. Le dieron en el estómago y esa fue su perdición: las heridas fueron un tumor que se volvió cáncer en el estómago. En junio de este año cayó en cama. “Y ya no se levantó”…
Chalchihuapan, 18 de septiembre (Periódico Central/SinEmbargo).– A la entrada de la junta auxiliar de Santa Clara Ocoyucan, en esta comunidad poblana sumida en la pobreza, la gente colocó una réplica de “La Piedad”, obra esculpida por Miguel Ángel entre 1498 y 1499. Es una Virgen joven que sostiene en sus brazos a un Cristo que ha muerto. El pueblo quería colocar allí, sobre ese mismo pedestal –junto a la carretera y bajo los cables de luz– la estatua de un ángel, en recuerdo de José Luis Tehuatlie. Pero se decidieron por la madre renacentista eternamente joven, de mirada caída, que carga el cuerpo sacrificado de su hijo.
La decisión no se tomó, seguramente, por un canon artístico o religioso. Fue un flechazo de suerte. No sabían, entonces, que no sólo habría un ángel victimado: los vecinos de Chalchihuapan, que aún lloran la muerte del niño, tuvieron que sepultar hace apenas un mes a otra víctima de la Ley Bala, promovida por el entonces Gobernador Rafael Moreno Valle. Otro murió por los excesos y –en este caso– el abandono oficial: un golpe en el estómago mal atendido se volvió tumor y, sin atención, se transformó en la causa de su muerte.
El Congreso de Puebla derogó la Ley Bala en días pasados; un Congreso nuevo, opositor, más sensible al reclamo. Pero el dolor en los vecinos de San Bernardino Chalchihuapan no desaparece.
Los habitantes de esta junta auxiliar de Santa Clara Ocoyucan llevan en la memoria el 9 de julio del 2014, cuando agentes del Gobierno estatal se lanzaron contra ellos por ejercer su derecho a la protesta. Hoy, allí mismo, donde se dio el ataque, se levanta esa “La Piedad”; justo al pie del puente donde Elia Tamayo vio ensangrentado a su hijo, el niño José Luis Tehuatlie.
La pérdida de un hijo no puede ser derogada. El dolor no puede ser derogado. La Ley fue demolida pero el recuerdo es piedra: está en todo el pueblo. Y la gente recuerda.
El ataque del 9 julio de 2014 cobró la vida a José Luis Tehuatlie, a quien le fue diagnosticada muerte cerebral. Tuvieron que pasar cuatro años para que la Ley Bala fuera derrumbada, y aún así cobró una vida más.
El 19 de agosto del 2018, hace un mes, murió Martín Romero. Los proyectiles de gas le desfiguraron el rostro. Le dañaron las cuerdas vocales. Le dieron en el estómago y esa fue su perdición: las heridas fueron un tumor que se volvió cáncer en el estómago. En junio de este año cayó en cama. “Y ya no se levantó”.
–Jamás se recuperó. Le curaron las heridas de la cara, otra [que tenía] en el estómago. Se le hizo un tumor en el estómago. No podían abrirle porque iba a contaminar todo. De eso murió –dice Mary Montes, la viuda de Martín Romero.
Por el pueblo de Chalchihuapan ya no se leen las consignas que duraron años. Ya no aparece el “Moreno Valle, asesino” o “Fuera Moreno Valle”. Pero no perdonan:
“Es un logro para mi pueblo que se elimine esa Ley. Pero llegó un poco tarde”, dice Jairo Javier Montes Bautista, el ex Alcalde auxiliar de Chalchihuapan, uno de los líderes del movimiento que exigía el regreso de los registros civiles a las comunidades poblanas.
El mismo Jairo Javier terminó en la cárcel después de la manifestación.
–Desde un principio no debió ocurrir. Sí, es una victoria ahora. Pero dimos bastante en la lucha para que esto se lograra. La muerte de un niño, por ejemplo. Yo di casi dos años de mi vida en prisión. No tenía que haber pasado todo esto –dice Montes en entrevista.
El ex Edil Auxiliar ahora trabaja vendiendo productos de jarcería que se fabrican en Chalchihuapan. Tiene que salir de las deudas que le dejó estar en prisión.
–Todavía nos arde en el pecho. Lo llevamos aquí, el dolor –dice Alejandra Montes, la tía de Elia Tamayo.
Elia, la madre del niño José Luis Tehuatlie, no está en su casa. En la calle Privada Allende número 14 solamente habita su hija mayor, Mariana, quien ahora tiene 19 años de edad y ya cursa la universidad.
–Casi no están. Se fueron a Veracruz. Vienen ahora para Día de Muertos. La más grande acá sigue, porque entró a la carrera –explica.
La casa donde vive la familia de Elia Tamayo, la de Privada Allende 14, sigue idéntica. A pesar de la indemnización de dos millones y medio de pesos que ordenó la Comisión Nacional de Derechos Humanos como reparación del daño –que fue parte de los 11 puntos de la recomendación 2VG/2014–, la propiedad sigue con piso de tierra.
El camino adoquinado que conecta el centro de Chalchihuapan termina justo en esa privada donde vive la familia Tamayo. La casa carece de banquetas y guarniciones. Varios perros callejeros duermen sobre esa tierra cubierta, desde hace cuatro años, de luto y sombra.
LA MUERTE DE MARTÍN ROMERO
Doña Mary Montes Jiménez, de 65 años, estuvo casada hasta la muerte con Martín Romero. Estaban por cumplir los 50 años juntos, pero los estragos de los proyectiles de gas le quitaron a la pareja de su vida.
Este 19 de septiembre se cumple un mes de la muerte de su esposo. Doña Mary apenas puede contener el llanto. Martín estaba por cumplir 70 años en octubre.
Martín Romero es el hombre cuya imagen se hizo famosa, con la mejilla derecha desfigurada. También tuvo daño permanente en las cuerdas vocales. Al momento del encontronazo entre los pobladores de Chalchihuapan y los elementos de la Policía Estatal, Martín se encontraba limpiando uno de sus predios en donde iba a sembrar nopales. Vio todo el bullicio de la autopista y temió que sus nietos resultaran heridos porque del otro lado del puente se encuentran los centros escolares de Chalchihuapan.
Así fue como lo alcanzaron los proyectiles de gas. En el rostro, en el estómago. Tres meses no pudo hablar. Pero, según su esposa, la segunda lesión en el estómago fue la que le provocó el tumor que le arrebató la vida.
–Fue por culpa de eso. Y hasta eso, él nunca me dijo que le dolía. Porque le curamos el de acá –señala a la mejilla izquierda– pero nunca nos imaginamos que se le provocó un tumor grande en el estómago. Al abrirlo se le podía contaminar todo el cuerpo. Y era diabético.
Doña Mary no tiene intención de buscar indemnización o demandar a nadie por la muerte de su esposo. Prefiere llevar su luto trabajando, buscando cómo mantenerse.
–Todo eso necesita dinero, pérdida de tiempo, abogados y todo eso. Y no tenemos dinero. Ahorita que él falleció otra vez gastamos dinero para enterrarlo. Para hospitalizarlo, para andarlo curando. Gastamos otro poco más de dinero. Estuvo tres meses muy mal y ya no se levantó. Como apenas falleció, todavía no nos resignamos a que haya yo perdido a mi esposo. Mi esposo estaba fuerte y sano, pero con esto que le pasó…
A Mary Montes, la derogación de la Ley Bala no le va a devolver ni a su marido ni la tranquilidad. Bien que lo sabe: tuvo que vender el predio que tenía con su esposo para poder pagar sus últimas curaciones, el hospital y el velorio.
Doña Mari sobrevive con una tiendita sobre la calle Cristo Rey, la que conecta el puente con la entrada principal de Chalchihuapan. Muy cerca de donde llegó un día la policía; muy cerca de donde una Ley le cambió la vida para siempre.
VICTORIA LENTA, A UN PRECIO ALTO
La derogación de la Ley Bala es una victoria lenta y le salió cara al pueblo de Chalchihuapan, dijo Jairo Javier Montes Bautista, el ex Alcalde auxiliar que fue encarcelado por encabezar la movilización del 9 de julio del 2014.
–La verdad al final sale, tarde pero sale. Estuvo bien que se haya derogado. Y va a servir como ejemplo para otros gobernantes de las cosas que no se tienen que hacer –dice.
Montes fue detenido a las 3:55 de la madrugada del sábado 18 de octubre del 2014, cuando siete camionetas de la Policía Estatal se internaron en Chalchihuapan y doce minutos después se llevaron al Alcalde y a cinco más. No conformes con el daño que habían causado, los agentes volvieron al pueblo a retener a otros. Así fue como perdió parte de su vida en prisión. Fue liberado casi dos años más tarde: el 4 de septiembre del 2016.
–Yo creo que está muy bien. Estuvo bien que la derogaran. Ya no celebramos mucho porque cobró una víctima y muchos heridos. Muchos detenidos. Entre ellos yo. Desde un principio no debió haberse aprobado porque a los gobernantes se les hace fácil enviar la orden de reprimir al pueblo detrás de un escritorio.
Jairo Javier Montes hoy no milita en partido político alguno, pero sigue interesado en un día regresar al cargo que le arrebataron el día de su detención.
–Me estoy dedicando a trabajar, pero no descarto que en las próximas elecciones pueda participar. Estoy trabajando en la venta de los productos de limpieza, a lo que se dedican todos acá en el pueblo. Hay que pagar las deudas porque uno se endeuda estando en prisión.
El ex Alcalde está por abandonar la casa de la que fue sacado a golpes y empujones y que se encuentra a unas cuadras de la Presidencia Auxiliar.
–No solamente fue nuestra lucha: hubo otras luchas que también fueron reprimidas de la misma manera. No hubo víctimas, así, mortales, pero esa Ley no era justa para nadie. Ya no estamos en años de Porfirio Díaz para que la gente sea reprimida. Si se hacen las manifestaciones es porque los gobiernos ignoran o no les interesa lo que la gente necesita –explica–. Es tarde que ahora se haya derogado pero sí era necesario. Yo siempre dije que eso estuvo mal. Tanto uso de fuerza fue exagerado. Y perdí casi dos años en la cárcel por una situación que se salió de control a ellos, al gobierno.
Jairo Javier Montes insiste en que los agentes, los de a pie, no son culpables de la orden que llevó a la muerte del niño José Luis.
–Nunca pude conocer al policía que disparó. No creo que haya tenido la intención de matar. Le dieron la orden de reprimir. Pasó eso y el gobierno no estuvo en disposición de dialogar. Siempre se nos dijo que fue nuestra culpa, que para qué nos manifestábamos. Nunca asumieron su culpa.
Y antes de despedirse, suelta: “No hay manera de reponer lo que pasó. Una muerte no se puede minimizar, comprar o pagar. Pero ya, pasó”.
Porque sí pasó. El pueblo lo sabe. Lo entiende, con los ojos agachados en señal de luto, “La Piedad”. Lo vieron los cerros enormes; cerros de siempre en Chalchihuapan.
Jairo Javier se despide: regresa a la jarcería. Y Mary Montes, a la tienda. Y los otros a los productos de limpieza, al nopal o al ixtle, que en este pueblo seco, abandonado por el desarrollo, no hay mucho más que hacer.
@mundovelazquez