90 gramos

18/09/2012 - 12:01 am

El alto consumo de azúcar se encuentra en el origen de un gran porcentaje de los casos de sobrepeso, obesidad y diabetes que aqueja a una parte significativa de la población mexicana. Los daños generados por este alto consumo de azúcar se dan desde muy temprana edad, a través de las grandes cantidades de azúcar que contienen los productos que se comercializan y publicitan para los niños. Estudios recientes del Instituto Nacional de la Nutrición han encontrado los primeros signos de daño metabólico en niños de seis años de edad; daños que, muy probablemente, se convertirán en enfermedades crónicas en la edad productiva.

En la historia de la humanidad nunca existió la disposición de azúcar como la que se presenta en la actualidad. De hecho, no podríamos entender la epidemia global de sobrepeso y obesidad que se ha convertido en el mayor problema de salud pública en varios países, como México, sin el alto consumo de azúcar. Y no existe ningún producto que represente el mayor consumo de azúcar en la dieta de los mexicanos que el refresco. De hecho, somos los mexicanos los mayores consumidores de refrescos en el mundo, un producto cuyo consumo habitual aumenta el riesgo de sobrepeso, obesidad, diabetes y síndrome metabólico.

Si usted le pusiera la misma cantidad de azúcar a una bebida que la que contiene un refresco, no podría bebérsela por lo dulce que estaría. Pongamos el ejemplo de la Coca Cola de 600 mililitros que contiene 16 ½ cucharadas cafeteras de azúcar. Si usted pone estas cucharadas de azúcar  en un agua de limón, por más cítrico que tuviera, difícilmente se la podría beber. ¿Por qué sí se puede beber esta cantidad de azúcar en una Coca Cola? Porque a estas bebidas les agregan sodio y saborizantes para bajar su nivel de dulzura. Entonces, nos preguntamos: ¿para qué le ponen tanta azúcar y después le tienen que bajar el nivel de dulzura con otros ingredientes? La respuesta está en lo que ocurre en el cerebro: aunque se baje el nivel de dulzura, a mayor cantidad de azúcar se genera una mayor reacción en el centro de generación de la dopamina en el cerebro.

En un estudio realizado en el Laboratorio Nacional de Brookhaven, titulado “Dopamina Cerebral y Obesidad”, y en otros más, se ha encontrado que al igual que las personas adictas al alcohol y a drogas fuertes, como la cocaína y la heroína, las personas obesas presentan una menor cantidad de receptores de dopamina. La dopamina que se genera frente a sensaciones de placer y que se encuentra en el origen de diversas adicciones, va disminuyendo conforme la adicción se establece y desarrolla. Esto lleva a que la persona requiera una mayor cantidad de la sustancia adictiva. Es decir, el adictivo genera un gran placer y una fuerte descarga de dopamina, sin embargo, su frecuente consumo va disminuyendo y el adicto requiere consumir una mayor cantidad. Si un niño desde temprana edad consume bebidas endulzadas, desarrollará un gusto/una adicción por este tipo de bebidas, que otro niño no acostumbrado a beberlas, encontrará extremadamente dulces.

En un estudio realizado por el Colegio de Medicina de la Universidad de Florida se encontró que las ratas alimentadas con comida chatarra en un par de meses se volvieron obesas  y sus niveles de dopamina se habían reducido, induciéndolas a comer más. Los cambios fueron profundos y difíciles de revertir. En otro estudio realizado por investigadores suizos, se dio alimento natural en altas porciones a un grupo de ratas y alimentos altos en azúcar y grasas a otro grupo. A pesar de que cada grupo recibió la misma cantidad de calorías, el primero mantuvo su equilibrio original en la generación de dopamina, mientras el que recibió altas cantidades de azúcar y grasas vio reducida su generación de dopamina, como en el caso de los adictos.

A la generación de esta adicción desde temprana edad por parte de la industria procesadora de alimentos y bebidas, a través de la publicidad y comercialización de sus productos con altos contenidos de azúcar, grasas y sal, se le ha llamado “el secuestro del cerebro”, tanto por el Center for Science in the Public Interest como por el Rudd Center for Food Policy and Obesity de la Universidad de Yale.

Las empresas que han sacado provecho de esta situación, en medio de la demanda de políticas públicas para combatir la obesidad y de que los etiquetados brinden información realmente veraz a los consumidores, han desarrollado su propio etiquetado y su propio criterio para establecer cuáles son las cantidades aceptables de consumo de azúcar para todo un día. Este criterio, que no tiene ninguna base científica, sólo busca mantener los altos contenidos de azúcar en los productos, generando y manteniendo la adicción al azúcar, poniendo en riesgo la salud de la población.

Existe un abismo entre lo que la industria considera un máximo aceptable de azúcar y lo que consideran, al respecto, organismos como la Organización Mundial de la Salud. Para la industria, 90 gramos es el “requerimiento diario” de azúcar. Para la Organización Mundial de la Salud, 50 gramos es el “máximo tolerable” de consumo de azúcar añadida al día. Entre ambos hay una enorme diferencia, que puede significar un incremento porcentual significativo en la población con sobrepeso, obesidad y diabetes. Esta diferencia se vuelve una amenaza cuando se engaña a través de un etiquetado que hace suponer a los consumidores que ingieren cantidades de azúcar en los productos que no representan un riesgo para la salud, cuando se tratan realmente de una amenaza.

Para poder etiquetar sus productos con alta presencia de azúcar añadida minimizando su contenido, la industria estableció 90 gramos como “requerimiento diario” sumando en ellos los azúcares naturales, y que si se recomiendan, que provienen de las frutas, las  verduras y los productos lácteos,  con los no recomendables de la azúcar refinada añadida a los productos. Sumando el azúcar añadida (no recomendable) a los azúcares naturales y necesarios de las fruta, verduras y lácteos (recomendables), se la oculta y se crea una confusión a los consumidores .

De esta manera, podemos encontrar productos que no cuentan con ningún azúcar proveniente de frutas, verduras o lácteos, sólo de azúcar refinada o jarabe de maíz de alta fructuosa, como los refrescos. Estos productos tendrían que contar con 90 gramos de azúcar añadida para cubrir el 100% del requerimiento diario. Es así, que una coca Cola de 600 mililitros dice en su etiquetado que contiene el 17% del “requerimiento diario”. Si usted se da cuenta que este dato se refiere a una porción de 200 mililitros y que, por lo tanto, el envase contiene tres porciones, concluirá que esa bebida contiene el 51% del requerimiento diario. Si se aplica la recomendación de la Organización Mundial de la Salud, como lo hemos señalado, debería decir no 51%, sino 126% del “máximo tolerable”.

La diferencia entre el etiquetado de la botella de Coca Cola de 600 mililitros que dice contener el 51% del “requerimiento diario de azúcar” (si nos damos cuenta que la botella tiene tres porciones) y lo que debería de decir: que contiene el 126% del “máximo tolerable” de azúcar añadida existe una enorme diferencia, diferencia que la Comisión Federal de Protección contra Riesgos Sanitarios sigue sin ver o, más bien, no queriendo ver.

Alejandro Calvillo
Sociólogo con estudios en filosofía (Universidad de Barcelona) y en medio ambiente y desarrollo sustentable (El Colegio de México). Director de El Poder del Consumidor. Formó parte del grupo fundador de Greenpeace México donde laboró en total 12 años, cinco como director ejecutivo, trabajando temas de contaminación atmosférica y cambio climático. Es miembro de la Comisión de Obesidad de la revista The Lancet. Forma parte del consejo editorial de World Obesity organo de la World Publich Health Nutrition Association. Reconocido por la organización internacional Ashoka como emprendedor social. Ha sido invitado a colaborar con la Organización Panamericana de la Salud dentro del grupo de expertos para la regulación de la publicidad de alimentos y bebidas dirigida a la infancia. Ha participado como ponente en conferencias organizadas por los ministerios de salud de Puerto Rico, El Salvador, Ecuador, Chile, así como por el Congreso de Perú. el foro Internacional EAT, la Obesity Society, entre otros.
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