Los enfrentamientos entre presuntos grupos delincuenciales en 2020 en Tepuche expulsaron a Guadalupe y su familia a un lugar que no es el suyo.
Por Martín González
Ciudad de México, 18 de agosto (Ríodoce).- El día de San Juan, la lluvia de balas en Tepuche arrancó a Guadalupe de raíz y le robó la esencia de su tierra.
A tres años de su desplazamiento, la desesperanza la hace presa. Y el regreso es un deseo vedado por un instinto de supervivencia.
Hoy, a 45 kilómetros de distancia, Guadalupe hace una pausa y llena sus pulmones con una bocanada de aire distinto al suyo. En un lugar que no buscó.
“Si no podemos regresar, ni modo. Vale más la vida…” expresa.
La de la mujer de 42 años y su familia es la historia que por su frecuencia se está haciendo recurrente. Desplazamientos forzados y pueblos “fantasmas” a causa de la violencia en los altos de Sinaloa.
El 24 de junio de 2020 en Bagrecitos, comisaría de Tepuche, en Culiacán, los enfrentamientos entre grupos delincuenciales sorprendieron a sus habitantes.
Aquel miércoles el tiroteo comenzó a alrededor de las ocho de la mañana. Entre las once y doce “todavía estaba fea la cosa”.
“Yo me encerré porque una bala perdida, lo que sea, puede caer. Duraron rato… Estuvo feo. No miraba yo, pero ‘oyía’ los balazos”, rememora.
DÍA DE SAN JUAN
Un día anterior, el 23 de junio, en Tepuche se reportó un enfrentamiento a balazos entre elementos del Ejército, la Marina, Guardia Nacional, Policía Estatal Preventiva y presuntos delincuentes. Y más tarde, entre el camino de Caminahuato y Ojo de Agua, se encontró una camioneta Toyota Hilux con siete cuerpos, de los cuales la mayoría tenía chalecos tácticos.
Al día siguiente, día de San Juan, Bagrecitos fue el escenario de las pugnas entre los grupos delincuenciales que dejaron nueve muertos. De los dieciséis muertos en los dos días, siete eran de Bagrecitos.
EL ÉXODO
Mal se tranquilizó la situación en Tepuche, ese 24 de junio, comenzó el éxodo. El exilio por la violencia en la serranía de Culiacán.
Familias enteras dejaron todo para ir en busca de nada.
Guadalupe, su esposo y una hija huyeron a Culiacán. A buscar la vida de “arrimados” con parientes en la cabecera municipal.
“Sí se batalló mucho porque vivíamos de arrimados…” cuenta.
Acostumbrados a la vida del campo, la ciudad era un lugar inhóspito en el que había que buscar trabajo para no morir de hambre ni de “arrimados”.
Su esposo, de trabajar las tierras, se empleó como ayudante de albañil. Y ella, para echar tortillas en un local de comida.
“Uno está impuesto al rancho”, dice Guadalupe, “aquí es muy distinto”.
La vida aquí es difícil, enfatiza, lo que perciben entre ella y su marido no les alcanza para solventar los gastos de renta, luz y agua.
“Está muy dura aquí la vida. No puede casi uno sobrevivir. No alcanza con lo que uno gana ni para pagar renta, luz ni nada. Pero qué le vamos a hacer. No nos podemos regresar”, lamenta.
A tres años de su salida, el futuro es incierto por falta de apoyo gubernamental, pues de tener una casa propia hoy no tienen nada.
“Yo he pedido apoyo de Gobierno para unos terrenitos y no he logrado. Ya tenemos tres años, y no nos queda más que trabajar, pobremente, para seguir adelante”, manifiesta.
Aunque la vida allá tampoco era fácil, al menos tenían el consuelo de que lo poco que tenía les pertenecía. Aquí no.
“Allá, pobremente, lo poquito que ganábamos era de nosotros. Aquí pagamos mucho. Ahí abonamos poco a poco hasta que ‘salemos’ de la cuenta. Está canijo…”, se duele.
EL MIEDO
La plática con Guadalupe es en su centro de trabajo en Culiacán. Pide no fotografiarla ni poner su nombre real por temor a ser reconocida allá en su rancho, al que ya no piensa regresar.
“Ya no hay nada que hacer allá. Nada de qué mantenerse. Aquí de perdida uno trabaja y saca cualquier cosa, pero allá no. No hay nada que hacer”, comenta.
El regreso para Guadalupe es incierto porque primero está la vida. Una vida distinta a la vivida allá en Bagrecitos, pero vida al fin.
“Le da miedo a uno regresar pa’ allá. Y vale más la vida…” enfatiza.