Un libro doble que refleja el “tiempo de vacaciones” de Paco Ignacio Taibo II: El olor de las magnolias y La libertad, la bicicleta, esta última una crónica de añoranza por el “Jefe”, el gran periodista que fuera Paco Ignacio Taibo I. Hay experimento literario, esa manera de no escribir los libros que ya sabe, sino el ir a buscar una gran aventura en la literatura.
Ciudad de México, 18 de agosto (SinEmbargo).- “Una vez me trajeron un libro griego y lo puse al lado de la edición mexicana y dije, ¡No!, ¿qué le habrán metido? Tenía 100 páginas más. Le digo entonces a mi traductor griego qué es lo que había hecho y me dice que así como el inglés tiene frases más cortas, el griego es más largo que el español. Ya me tranquilicé”. Paco Ignacio Taibo II (1949) cuenta la anécdota para demostrar si nuestro libro es más grande que el de él, contento como está de haber editado –por iniciativa del director de Planeta, José Calafell– dos novelas que no tienen nada que ver entre sí, pero que sí escribió “vacacionando”, en los tiempos “donde me calumniaban, en tiempos electorales, tú sabes”.
El olor de las magnolias y La libertad, la bicicleta son las dos nuevas novelas de Taibo y para que no sean caras a sus lectores, se publicaron las dos juntas, en un libro maravilloso, con un diseño como si se tratara de esos volúmenes de aventuras que venían cuando éramos chicos: leerla hasta el punto final, que se pare el mundo hasta que no la termináramos.
En El olor de las magnolias, Paco recuerda a un grupo de supuestos campesinos italianos que llegan a Veracruz durante la dictadura porfirista. Saben hacer de todo, excepto cultivar la tierra: entre ellos hay cirqueros, filósofos y hasta cazadores de conejos. Poco a poco descubrirán que Las Magnolias no es el paraíso que les prometieron y Lucio, el más joven del grupo, cometerá un pecado que, 80 años después, lo obligará a regresar a su natal Nápoles.
En La libertad, la bicicleta es recordado Paco Ignacio Taibo I, cuando fue cronista de ciclismo, “para escaparse de la dictadura franquista”. Se trata de una espléndida y personal crónica narrativa sobre la infancia del autor y la figura del Jefe, en un relato conmovedor.
–¿Cuándo escribiste estas novelas?
–Pues en las noches. En las mañanas recibía leña por parte de la campaña de calumnias, cosa que me divertía mucho, pensaba: ¿Qué van a inventar esta vez? ¿Qué frase he dicho en 1800 que me puedan atribuir y que le haga daño a la campaña de Andrés?, en las tardes andaba de mítines, conferencias y debates y a la noche escribí dos libros: una novela y un libro de reportaje familiar, no sé cómo llamarla.
–La libertad, la bicicleta, es nostalgia por tu padre
–Absolutamente. Pero eso es obligado, yo sabía que iba a ser un libro personal en términos de la relación cariñosa con mi jefe y era un misterio en su vida. Nadie lo conoce. Los que lo conocieron como periodista nadie sabía que detrás de él estaba el gran cronista ciclista que fue. Era una manera de huir del franquismo.
–Jorge Zepeda acaba de sacar una novela sobre ciclismo. La Guerra Civil en España no se ha terminado…
–Sí, una gran coincidencia. En el momento que salió mi libro salió la campaña “Por favor no toquen a Franco”, la carta de los generales en España. Espero que pronto salga la edición española, en España serán dos libros separados. En La libertad, la bicicleta, cuento que había un misterio en la vida de mi padre, algo que yo había vivido como niño. ¿Por qué un joven periodista de 30 años que nunca hizo crónica de deportes, por qué decide dedicar tres años de su vida a ser el gran reportero del mundo profesional del ciclismo? Un tipo que no sabía nada del tema. Me dediqué entonces a explorar esta historia. Tenía mis registros personales, mis memorias, mis recuerdos, las veces que hablamos mi padre y yo sobre el tema, pero me faltaban sus crónicas. Al morir papá, mi madre me heredó tres álbumes con fotos, recortes, estaban muy incompletos. Tardé en encontrar sus crónicas, tenía que ir a los archivos de los periódicos y encontré todas sus crónicas. Me pasé 10 días leyendo crónicas. Ya tenía el panorama completo.
–¿Qué querías contar?
–El tema era armar los porqués. Porqué mi padre decidía seguir al último ciclista, no al primero y fue un éxito. La gente lo recordaba como el gran cronista de ciclismo que hubo en España, por esta manera poco habitual que tenía para enfocar la crónica. Tenía mis memorias de infancia, el libro se iba armando con una visión del hijo hacia el padre, con las crónicas de él y cómo cerró ese capítulo de una manera abrupta después del accidente. El libro termina con la historia de un accidente en el que estuvo al borde de la muerte durante varios meses. Emigramos a México y ese capítulo de su vida quedó cerrado.
“Papá conserva en su álbum una foto terrible. El jeep está materialmente clavado entre las piedras del seto, destrozado. Parece un juguete trágicamente roto. Un par de paisanos levanta un cuerpo a unos metros, ¿será el de mi padre o el del chofer muerto? Abundan los mirones”.
–¿Aunque le preguntaras sobre el ciclismo?
–Sí, por más que yo le dijera: ¿Te fijaste que ese muchacho mexicano llamado Alcalá acaba de triunfar? Le valía madres. Había desconectado de ese mundo. Quedó mi gusto por el ciclismo profesional, me volví un súper aficionado. También me quedó esta idea de buscar la libertad de la dictadura franquista a través del ciclismo.
–El ciclismo es la libertad
–Sí, era, pero el mundo profesional lo ha convertido en algo mucho más mecánico y rutinario. La droga además ha hecho un daño tremendo. Ya no hay esta épica de gloria absoluta, que mi padre vivió en los años que escribía crónicas sobre el ciclismo. Yo recuerdo la subida al naranjo, que está en las afueras de Oviedo, a El Tarangu (José Manuel Fuente), granizaba, el tipo le sacó media hora a sus más cercanos seguidores, corriendo en medio del granizo, el suelo lleno de agujeros, al borde de la muerte y despeñarte porque es una carretera sin protecciones, pero llegó finalmente. La televisión le preguntó ¿Cómo llegaste? Me subieron ellos, dijo por la gente que lo animaba en medio del granizo. Nunca se me olvidará esa interacción entre un profesional deportivo y su gente. Esta épica grande, esta época dorada, nunca se me olvidará. Con esta crónica rendí homenaje a muchas cosas, a mi padre, a mi amor por el ciclismo profesional y me preguntaba cuando hice el remate si le iba a interesar a los lectores.
–El ciclismo, como en el boxeo, llegan deportistas con mucho sacrificio
–Sí, pero el ciclismo lleva una gran cuota de sufrimiento. El otro que me deja con la boca abierta es el montañismo. El escalar el Everest. Son deportes con una cuota de sufrimiento extra, ruptura de uno mismo, la búsqueda de los límites, realmente espectaculares.
–¿Qué pasa con El olor de las magnolias?
–Es una novela que llevaba muchos años escribiendo y no salía. Hasta que encontré la clave. Venía de Patria, que eran 1400 cuartillas de investigación histórica y dije: vacaciones. Quise escribir un libro de vacaciones, al final no escribí uno, escribí dos. Tiene ingredientes de experimentación literaria mucho más grandes. Era ficción, era novela, ya tenía los ingredientes, un grupo de campesinos italianos que llegan a Veracruz a principios de siglo, llamados por la oferta de Porfirio Díaz: Cultiven la tierra. No eran campesinos y ese primer enigma desata la historia. Quería contarla. Hay un personaje central, que es un adolescente, llamado El Diablo, que regresa a Nápoles muchos años después. A expiar una culpa de lo que vivió en algún momento de su vida. Me encontré con este melodrama que el tipo arrastra, potente y le metí el coro griego de las mujeres de Nápoles. Me quedé fascinado con Nápoles, es una de las ciudades más literarias del planeta.
–Recuerda el caso de los italianos ahora desaparecidos, ¿cómo ves México?
–En plena euforia. En un gran cambio. Un cambio que venimos pidiendo desde hace muchísimos años. ¿Que tan profundo? Veremos. Va a haber una doble acción, una por parte del gobierno en reparar daños y otra por parte de los ciudadanos en exigir que se reparen esos daños. Se abren tiempos interesantes. En algunos espacios de la vida diaria mejorarán las cosas ostensiblemente: Cultura, salud, al quitar el gasto de la corrupción se devuelve adonde deberían ir esos gastos. Uno vive en la esperanza de tantos años construyendo este futuro que se vive como presente.
–¿Cómo fue el experimento de escribir El olor de las magnolias?
–Nunca tuve esa referencia de tener a los tres italianos desaparecidos, pero comencé a escribirla en tiempos del inicio de la campaña de Andrés Manuel López Obrador, con un montón de debates, con gran juego sucio. En las noches me recogía a ponerme a escribir una novela. No me parecía contradictorio, sino complementario.
–Tú dices “vacaciones” y escribes dos libros
–Para mí “vacaciones” es cambiar de trabajo simplemente. Por eso aprendí a escribir muchos libros al mismo tiempo. Porque cuando uno no me convence, me paso al de al lado. El olor de las magnolias es de lo mejor que he escrito como literatura. Hay unos grados de experimentación que no había probado en el resto de mis obras. Lo gocé mucho como escritor. Es otro salto más. Tengo más de 65 años, ¿vas a seguir experimentando o vas a escribir los libros que ya escribiste?
–¿Por qué decidiste publicar los dos juntos?
–Es una historia interesante. Terminé casi al mismo tiempo los dos. Llegué a la editorial con las dos novelas en la mano. Publicarlas en un solo volumen, como dos libros de Paco Ignacio Taibo, se me hacían tan diferentes. Publicar como libros separados va a ser muy caro. No me gustaba la idea de apretar a mis lectores con el precio. Fue a Pepe Calafell, el director de Planeta América, a quien se le ocurrió un libro reversible. Me encantó.
–Son hermosas las portadas
–Sí, creo que fue un acierto de Planeta. La estética de ciclismo de los años 50 y un maguey con la bahía de Nápoles en segundo plano. Muy acertada.