Jorge Javier Romero Vadillo
18/07/2024 - 12:02 am
Los partidos en crisis: el PRI (2)
“Con el fin de aquel gobierno comenzó la hora final del PRI, su desmantelamiento y el trasvase de buena parte de sus cuadros y de su estructura a la nueva coalición hegemónica”.
Una vez que perdió la Presidencia de la República, en 2000, el PRI resultó incapaz de convertirse en un auténtico partido político en competencia con otros, con un programa y una identidad definida. Como gran coalición hegemónica, su cohesión no dependió nunca de un conjunto de creencias compartidas, ni de un horizonte común de políticas. La pertenencia al PRI significaba la aceptación de un conjunto de reglas del juego para acceder a las candidaturas o a los altos cargos de la burocracia, mientras que la base priista estaba compuesta por redes de clientelas articuladas por intermediarios que negociaban beneficios estatales y políticos para ellas a cambio de apoyo que les permitiera capturar parcelas de de rentas estatales.
El control sobre los sindicatos dependía de una legislación que no reconocía a ninguna organización laboral que no tuviera el visto bueno del gobierno y que otorgaba los contratos colectivos como monopolio de una vez y para siempre –poco han cambiado las cosas en este tema, a pesar de las reformas recientes que fuerzan a elecciones abiertas para ocupar las direcciones sindicales–, lo que, durante la época clásica del régimen del PRI, representó un elemento crucial del proteccionismo estatal a los empresarios “nacionalistas”, los cuales se enriquecieron desmedidamente al amparo de los gobiernos del nacionalismo revolucionario, mientras los salarios reales apenas si subieron durante cuatro décadas.
Esas características organizativas tenían como clave de toda la estructura a la Presidencia de la República con su sistema de renovación sexenal. Cada seis años el nuevo Presidente asumía la dirección efectiva de la coalición política y centralizaba el arbitraje de los conflictos. Cuando se perdió el control del presupuesto federal y ya no hubo nuevo líder nato del partido, la estructura comenzó a agrietarse. El PRI se partió en feudos y cada gobernador se quedó con su pedazo de control corporativo y clientelar, pero sin capacidad de articulación nacional, en disputa con otros gobernadores por el predominio nacional, mientras que su propio poder estaba limitado por la irreductible no reelección y la competencia electoral se hacía cada vez más aguda.
Otro elemento que había garantizado el funcionamiento de la maquinaria priista era la inexistencia de la opción de salida. Si a la hora de decidir una candidatura a gobernador, por ejemplo, el Presidente de la República optaba por un adversario, lo conveniente era aceptar el premio de consolación que la generosa maquinaria de reparto de empleo público podía conceder. Pero la crisis económica de la década de 1980 redujo notablemente la capacidad de reparto del botín estatal, lo que llevó a la fractura de 1987, y después, sobre todo a partir de la llegada de López Obrador a la dirección del PRD, los no favorecidos por el dedo presidencial tuvieron abiertas las puertas del PRD para llevarse a sus redes clientelares y competir contra su antiguo partido, limpiados todos sus pecados por el bautismo purificador otorgado por el caudillo en ascenso.
Entre 2000 y 2009 el PRI vivió una profunda crisis. Tanto los gobernadores como algunos de los líderes corporativos más fuertes entraron en disputa por el control de la dirección nacional. Un primer acuerdo entre Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo para que uno ocupara la presidencia del partido y la otra la secretaría general saltó en pedazos y se convirtió en enfrentamiento abierto que acabó con la ruptura de la líder magisterial, quien decidió poner casa aparte, fundo un nuevo partido gracias a su control clientelar del gremio magisterial y lo puso al mejor postor en la contienda electoral de 2006. La candidatura a la Presidencia de la República de Madrazo naufragó entre las disputas internas y el desprestigio del partido, mientras que Gordillo se convertía en pieza clave del apretado y disputado triunfo de Felipe Calderón en 2006, con lo que consiguió mantener el arreglo corporativo que ha resultado catastrófico para la educación en México.
Sin embargo, en 2009 el PRI se recuperó electoralmente y se comenzó a formar una coalición amplia de intereses en torno a la figura mediática de Enrique Peña Nieto, gobernador del estado de México, convertido en candidato de diseño por las empresas televisivas con el apoyo de distintos grupos empresariales y de la elite tecnocrática que buscaba impulsar un conjunto de reformas llamadas estructurales para insertar a México de manera más competitiva en el mercado norteamericano y mundial, mientras el PAN se hundía por el desastre del estallido de violencia y por la incapacidad de Felipe Calderón para mantener la unidad del partido y reagruparlo en torno a una candidatura viable.
La campaña de 2012 fue esencialmente un producto de diseño mediático. Peña ganó con cierta holgura y comenzó su gobierno con un ambicioso proyecto de reformas en torno al cual pudo construir una gran coalición con el PAN y el PRD, aunque a este último el acuerdo le costó la ruptura y, finalmente, el aniquilamiento, a pesar de haber conseguido una reforma fiscal progresiva, aunque limitada. Las reformas en general iban en el sentido de la construcción de un Estado menos arbitrario, con cuerpos profesionales autónomos para gestionar la competencia, las telecomunicaciones, el mercado de energía y la evaluación del sistema educativo. Aquellas reformas, a pesar de ser producto de una amplia coalición política de izquierda a derecha, nunca pudieron ser legitimadas ante la sociedad.
La férrea oposición de López Obrador y su movimiento, puesto a la cabeza de la resistencia al cambio, aliado a los intereses afectados, como el sindicalismo magisterial o los empresarios reticentes frente a las nuevas reglas económicas, que los obligarían a competir sin sus tradicionales protecciones políticas, derrotó al proceso reformista. Pero fue sobre todo la frivolidad del Presidente y de sus principales colaboradores, que sin pudor se enriquecían ante la mirada de todo el país y la manera torpe y tradicional de enfrentar la investigación sobre los estudiantes desaparecidos en Iguala lo que acabó por provocar el fracaso del gobierno de Peña Nieto, quien al final decidió rendir la plaza para cubrirse las espaldas y contribuyó al desprestigio del de por sí enclenque candidato de la alianza del PAN con el PRD y Movimiento Ciudadano, mientras su propio candidato no alcanzaba a despuntar. Con el fin de aquel gobierno comenzó la hora final del PRI, su desmantelamiento y el trasvase de buena parte de sus cuadros y de su estructura a la nueva coalición hegemónica, mientras los nuevos dirigentes disolvían toda la historia del partido en una coalición amorfa lidereada por el PAN, no por ellos.
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