Maruan Soto Antaki
18/07/2014 - 12:04 am
No seamos brutos
Es imprescindible abandonar el discurso de la percepción y recuperar el de la razón. Me las he arreglado para sacar de prácticamente cualquier conversación que tengo, la palabra creo. Todas las creencias son muy íntimas, no solo las religiosas, están las ideológicas, deportivas, culinarias, todo aspecto de la vida las permite. Con las creencias, cuando […]
Es imprescindible abandonar el discurso de la percepción y recuperar el de la razón.
Me las he arreglado para sacar de prácticamente cualquier conversación que tengo, la palabra creo.
Todas las creencias son muy íntimas, no solo las religiosas, están las ideológicas, deportivas, culinarias, todo aspecto de la vida las permite. Con las creencias, cuando son privadas, no me puedo meter, porque son de cada quien. No así las declaraciones.
Es peligroso hacer de los juicios una creencia dogmática. Internet abrió el mayor espacio para la extrapolación de ellas, todo mundo aquí va a creer en algo y lo que cree, se transformará en un hecho. Cuando esa creencia dicta el comportamiento social deja de ser íntima, se mete con el otro. Entonces sí voy a discutir.
Yo sé o no sé, yo pienso o al menos lo intento. No siempre me sale bien.
No es lo mismo pensar que creer, tampoco imaginar. Entre las tres, solo uno depende de la razón.
Me críe en una casa de izquierda, hijo de migraciones en un tiempo en que las ideologías –transformadas en creencias–, importaban demasiado. De los pocos recuerdos de mi niñez, ya que logré darle poca importancia a esa época, está la redacción del periódico Oposición, donde mi padre trabajaba. La semana pasada mencioné a la OLP, mi canción de infancia era el himno nacional egipcio, proveniente de los años cuando Siria y Egipto tuvieron la nada fructífera y hasta absurda idea de ser un solo país. Dicha canción se alternaba continuamente con La Internacional. Aprendí de esos años, absolutamente todas las canciones de los republicanos durante la Guerra Civil española. Pasé los primeros meses de mi vida en un hospital en Cuba, donde terminé por un problema de salud –no me interesaba comer–, gracias al Partido Comunista se me otorgaron los cuidados necesarios para que hoy escriba esto.
Pero no creo en la izquierda, porque no creo. Sé o no sé y por saber, también desprecio a la derecha. La historia me ha dado razones para hacer de esto una obligación moral.
Pareciera un compromiso de cualquiera dedicado a ciertas labores como la mía, sentir simpatía por una corriente ideológica en particular. Pero al referirse a Medio Oriente, la izquierda que leo tiene por momentos muy poco de zurda.
Se me tildó de derecha cuando apoyé –ahora lo pido–, una intervención de Estados Unidos o la OTAN en Siria. Esta semana corregí a montones de interlocutores cuando hablando de la crisis en Gaza, dijeron sin mayor responsabilidad: los judíos, todos ellos. Al hacerlo me convertí en un traidor de la causa, en alguien que no es de izquierda. Un amante del Imperio y entre lo que más me divirtió, me hicieron un humanista de mierda.
Las generalizaciones dependen de las creencias, no del saber. Abusan del poco lenguaje.
El nuestro es un país donde las calificaciones étnicas se transforman en despectivos, se usan al mismo tiempo que se rechazan, serán los judíos, los árabes, los gringos, pero como alguien se atreva a decir los mexicanos, santa la madre patria de nuestros orgullos, quien además es inmaculada. No se atrevan a insultarnos.
Conozco las generalizaciones, durante mucho tiempo, cada que entré a Estados Unidos, teniendo nombre y apellido árabe, fui invitado a pasar a un cuarto, sujeto de una revisión extenuante –más de lo normal, si es que hay normalidad en ello–, y descubrí cierta afición por los atomizadores de partículas que buscaban en mi organismo elementos explosivos. En Francia, he intercedido por mujeres musulmanas a quienes las policía les exigía sus papeles por traer niqāb.
Dentro de la condena internacional a los brutales ataques entre Hamas e Israel –unos mucho más brutales que otros, claro–, será difícil no detectar ciertos patrones en las opiniones, es decir las creencias, de muchos en redes sociales o medios de comunicación. Varios grupos de derecha, sin problema y no solo en México, continúan catalogando a los árabes como terroristas. Otros, que se venden como liberales, afirman que los judíos (amplio el término) festejan al impactar un misil en Gaza. No seamos brutos.
Dentro del juicio ideológico, se ha llegado sobre todo por parte de algunos sectores de izquierda –lo que es trágico–, a defender a Hussein, a Kaddafi, a Assad. Putin para muchos es bueno como Israel malo, el país completo con sus habitantes –entre los que hay árabes, musulmanes y cristianos–.
Estas posturas son fáciles, no espero que las expresiones de derecha las abandonen pero la izquierda que las adopta, si quiere ser congruente debe dejarlas a un lado.
Este juicio ha estado lleno de tropiezos, en 1993 Israel tenía un gobierno de derecha, la cosa se puso tensa. En dos mil se sufrió una gran escalada de violencia, con la izquierda en el poder –esa que debería estar más acostumbrada al diálogo–. Hoy, la centro-derecha de Nentanyahu hace lo suyo. Hamas y la Jihad islámica sentirán la simpatía de algún zurdo, pero reciben dinero de Qatar y ellos, no son muy liberales que digamos. Izquierdas y derechas están fuera de la cuestión en estos asuntos, si nuestro análisis se basa en las creencias, poco entenderemos las posibilidades de negociación, menos qué hacer cuando los efímeros instantes de paz lleguen.
La postura más tonta que he leído contaba un injusto margen de pérdidas a ambos lados del conflicto, el marcador decía doscientos y tantos palestinos contra un israelí muerto. El margen es grande. La indignación ideológica crece.
Criticar a Hamas como lo he hecho siempre, igual que al Hezbollah o al ISIS, no me hace tomar partido, tampoco me hace de izquierda o derecha, sólo ser menos ciego. A los dos primeros los conozco de primera mano, pero los tres son igual de bestias que cualquier otro fundamentalista, de Estado o no. Ningún misil en el mundo es defendible.
¿En qué momento nos pudrimos tanto que pensamos si las cifras fueran parejas, sería menos grave?
En el momento en que vimos la tragedia desde una silla auspiciada por las creencias.
Indignémonos porque hay muertos, entre ellos niños. No porque el score apunte a un lado. Lo criminal son las víctimas, no el marcador.
Desde hace veinte años he visto un escenario preocupante en la zona, cada paso adelante que resulta de las negociaciones, es seguido por dos pasos atrás y esos pasos en reversa, son cada vez más grandes. Y las víctimas no están dentro de las generalizaciones, ni todos los palestinos respaldan a Hamas, ni todos los israelíes al gobierno de Jerusalén. De hecho, históricamente, todos los pueblos cuyos gobiernos se han caracterizado por un exceso de fuerza y absoluta violencia, tienden a rechazar esa misma violencia.
La violencia es el espacio que queda fuera del lenguaje, a falta de él, entrarán los golpes, las balas, las bombas y los secuestros. Es la forma más primitiva de justicia: la venganza que le sigue al prejuicio y la descalificación. El talión es de animales. Cuando generalizamos hacemos un uso pobre del lenguaje, parecido a lo que hace Hamas y el gobierno de Israel al negarse a negociar. La violencia cesa, cuando aparece el diálogo: el lenguaje.
No seamos participes de ese ejercicio de estupidez extrema.
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