Aunque la familia inició su trámite para solicitar refugio en México desde febrero, las autoridades migratorias no le han dado respuesta o seguimiento a su caso. Sin dinero, los cuatro hondureños se preguntan si podrán avanzar hacia su destino en Ciudad Juárez, donde les espera trabajo.
Ciudad de México, 18 de junio (SinEmbargo).– Lucía* tiene 15 años y quiere ser abogada. Roberto, 14 años y le gustaría ser policía. Sin embargo, entre ellos y sus sueños existe un mar de trámites burocráticos en el Instituto Nacional de Migración (INM) y con la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) que, se quejan, ya les ha costado nueve meses de desesperación e impotencia.
Los dos jóvenes llegaron desde Honduras acompañados de Guillermo y María, los padres de Roberto, y quienes a su vez son el hermano y la cuñada de Lucía.
El grupo de cuatro personas salió desde una comunidad localizada a 64 kilómetros al este de San Pedro Sula, en Honduras, con rumbo a Ciudad Juárez, en Chihuahua, al norte de México, huyendo de la violencia de las pandillas de los Mara Salvatrucha.
La Ley de Migración de México especifica que se expedirá de manera inmediata una tarjeta de visitante por razones humanitarias a los niños y adolescentes extranjeros que ingresen al territorio, lo cual también se extiende a los acompañantes adultos a cargo de su cuidado.
La familia empezó su trámite en Tapachula, Chiapas, en febrero de 2022, pero perdió la esperanza de que pudieran regularizar su estancia en México por medio del estado de refugiado y la residencia.
Los cuatro recibieron sus tarjetas de visitantes y un documento que acredita el inicio de su solicitud de condición de refugiados, el cual especifica que no podrían salir del estado en tanto estuvieran en proceso.
“Nos dijeron que nos iban a enviar un correo, una llamada, pero nunca lo recibimos. Íbamos a las oficinas para pedir información de nuestro caso, pero los mismos agentes nos decían que nos esperáramos a que nos llamaran, siempre muy groseros, pero hasta el sol de hoy no sabemos en qué va nuestro caso”, comenta María.
Estuvieron en la ciudad fronteriza durante ocho meses, desde que llegaron en octubre de 2021, tiempo en el cual no recibieron respuesta sobre su trámite de estado de refugiado, y tampoco identificaron oportunidades laborales para quedarse en la localidad.
En ese momento decidieron retomar su rumbo hacia el norte de México. “Teníamos claro que no podíamos salir de Tapachula, pero ya no podíamos estar ahí tampoco, no hay trabajo ahí”, dice María.
Los cuatro trabajaron hasta reunir dinero para comprar un boleto de autobús para retomar su camino hacia Ciudad Juárez, y llegaron hasta el estado de Puebla cuando un retén de agentes migratorios los bajó del transporte y los llevó a una estación migratoria. Ahí estuvieron tres días previo a ser enviados a un albergue de migrantes en Tlaxcala.
Al inicio, el INM les dio dos opciones: regresar a Tapachula a continuar el trámite que estuvo detenido durante meses, o volver a empezar su solicitud desde cero en Tlaxcala. Fue hasta después que se puso en contacto con el Instituto Federal de la Defensoría Pública (IFDP) que la autoridad migratoria y Comar les dieron una primera cita, nuevamente en Tapachula, para el próximo lunes, por lo cual han tomando rumbo de nuevo hacia Chiapas.
Sin dinero ni redes de apoyo, María llora de la angustia.
“Las rentas aquí no son baratas. No tenemos trabajo. A veces quisiera sólo regresar a Honduras, pareciera que Dios ya tenía escrito para nosotros quedarnos allá”, lamenta.
Le molesta que las autoridades migratorias en México no les den respuesta, y siente que pareciera que en México y en Estados Unidos sólo avanzan aquellos extranjeros que tienen el dinero, principalmente quienes forman parte del narcotráfico.
“Eso nos pasa por querer hacer las cosas bien”, remarca.
HUIR DE LA VIOLENCIA
“Salimos de Honduras por la delincuencia y la violencia. Ahí donde estábamos era una zona bien tranquila, se podía decir que se respiraba paz, pero hace varios años entraron las maras y antes no se veían tanto, pero llegó un momento donde ya los teníamos en frente de la casa”, dice María. “Eran nuestros vecinos.”
La principal preocupación del matrimonio era que su hijo y Lucía –quien llegó a vivir con ellos a sus 8 años porque su mamá tenía complicaciones de salud– fueran reclutados por las maras.
Lucía cuenta que, en varias ocasiones, los pandilleros la habían llegado a buscar cuando ella salía de la escuela. “Yo siempre corría, me les escapaba”, comenta.
Los integrantes de las maras salvatrucha que vivían frente a su casa empezaron a generar violencia en el vecindario.
“A cada rato había tirazones (balazos), y estaba ahí la Policía. La Policía nos preguntaba si conocíamos a los mareros, les decíamos que no y se enojaban, pero uno tampoco hablaba porque la misma corporación los agarraba y los soltaba, y después le decía a los mareros quiénes los habían delatado y te amenazaban. A nosotros nos amenazaron”, recuerdan María y Guillermo.
De un día para otro, aseguran, tomaron la decisión de dejar todo y salir en un autobús hacia San Pedro Sula. Cruzaron hacia Guatemala, donde la misma Policía Nacional los detuvo y los extorsionó en dos ocasiones para que pudieran seguir su trayecto.
“Ha sido muy duro viajar con dos adolescentes. Venimos preocupados por todo lo que se dice que pasa en México, también. Ahora sí que salimos de las brasas para llegar a las llamas”, dice María.
ESPERAR ENTRE LA ESPADA Y LA PARED
Mientras María platica sobre las dificultades de atravesar México sin dinero, afuera del dormitorio Roberto y Guillermo juegan básquetbol con otros migrantes en el albergue.
Lucía los ve desde un asiento en las orillas de la explanada y se ríe de vez en vez.
Para María, el Instituto Nacional de Migración les ha puesto en una situación difícil y angustiante, un espacio entre la espada y la pared: no pueden continuar hacia Ciudad 7yJuárez, donde Guillermo tiene la posibilidad de obtener un empleo por medio de un conocido, pero tampoco quieren regresar a Tapachula sin que exista la garantía de que avanzará su solicitud de refugio.
Una parte de ella ya se quiere regresar a Honduras. Allá tampoco tenía una oportunidad laboral, pero no le agobiaba un trámite migratorio.
“Esperemos que alguien nos escuche y nos ayude. No sólo a nosotros, sino a muchas familias migrantes. No salimos de nuestro país porque queramos, salimos por la necesidad, por la violencia que nos empuja a dejar nuestra tierra y nuestros familiares. Dios hizo un mundo sin fronteras”, explica.
María se queda en el dormitorio y descansa.
En la explanada, Guillermo se sienta unos minutos mientras Roberto continúa intentando encestar el balón.
“Todo sea por un sueño, ¿no?”, dice Guillermo unos días antes de abandonar el albergue para retomar el camino hacia Tapachula, donde les espera una cita con Comar. Sonríe, como diciendo “Yo aún no me rindo”.
***
*Los nombres de las personas citadas fueron cambiados a su petición por cuestiones de seguridad.