El sacrificio masivo y la venta de burros crearon una escasez del animal en una región donde son esenciales para el trabajo agrícola, y para el transporte de productos, víveres y personas; en pocas palabras, se gestó una crisis.
Ciudad de México, 18 de mayo (InSight Crime).- Cuando cientos de burros desollados comenzaron a aparecer en la costa norte de Colombia sin ninguna explicación, los habitantes —y después las autoridades— comenzaron a hacer preguntas. La respuesta, como muchas en los casos de tráfico de vida silvestre, fue China. Pero el caso también puso al descubierto la propensión de la zona para este tipo de tráfico de vida silvestre.
El escándalo estalló donde muchas veces nace: con una conmovedora fotografía de los animales en cuestión. En la imagen, los burros parecen inclinados sobre la cámara para una toma en grupo, con las orejas apuntando en diferentes direcciones. Uno de ellos parece sonriendo.
Pero los informes no eran alegres. Era octubre de 2016, y El Heraldo informaba sobre el hallazgo de cada vez más cadáveres de burros a lo largo de la costa Caribe. Sólo en el departamento de Sucre, los residentes de diferentes municipios contaron 55 burros desolladas.
Las primeras teorías se dirigieron a la industria de cuero. La región y en particular el departamento de Sucre, tiene un gran número de curtiembres, por lo que fuentes locales tenían "la hipótesis de que las pieles se usaban para dicha industria".
La noticia se divulgó rápidamente, y llevó al organismo regulador del sector agrícola en el país, el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), a informar que en 2015 se exportaron 180 toneladas de piel de burro a China. El ICA añadió que al momento de exportarlos, el organismo realiza únicamente una verificación física de la mercancía para expedir un certificado de inspección sanitaria, pero que es imposible tener certeza de la procedencia de las pieles.
Ahí entró la Fiscalía General de la Nación, con la apertura de una investigación. Instalaron retenes donde paraban a los camiones que llevaban . Los camiones tenían placas de matrícula de Medellín y Envigado. El rastro se extendió más lejos.
Posteriormente, la Fiscalía atrajo a un participante en el tinglado. El colaborador dijo a las autoridades que el caso del departamento de Sucre no era aislado y que se estaba presentando el robo y la venta de burros en otros departamentos vecinos como Córdoba, Bolívar, Atlántico y Magdalena.
De hecho, a comienzos de 2017, en el departamento del Atlántico, 600 burros se reportaron como “desaparecidos”, informó la revista Semana. El colaborador declaró a la Fiscalía General de la Nación que esto hacía parte de un esquema al que pertenecían mataderos clandestinos y compradores internacionales.
En un informe posterior, los fiscales hicieron referencias al tráfico ilegal y el sacrificio no autorizado de burros y caballos que se remontaba incluso a los años noventas.
“Sobre todo, en Santa Cruz de Lorica y Sahagún, municipios de Córdoba, existen y existían empresas ilegales donde se agrupan y sacrifican estos animales sin ningún tipo de licencia… [para] poder vender su carne, piel, huesos y órganos internos”, informaron.
El sacrificio masivo y la venta de burros crearon una escasez del animal en una región donde son esenciales para el trabajo agrícola, y para el transporte de productos, víveres y personas; en pocas palabras, se gestó una crisis.
COLOMBIA: PARAÍSO PARA LOS TRAFICANTES DE VIDA SILVESTRE
Colombia es un paraíso para el tráfico de vida silvestre. Las cifras sobre el número de especies traficadas en el país oscilan entre 346 y 670; y la Unidad de Rescate y Rehabilitación de Animales Silvestres (URRAS) de la Universidad Nacional de Colombia estima que anualmente se trafican hasta 46 mil animales con un valor aproximado de 17 millones de dólares.
Entre 2016 y 2020, la Policía Nacional decomisó 97 mil 663 animales traficados –unos 25 mil por año. El departamento de Sucre tuvo el mayor número de incautaciones con 30 mil 189, seguido por Magdalena y Córdoba, que tuvieron 18 mil 768 y 13 mil 559 respectivamente.
Pero el uso exclusivo de decomisos para medir el tráfico de fauna da lugar a un mapa distorsionado de la realidad. En algunos de los puntos álgidos de la caza furtiva de animales silvestres, como Amazonas o Chocó, hay débil presencia del Estado y los decomisos que se hacen corresponden a una pequeña cantidad en comparación con el flujo total del trafico. Las incautaciones también ocurren hacia el último extremo de la cadena de suministro, después de que muchos de los animales están muertos.
Los decomisos mismos solo cuentan una pequeña parte de la historia, ya que detrás de estas cifras está el ingenio de los traficantes. En los últimos años se descubrió que los traficante cambian tinta por agua en bolígrafos para traficar larvas de peces de agua dulce a Asia. Otros usan pequeños tubos de rollos fotográficos para traficar ranas venenosas. Los traficantes sedan y atan con cinta a las aves en el interior de su equipaje y logran su cometido por medio del uso de documentos falsos u obtenidos ilegalmente.
Según datos de decomisos del Ministerio del Medio Ambiente, las especies más traficadas en Colombia fueron las tortugas, iguanas, loros, ardillas, monos y cinco tipos de ranas venenosas.
Los animales fueron obtenidos de diferentes regiones del país. Los anfibios provinieron principalmente del departamento del Chocó; las aves de las montañas de los Andes; y los mamíferos y reptiles de la parte noroeste del país, a lo largo de zonas costeras y montañosas. Sin duda, la mayoría de los animales se extrajeron de departamentos del norte y noroeste, y solo unos pocos fueron cazados de regiones del sur y el sureste.
Los motivos detrás de este crimen y los usos que se les dan a las especies traficadas son variados. Según URRAS, las especies más vulnerables al tráfico ilegal son: tortugas (por sus huevos), cocodrilos (por su piel), iguanas y boas (como mascotas), loros, guacamayas, turpiales y ruiseñores (para ser usados mascotas), monos y osos perezosos (mascotas), jaguares y tigrillos (por sus pieles o como mascotas), y saínos, tapires, lapas y venados (por sus pieles).
La demanda de pieles de mula en el norte de Colombia tuvo sus raíces en China. En años recientes, la población de burros en China ha experimentado un pronunciado declive. La causa de esa caída tiene que ver con un auge en el consumo de ejiao, sustancia gelatinosa derivada de hierbas y pieles de mula.
El ejiao se usa para tratar raras afecciones de la piel y como humectante; algunos creen que ayuda en el tratamiento de la anemia, los cólicos menstruales y ciertos tipos de cáncer. La demanda es alta. Según un cálculo reciente, China necesita cerca de cuatro millones de burros al año, pero sólo puede abastecer menos de dos millones.
Cuando China se encontró con una escasez de ejiao, la demanda de burros aumentó en África y Asia, en países como Malí, Nigeria, Burkina Faso, Suráfrica, Botswana y Zimbabue. Pero la demanda siguió aumentando, y los proveedores siguieron en desbandada hacia África y otros países. Pronto Suramérica se presentó como opción, especialmente en lugares con estados débiles y rancias tradiciones de contrabando y tráfico de animales, como Colombia.
RUTAS ALTERNAS, DOCUMENTOS FALSOS Y MATADEROS CLANDESTINOS
InSight Crime averiguó el paradero del investigador de la unidad forense de la Fiscalía General que estuvo a cargo de la investigación. Este señaló que las redes criminales usaban las mismas rutas montañosas alternas de los traficantes de oro y narcóticos: esas rutas se cruzan con altos riscos montañosos y se extienden por afluentes que conectan con algunas de las vías fluviales mas importantes del país. Si se topaban con un retén de la policía, podían camuflar sus rebaños entre el ganado vacuno, que también se mueve por esos senderos.
Al principio, relató el investigador, el grupo criminal compraba las burros y las sacrificaba en las fincas que administraba, pero cuando la oferta decayó, recurrieron al robo. Según los fiscales, los intermediarios pagaban entre 300 mil y 800 mil pesos colombianos (entre 100 y 250 dólares) por mula, dependiendo de si era robada o comprada. Lo paradójico es que el precio de estos animales por lo general ronda los 50 mil pesos (cerca de 16 dólares).
Antes de la creación de una zona de almacenamiento y sacrificio, usaban instalaciones públicos, incluidos los conocidos "corrales negros" ubicados en el municipio de Betulia. Allí, los traficantes podían dar apariencia de legitimidad a las burros, y borraban la posibilidad de determinar los orígenes ilícitos de los animales.
Esto era parte crucial del esquema. Para mover las burros, los transportadores debían presentar dos documentos claves: la Guía Sanitaria de Movilización Interna (GSMI), que certifica el origen de los animales y sus vacunas; más la Guía de Transporte, que certifica que el punto de origen de los animales y su destino final son legítimos. En ambos casos, el dueño o transportador también debe demostrar a las autoridades que la marca de los animales corresponde con los papeles. Según la Ley colombiana, esa marca debe incluir el lugar y la fecha de marcado, el nombre y la identificación del dueño de la marca, y el símbolo o las iniciales de la marca, además de la firma.
Pero existen formas de obtener esos papeles de manera ilegal. Los fiscales han identificado que en otros casos los ganaderos y transportadores pagan sobornos a funcionarios del ICA para obtener certificados de vacunación. También han descubierto marcas que no corresponden con sus propietarios: son nuevas, inventadas o simplemente superpuestas sobre la marca anterior.
“Todo ese papeleo puede falsificarse con mucha facilidad”, comentó un investigador a InSight Crime.
Es un mercado dinámico. Un hombre, que pidió que lo identificáramos como “El Tano”, relató que venía de una zona rural, donde se estaban robando las burros y él poseía varios pequeños pesebres para su comercialización. Compraba y vendía ganado, pero también dijo que hacía de intermediario para el robo de burros.
En la práctica, esto significa que compraba burros de mayoristas y las vendía a los procesadores. Cargaba los animales en vehículos que las llevaban a mataderos clandestinos. Los vecinos corroboraron su relato. En la zona no hay presencia de autoridades, por lo que sus actividades pasaron desapercibidas.
LA EXPORTACIÓN DE LAS PIELES
Cerca de 70 kilómetros al sur de estos puntos de almacenamiento, hay un matadero clandestino en una hacienda que, según la Fiscalía General, es propiedad de una pareja que hacía parte de uno de los grupos traficantes de pieles de burro. El matadero se encuentra a solo dos kilómetros de la carretera que se extiende por la costa Caribe, justo detrás de un zoológico de cría. Los fiscales afirman que esta pareja también posee una curtiembre en Barranquilla.
Las curtiembres, el criadero y el matadero eran actividades complementarias. Los burros robados se pasaban por el matadero para quitarles la piel, la cual luego se procesaba en un saladero y se almacenaba en cavas. Posteriormente se trasladaba a camiones refrigerados, antes de ser enviadas al exterior junto con los productos de las curtiembres. Su destino, según la hipótesis de la Fiscalía General, era China. Los cadáveres de los burros se enviaban al zoológico, donde los dueños alimentaban a los caimanes y cocodrilos, según relató un exempleado a InSight Crime.
La Fiscalía General dijo que la Corporación Autónoma Regional (CAR) de la zona –ente encargado de regular la cría y venta de animales, y de administrar otros recursos naturales– ayudaban a la pareja. Existen 33 corporaciones de este tipo en todo el país, ubicadas en regiones donde se comercializa fauna y flora.
En este caso, los fiscales sospechan que los delegados de la CAR inflaban deliberadamente el número de animales nacidos en el criadero, que exportaba ilegalmente pieles de cocodrilo y caimán. Los animales que se registraban adicionalmente en la documentación daban a los exportadores espacio adicional en la bodega de carga para despachar las pieles de burro.
“Hay un mercado para el espacio en las bodegas de carga», explicó el investigador a InSight Crime.
Ese espacio puede usarse en más de una forma. Además de enviar las pieles de burro tratadas, los exportadores pueden enviar pieles y cueros de otros animales capturados y sacrificados ilegalmente. Los fiscales también sospechan que lavadores de dinero y narcotraficantes pueden adquirir este espacio.
El tráfico de especies y el narcotráfico también coinciden de otras maneras. Los traficantes de droga por lo general usan los mismos tipos de químicos que usan los comerciantes de pieles de animales en el tratamiento de sus productos, como potasio, ácido clorhídrico y ácido sulfúrico.
“Es una coincidencia muy conveniente”, comentó el investigador.
Hay varias empresas colombianas que exportan pieles de burro y cuando InSight Crime indagó sobre dichas empresas, las autoridades afirmaron que ninguna cumplía todos los requerimientos legales para estas exportaciones. Muchas de las pieles, por ejemplo, no tenían un certificado que demostrara que habían sido limpiadas y esterilizadas para la exportación.
Al preguntar por la falta de dichos certificados y otras infracciones citadas por las autoridades, los representantes de las empresas minimizaron las acusaciones, por ejemplo, argumentando que no siempre solicitaban el certificado sanitario, porque países como China no lo requerían.
El ICA, según los delegados de las empresas, también era negligente. Dijeron que los reguladores no pedían los certificados de origen de las pieles de burro. Incluso que el instituto solo mantenía registros de los bovinos y búfalos en los criaderos. Sin registros de la población de burros, era prácticamente imposible hacer seguimiento al tráfico.
Esto permitió a los traficantes cometer sus crímenes a la vista de todos, según un vendedor de pieles de animales de una de las empresas exportadoras que habló con InSight Crime con la condición de mantener su anonimato. El vendedor dijo que sabía de un grupo de unos diez compradores que obtuvieron pieles de burro de grandes mayoristas. Sin embargo, para cuando InSight Crime habló con él en 2019, el vendedor dijo que la represión de las autoridades colombianas estaba teniendo un impacto y que estaba viendo cada vez menos pieles de origen ilegal.
Peor todavía, el tráfico puede estar mutando. Una fiscal del centro del país declaró a InSight Crime que en una reciente investigación puso al descubierto que un ciudadano chino operaba en un matadero clandestino. El hombre era experto en camuflar partes de mula para la exportación, incluidas la piel y las entrañas, que tienen otros usos. La fiscal agregó que se habían interceptado conversaciones telefónicas en las que expertos chinos enseñaban a los empleados de los mataderos a cumplir todos los estándares para el despacho de estos productos hacia China sin pasar por las grandes casas exportadoras de pieles.