¿Cuál es el legado, hoy, del Papa viajero? En opinión del teólogo Juan José Tamayo, “Juan Pablo II, con el asesoramiento ideológico del cardenal Ratzinger, convirtió la primavera teológica del Vaticano II en un largo invierno. Condenó las tendencias más creativas de la teología: teología de la liberación, teología feminista, teología del pluralismo religioso, impuso censura a los libros de estas teología, retiró de la cátedra a nuestros libros, nos retiró de las cátedras”.
Por Jesús Bastante
Madrid, España, 18 de mayo (ElDiario.ES).- Este lunes se cumple el centenario del nacimiento de Karol Wojtyla, hoy san Juan Pablo II. El Papa polaco, el tercer pontífice más longevo en la historia de la Iglesia y el más influyente en los últimos siglos. Obsesionado con el comunismo, el Papa polaco fue clave en el final de la Guerra Fría, pero también en la restauración de un modelo de Iglesia ortodoxa y rígida, frente a los vientos de reforma surgidos tras el Concilio Vaticano II.
Y es que, a lo largo de tres décadas, Juan Pablo II –con la inestimable ayuda de su mano derecha y sucesor, Joseph Ratzinger– se dedicó a fondo a dinamitar esa Iglesia “en salida” que hoy trata de reivindicar el Papa Francisco, entre crecientes dificultades por los grupos más ultraconservadores. Los “perdedores del Concilio” entre los que se encontraban Wojtyla y Ratzinger, consiguieron encumbrar las tesis más conservadoras, y acabar con las esperanzas de renovación de la Iglesia católica. Al menos hasta ahora.
El “LEGADO” DE WOJTYLA
¿Cuál es el legado, hoy, del Papa viajero? En opinión del teólogo Juan José Tamayo, “Juan Pablo II, con el asesoramiento ideológico del cardenal Ratzinger, convirtió la primavera teológica del Vaticano II en un largo invierno. Condenó las tendencias más creativas de la teología: teología de la liberación, teología feminista, teología del pluralismo religioso, impuso censura a los libros de estas teología, retiró de la cátedra a nuestros libros, nos retiró de las cátedras”.
Junto a ello, Wojtyla entregó el poder de la Iglesia a los movimientos más conservadores, desde el Opus Dei al Camino Neocatecumenal, pasando por Comunión y Liberación o los Legionarios de Cristo, a cuyo líder, el pederasta Marcial Maciel, el Papa polaco llegó a considerar “apóstol de la juventud”, haciendo oídos sordos a las crecientes acusaciones de abuso sexual contra el religioso mexicano.
Porque, además de perseguir a los teólogos progresistas, la otra gran herencia de Juan Pablo II fue el silencio ante el drama de la pederastia en la Iglesia. Durante décadas, la jerarquía eclesiástica minusvaloró y ocultó los abusos a menores por parte de clérigos en todo el mundo, y protegió a los abusadores. El de Maciel fue el caso más paradigmático, pero la lista de depredadores que salieron indemnes durante los años de pontificado de Juan Pablo II (1978-2005) resulta innumerable.
Su pontificado estuvo marcado por la lucha de bloques: comunismo-capitalismo, conservadores-progresistas, recta ortodoxia-teología de la Liberación. Juan Pablo II fue un Papa recto, duro, con las ideas muy claras. “¡No tengáis miedo!”, proclamaba al comienzo de su Papado. Pero hubo muchos que acabaron temiendo, y mucho, a Wojtyla.
ELIMINAR LA DISIDENCIA
Ambos, Wojtyla y Ratzinger, se volcaron en eliminar toda disidencia, especialmente en Latinoamérica, donde la Teología de la Liberación se había convertido en un peligro para los vientos que, entonces, soplaban en Roma. Famosas fueron sus ‘broncas’ con el arzobispo Óscar Romero –justo antes de su asesinato, en El Salvador– o con el recientemente fallecido Ernesto Cardenal por formar parte del Gobierno sandinista en Nicaragua, o su falta de reacción ante los asesinatos de Ellacuría y compañeros jesuitas en la UCA en 1989.
Juan Pablo II fallecía el 2 de abril de 2005, después de varios meses de intenso sufrimiento. Tras su muerte, la proclamación como “santo súbito”, su pronta beatificación y posterior canonización lo convertían en un ser mítico. La elección de Ratzinger como su sucesor parecía suponer que todo estaba atado y bien atado en la Iglesia, pero la histórica renuncia de Benedicto XVI posibilitó un cambio en la Capilla Sixtina.
Francisco es, probablemente a su pesar, una suerte de ‘revancha’ de la Historia de la Iglesia, que está volviendo, medio siglo después (los tiempos de la institución son un misterio) a ese Concilio que quedó congelado durante las décadas de poder de Wojtyla.
Paralelamente, la imagen de un Papa santo se ha visto opacada por el drama de los abusos sexuales, y la sensación –cada vez más, la certeza–, de que Roma sabía y que no quiso hacer nada al respecto más que lavar los trapos sucios.
El ejemplo del depredador Marcial Maciel, amigo y colaborador del Papa Wojtyla es el más evidente de una lista de casos que, hoy lo sabemos, contaron con el cerrojazo del Vaticano. Nadie investigó, nadie quiso saber. ¿De verdad Juan Pablo II no supo nada?, se preguntan las víctimas, que han llegado a exigir que se revoque su declaración de santidad, algo imposible (e impensable) en la Iglesia católica.
¿MERECE SER UN SANTO?
El domingo Francisco celebró su misa matutina –la última en ser transmitida online, pues las iglesias italianas y vaticanas vuelven a abrir este lunes– en el altar de su santo antecesor. Pero, ¿merece seguir siendo considerado santo?
El sacerdote Celso Alcaina fue funcionario del Vaticano en la década de los 70. Encargado, entre otras cuestiones, de las causas de beatificación romanas, opina que “no se ha tenido en cuenta la repulsa de muchos fieles hacia Juan Pablo II, particularmente –pero no sólo– por la involución operada respecto al Concilio Vaticano II. También por su conocida desidia o complacencia en el tratamiento de eclesiásticos pederastas”.
“Era un hombre de Dios, pero no es necesario hacerlo santo”, llegó a decir el cardenal jesuita Carlo María Martini, el único contrapeso con cierto nivel que, durante décadas, tuvo el tándem Wojytla-Ratzinger en Italia. El arzobispo de Milán fue uno de los 114 testigos llamados a prestar declaración durante el proceso de canonización de Juan Pablo II y, tal y como revela el historiador Andrea Riccardi, observaba con recelo el que Juan Pablo II fuera a ser proclamado santo. El propio Bergoglio, que finalmente fue quien firmó el decreto de canonización de Wojytla, prestó en su día testimonio en el proceso de canonización y admitió no compartir muchas cosas del Papa polaco.
Con su canonización, pareciera que se bendecía todo un pontificado, marcado por la represión de los teólogos progresistas, la restauración del modelo anterior al Concilio y el surgimiento de una Iglesia de la condena en lugar de la propuesta.
Para Tamayo, la canonización de Juan Pablo II “no le libera de esos gravísimos errores que tuvo a lo largo de sus 33 años de pontificado”. “Los dos comportamientos más perversos del último siglo en la Iglesia católica fueron el silencio del Pío XII ante el Holocausto, y el silencio y la complicidad del Vaticano, y de amplios sectores de todo el mundo, en relación con la pederastia”.
Para el teólogo, “los abusos fueron un cáncer con metástasis que empezó en la década de los 40 y que nunca se llegó a extirpar. Ambos comportamientos reflejan una falta de misericordia y de compasión con las víctimas que necesitan una condena de la historia”.