La lista de dolencias que los médicos del siglo XIX atribuían al corsé parece interminable. El estreñimiento, las complicaciones del embarazo, el cáncer de mama, la infección posparto y la tuberculosis se atribuían a esa prenda.
Por Serena Dyer
Ciudad de México, 18 de abril (The Conversation).– Cuando pensamos en un corsé, nos imaginamos a las damas de época agarrándose a un poste de la cama mientras una aguerrida doncella se lo ata agresivamente. El drama de Netflix inspirado en el periodo de la Regencia del Reino Unido, Bridgerton, muestra escenas similares.
En las semanas previas al estreno de la segunda temporada de la serie, Simone Ashley, que interpreta a la nueva heroína Kate Sharma, se quejó a la revista Glamour de los horrores de llevar un corsé. Afirmaba que el corsé le causaba “mucho dolor” y “cambiaba su cuerpo”.
En la primera temporada, Prudence Featherington (interpretada por Bessie Carter) llevaba un corsé muy apretado. La madre de Prudence instaba a su hija a hacerlo:
“Yo era capaz de comprimir mi cintura hasta que tuviese el tamaño de una naranja y media cuando tenía la edad de Prudence”. Algo innecesario, cuando los vestidos de la Regencia caen desde una línea imperio por debajo del busto, ocultando la cintura. A diferencia de sus homólogos victorianos posteriores, los corsés de la regencia se centraban en realzar los activos de una dama, no en encoger su cintura.
Esta escena es omnipresente en los dramas de época, desde el desmayo de Elizabeth Swan en Piratas del Caribe hasta la incapacidad de Rose DeWitt Bukater para respirar en Titanic y, por supuesto, la icónica frase de Mammy: “¡Agárrese fuerte y aguante el resuello!”, mientras Escarlata O’Hara se aferra al poste de la cama en Lo que el viento se llevó. Puede que lo que se ve en la pantalla sea una analogía de las limitaciones que han existido para las mujeres a lo largo de la historia, pero se deriva de un malentendido fundamental de los corsés y las mujeres por igual.
Después de siglos en los que las mujeres (y algunos hombres) llevaban corsés para sostener y dar forma al cuerpo, fueron los hombres victorianos quienes nos enseñaron a odiar los corsés. Los problemas de salud relacionados con los corsés fueron un mito construido por los médicos para promover sus propias perspectivas patriarcales. Así pues, puede que les sorprenda oír que los dramas de época perpetúan la misoginia victoriana.
MEDICINA, MOSOGINIA Y EL CORSÉ
La lista de dolencias que los médicos del siglo XIX atribuían al corsé parece interminable. El estreñimiento, las complicaciones del embarazo, el cáncer de mama, la infección posparto y la tuberculosis se atribuían a esa prenda. Un médico victoriano, Benjamin Orange Flower, autor del panfleto de 1892 Fashion’s Slaves, afirmaba que “si las mujeres continúan con este hábito destructivo, la raza se deteriorará inevitablemente”.
Con el desarrollo de la ciencia, se ha identificado la raíz de estas enfermedades y se ha refutado la culpabilidad del corsé. El corsé ofrece un ejemplo de los prejuicios de género dentro de la investigación médica. Los numerosos problemas de salud de Jorge IV, uno de los muchos hombres que llevaron corsé en el siglo XIX, nunca se achacaron a su uso.
Algunos corsés incluso se diseñaron específicamente para ser saludables y dar apoyo. La empresa de lencería Gossards publicó en 1909 Corsets from a Surgical Perspective, que defendía la flexibilidad y sujeción del corsé, que podía “conservar las líneas exigidas por la moda, pero sin molestias ni lesiones”.
Pero la forma de reloj de arena de finales del siglo XIX no era lo que deseaban las mujeres de la Regencia. Solo les interesaban sus pechos, como ha demostrado Hilary Davidson. Los pechos debían levantarse y separarse en dos orbes redondos. Los corsés de la Regencia (o “stays”, como se les conocía) solían ser cortos, siempre suaves y nunca con un esqueleto muy rígido. Su objetivo era sostener el busto, no restringirlo. Me pregunto qué pensarían las mujeres de la Regencia de los sujetadores modernos con tirantes que aprietan y aros que rozan.
Los corsés históricos eran ingeniosos, ligeros y flexibles. La barba de ballena (que no es un hueso real) es un material maravillosamente flexible, se amolda al cuerpo que hay debajo, y muchos corsés se reforzaban simplemente con cordones de algodón. Estas prendas reducían el dolor de espalda provocado por las malas posturas y tenían partes expansibles para el embarazo.
CREACIÓN DE MITOS HISTÓRICOS
El problema de la representación de los corsés en los dramas de época no es la “exactitud histórica”, una idea ampliamente desacreditada por los historiadores, incluido el propio asesor histórico de Los Bridgerton. El vestuario de la serie recuerda alegremente a los diseños de moda de la línea imperio de los años sesenta, muy adornados y con colores brillantes, del diseñador George Halley. Es una fantasía de inspiración histórica.
Bridgerton es a la Inglaterra de la Regencia lo que Juego de Tronos es a la guerra de las Dos Rosas, y no hay nada malo en ello. Es una reimaginación fantástica, inspirada creativamente en el pasado. La idea de que sus trajes deben ser “históricamente precisos”, o que tal aspiración sea siquiera posible, no es lo que está en juego.
Es una cuestión de falacia histórica. Las mujeres del pasado tenían poder de decisión sobre sus cuerpos y su forma de vestir. Eran inteligentes a la hora de conseguir las proporciones que estaban de moda, rellenando las caderas y el busto, en lugar de reducir la cintura.
Al igual que la famosa modista de la serie, Madame Delacroix, muchas de las profesionales que las vestían eran también mujeres. Las despojamos de esa capacidad de acción e ingenio cuando asumimos que las mujeres del pasado eran muñecas pasivas, vestidas y encorsetadas por una sociedad patriarcal.
Para ellas, los corsés eran una prenda de apoyo que les permitía tener la silueta que estaba de moda sin tener que hacer dieta, ejercicio o cirugía estética. Sería un cambio refrescante ver que los dramas de época adoptan esta historia feminista del corsé, en lugar de caer en un estereotipo misógino.