Óscar de la Borbolla
18/03/2024 - 12:03 am
El Oasis de la Insignificancia: El enigma de Tiresias
"Hoy creo haber abierto la última capa que guardaba de sabiduría esa experiencia y, también, lo que encierra ese nuevo viaje que Tiresias aconseja a Odiseo, y que yo hice prematuramente".
Hay ideas que uno busca, las persigue; son escurridizas, no se dejan atrapar, y hay otras, en cambio, que salen al camino y se instalan de modo taladrante sin que uno entienda por qué, pues no parecen prometer nada importante. A veces estas últimas se fijan como una obsesión impertinente y reaparecen una y otra vez en el escenario de la conciencia.
Hace meses, releí la Odisea de Homero con enorme cuidado y, como siempre, me detuve con deleite en el Canto XI donde ocurre la visita de Odiseo al inframundo, el hades. Ahí seguía Tiresias, el adivino que aún después de muerto conserva su sabiduría y su poder vaticinador, y ahí se encuentra la idea que se me quedó prendida sin darme tregua. De hecho, esta formulada en las últimas palabras que Tiresias dice a Odiseo: luego de prevenirlo de los peligros que habrá de vencer para volver a Ítaca y de los que encontrará en su palacio, le aconseja que una vez que todo esté resuelto, emprenda otro viaje: pero esta vez tierra adentro.
Ha de llevar un remo en la mano y cuando llegue a un punto donde nadie sepa qué es un remo y nadie haya nunca oído hablar del mar, ahí debe clavar el remo, pues entonces, y sólo entonces, podrá regresar a vivir en paz con su familia hasta una edad avanzada en la que le sobrevenga una "dulce muerte". ¿Por qué este ultimo viaje para llevar a cabo una acción tan extraña: cargar un remo hasta un lugar donde nadie sepa que es un remo ni nadie sepa nada sobre el mar? Qué insensato, qué oscuro designio. ¿Para qué…? Esta idea, en un principio, me pareció un despropósito, un mero capricho de Tiresias. Odiseo ha pasado por tanto que lo que uno esperaría es que al cumplir con su máximo deseo —volver a Ítaca— y superar tantos obstáculos, incluso en su propia casa, se quede ya instalado a disfrutar la vida... ¿Por qué otro viaje y, además, para llevar a cabo una misión que no tiene sentido: un remo tierra adentro?
Hoy creo haber descubierto el sentido del enigmático Tiresias, y lo encontré en mi propio pasado: hace más de 50 años, cuando me iniciaba como profesor de filosofia, por razones que no vienen al caso, conocí a una anciana que vivía en una humilde cabaña en la cima de una cerro. Era muy amable y me preguntó que a qué me dedicaba. Yo había comenzado a impartir la cátedra de Ontología, y de cien maneras distintas traté de explicárselo. En algún momento, viéndome derrotado ella me dijo: "Ya, joven, ya. No se apure. Yo cardo lana desde que era niña y le voy a enseñar lo que hago". Tomo un poco de las pelusas ya escarmenadas de borrego que tenía en un cesto a su lado y con el pulgar y el índice fue sacando un hilo muy fino que monto en un uso que hacia girar y en menos de un minuto hiló la lana y llenó medio carrete. La mire extasiado. "Ándele, joven, anímese", me dijo. Hundí mis dedos en la cesta y poco a poco fui aprendiendo a hilar, aunque mi hebra salía de distintos calibres. "No le jales tan fuerte", me decía.
Bajé de aquel cerro avergonzado, prometiéndome abandonar mi cripticismo, ser siempre claro, diáfano: que el hilo de mi discurso fuera tan fino como el de la anciana. Sin embargo, aunque su enseñanza me fue de mucho provecho, no comprendí a fondo el significado de mi encuentro con esa anciana. Solo entendí una parte.
Hoy creo haber abierto la última capa que guardaba de sabiduría esa experiencia y, también, lo que encierra ese nuevo viaje que Tiresias aconseja a Odiseo, y que yo hice prematuramente. Yo llegue muy temprano a un punto del camino donde una anciana no reconoció mi remo y nunca había oído hablar de filosofia. Y sé cuál es el sentido de llevar un remo a ese remoto viaje: hay que ir hasta el sitio donde todo lo que ha sido importante para uno, ni siquiera sea reconocible para los demás. Odiseo (guerrero que había vivido siempre junto a los remos y bogado sobre el mar) debía ir a un sitio donde su vida no tuviese sentido para nadie, pues solo así, dándose cuenta de la futilidad de sus hazañas, de sus anhelos, de sus guerras… en la absoluta incomprensión de los demás, se percataría de lo vano de todo aquello a lo que entregó su vida y, entonces sí, podría esperar una "dulce muerte".
Twitter @oscardelaborbol
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