Con un costo de casi 50 millones de dólares y nominada al Óscar por Mejor Película de Animación, El cuento de la princesa Kaguya forma parte de la herencia del genio detrás de La tumba de las luciérnagas y Recuerdos del ayer, y se mantiene en la memoria como una de las cintas más artísticamente arriesgadas y estéticas del estudio de animación.
La última cinta de Isao Takahata, cofundador del Studio Ghibli, se encuentra disponible a partir de este mes en el catálogo de Netflix.
Ciudad de México, 18 de marzo (SinEmbargo).- ¿Qué significa ser feliz? Esta pregunta engloba gran parte de la trama de El cuento de la princesa Kaguya, última cinta del legendario animador Isao Takahata, cofundador del Studio Ghibli e indispensable figura en la historia de la animación japonesa.
El estilo de este director mantiene ciertas pautas del estudio nipón bajo una óptica que se diferencia con claridad de la del otro gran estandarte de la productora, Hayao Miyazaki, ya que mientras éste establece mundos fantásticos donde las leyes de la imaginación no tienen límites, Takahata apuesta por tramas más realistas, envueltas en destellos de fantasía.
Esta cinta de 2013 podría ser la prueba máxima de la maestría de su autor (fallecido en 2018), debido a su delicada profundidad, adornada con una artística animación tradicional.
La animación bebe del estilo pictórico budista sumi-e, una técnica ancestral nacida en China y que llegó a Japón gracias a los monjes budistas, donde fue mezclado con acuarela y gouache. Las pinceladas de este tipo de pintura se caracterizan por su suavidad y por suprimir detalles del objeto para concentrarse en su esencia.
De esta forma, la cinta vuelve a lo elemental en cuanto a estilo y argumento, puesto que además la historia está basada en El cuento del cortador de bambú, el texto más antiguo de la literatura japonesa en prosa, datada del siglo IX, por lo que gran parte del relato retoma prácticas de un Japón conservador, donde la felicidad de las mujeres estaba intrínsecamente ligada al matrimonio.
Bajo este contexto, la historia de nuestra protagonista comienza al ser encontrada por un viejo cortador de bambú que, al cumplir con su rutina diaria, observa que de uno de los tallos emana una brillante luz. Intrigado, corta la planta, de la cual sale una joven y diminuta princesa. Entusiasmado, la toma en sus manos y se apresura a presentarla ante su esposa, quien al sostenerla presencia una transformación que lleva a convertir a ese pequeño ser en un bebé de tamaño normal.
A partir de ese momento, ambos fungirán como sus padres, siguiendo los designios del cielo, que se encargará de enviar mensajes oportunamente para dictar el destino de la joven en la Tierra.
Un aura agridulce sostiene toda la película. Los gestos, los trazos y el color esconden indicios de los hondos sentimientos de Kaguya, lo cual se encuentra claramente representado en una de las escenas más emblemáticas de la película, ejecutada con un dibujo rápido y confuso, en alusión al caos interior del personaje.
Sonrisas y alegrías contrastan en su paso a la adultez con instantes rutinarios, tristes y vacíos, en un intento por domesticar la naturaleza salvaje de la princesa, por lo que la joven vive en un estado de melancolía casi perpetuo, plagada de sentimientos encontrados y enterrados en lo más profundo de su corazón, al tiempo que añora los momentos más vívidos y auténticos de su pasado.
Como muchas de las obras de Ghibli, este filme es un canto a la naturaleza y a la plenitud de un ser que busca cobijarse en el mar de sensaciones del contacto con la misma, tal como dice “Warabe Uta”, una canción infantil presente en la película, y cuya letra esconde el más íntimo secreto de la protagonista.
El cuento de la princesa Kaguya es profunda y honesta, se toma su tiempo para desvelar poco a poco las emociones de la joven, así como el conjunto de experiencias que forman parte de su historia personal revelando sutiles mensajes que, en su aparente sencillez, simbolizan dolencias, dudas y vivencias afines a la existencia del ser humano y a su inherente mortalidad.
El deseo de libertad es otro de los ejes fundamentales de la historia. Ella crece a su ritmo, ama a su manera, vive a su tiempo y define sus propias reglas, las cuales acabarán por convertirse en un punto de inflexión para la princesa y su cruel destino, determinado, sin quererlo, por una serie de expectativas basadas en un único concepto de lo que significa ser feliz.
La última cinta de Takahata establece un espacio de contradicciones y claroscuros entre lo esencial y lo material. Juega con los valores de un mundo corrompido por la ambición y las apariencias para tratar de recordar lo que olvidamos al dejar atrás lo que nos hace sentir vivos, en todas sus formas y expresiones, porque sin tristezas, no hay alegrías. Eso es lo que significa ser humano.
“Con mis historias trato de animar a la gente a que viva su vida de la forma más intensa posible, que sea la mejor versión de sí misma y no se deje distraer por cosas sin importancia como el dinero o el prestigio. Nuestra existencia es algo precioso porque es finita. Un día nos vamos a morir y debemos aprovechar al máximo nuestro tiempo, y allanar el camino para aquellos que vendrán después de nosotros”, reveló el autor en entrevista con Nando Salvà.
Con un costo de casi 50 millones de dólares y nominada al Óscar por Mejor Película de Animación, El cuento de la princesa Kaguya forma parte de la herencia del genio detrás de La tumba de las luciérnagas y Recuerdos del ayer, y se mantiene en la memoria como una de las cintas más artísticamente arriesgadas y estéticas del estudio de animación.
Esta y otras joyas del Studio Ghibli se encuentran disponibles en el catálogo de Netflix.