Del corrido de la moraleja, de inicios del siglo XX, los músicos populares pasaron al narcocorrido y, ahora, al vallenato, para cantar a capos. Pero el riesgo es enorme y sus consecuencias de alto impacto.
Ciudad de México, 18 de febrero (SinEmbargo).– La relación de los músicos y los capos de la mafia en México existe, pero su comprobación es una cuestión complicada, asegura un especialista en el estudio del “narcocorrido”.
“Hay una relación entre esa gente de dinero y los músicos, pero lo que es difícil documentar, es cómo es exactamente la relación de un determinado cantante y un determinado narcotraficante”, expone Juan Carlos Ramírez-Pimienta.
El investigador de la San Diego State University- Imperial Valley y autor del libro Cantar a los narcos: voces y versos del narcocorrido afirmó a SinEmbargo que la forma en que se corresponden ambas figuras es variable.
“El hecho de que alguien le cante a un capo puede interpretarse de varias maneras: puede ser que el capo le diga ´componme un corrido´, puede ser que el capo ni lo haga en este mundo y el cantante para granjearse al capo le haga un corrido”, describió el antropólogo del corrido.
En la mayoría de los casos, dijo, el artista compone este tipo de canciones para aparentar conocer a la figura y que está “contactado” con el medio de la delincuencia.
La reciente muerte del grupo de música colombiana Kombo Kolombia, en el norte de México, ha puesto de nuevo sobre la mesa este trato de algunos “gruperos” y miembros de las células del narco.
El pasado 24 de enero, 13 músicos, tres miembros del staff y un ingeniero de audio de Kombo Kolombia fueron asesinados por el cártel de Los Zetas.
Los artistas fueron contratados para tocar en una fiesta privada en el municipio de Hidalgo, Nuevo León, aproximadamente a 35 kilómetros de la capital Monterrey, de donde después de la media noche fueron llevados por un grupo armado al vecino municipio de Mina.
En una finca abandonada fueron asesinados y sus cuerpos arrojados a una noria; las autoridades apuntan como autor de la masacre a José Isidro Cruz Villarreal, “El Pichilo”, líder de esta banda criminal en varios municipios de esa región.
“Porque realizaban presentaciones en lugares controlados por el Cártel del Golfo”, determinó el vocero de Seguridad en el estado, Jorge Domene Zambrano.
DE LA MORALEJA AL ELOGIO
En México y Estados Unidos han existido un sin número de compositores e intérpretes musicales que han compuesto o cantado “corridos” dedicados a narcotraficantes.
Esta cultura del “narcocorrido” tiene sus inicios en la década de 1930 con el corrido de “El Pablote”, escrito en 1931 y dedicado a Pablo González, también conocido como “El Rey de la Morfina”.
“Era México- texano y la grabación se da en Estados Unidos; “El Pablote” murió a finales de 1930 y él y su esposa Ignacia Jaso, conocida como “La Nacha”, son digamos como los bisabuelos del Cártel de Juárez”, relató Juan Carlos Ramírez-Pimienta.
“La Nacha” controlaba la venta de morfina y marihuana en Ciudad Juárez desde mediados de los años veinte desplazando a los emigrantes chinos, quienes eran los dueños de la plaza a principios del siglo pasado, liderados por Carlos Moy, Manuel Chon, Manuel Sing y Sam Lee.
A diferencia de los corridos de la actualidad, que tienen como propósito celebrar las hazañas y matanzas de los capos de la mafia y mandar mensajes a grupos rivales, este género musical inició como un lamento que siempre dejaba una moraleja.
El investigador del corrido comentó que estas canciones se hacían “digamos desde la cárcel y la canción es una suerte como de lamento, diciendo ´estoy encarcelado por andar en malos pasos´”.
A esto se le llamaba “El lamento del prisionero”, baladas que históricamente se escriben en diversos países europeos dejando siempre un mensaje.
Ramírez-Pimienta aclaró que en el corrido de “El Pablote” como en todos los de su época, no se mencionan armas ni su relación con el narcotráfico y en cambio se detalla la forma en que murió debido a su necedad y prepotencia.
El corrido más representativo es “Contrabando y traición”, aunque, advirtió el experto, es una canción muy “suave” en comparación con lo que se canta ahora.
La historia del narcocorrido está totalmente ligada a factores como la situación económica del país, los tiempos de prosperidad del narcotráfico, el estado de bienestar de la ciudadanía, así como los tiempos de guerra, como los que se viven en los últimos años en México.
“Por ejemplo en los años de mayor oscuridad en México, en los años 50 y 60 es bien difícil encontrar narcocorridos, yo he encontrado muy pocos y en los 70 –del siglo pasado– vuelven y ya no se van”.
Es la opulencia con la que viven, lo que los acerca a los músicos “saben que pueden morir muy pronto, se gastan el dinero en placeres y cuando tiene mucho dinero, una manera de gastarse el dinero es escuchando música y contratando grupos para sus fiestas”.
TOCAR “EN LO OSCURITO”
Una prueba fehaciente de que los cantantes de narcocorridos tienen miedo al entrar en este círculo, advirtió el entrevistado, es que la mayoría de ellos viven en Estados Unidos y tocan casi exclusivamente en aquel país.
De hecho, apuntó, el epicentro a nivel producción y distribución de este tipo de música no es México, sino Estados Unidos, pues los corridos se producen, se graban y se compran el vecino país del norte.
Agregó que esto ha contribuido en gran medida a que la figura del mexicano haya cambiado para los norteamericanos, quienes ya no tienen al “charro” como estereotipo y ahora se ha colocado “al norteño” en ese lugar.
Con el paso del tiempo la presencia de los cantantes en las fiestas de algunos capos ha sido cuestionada, a lo que algunos de ellos han manifestado no haber tenido idea de quién era el contratante.
Esta costumbre también ha llegado a la música colombiana en México.
Información proporcionada por una fuente muy relacionada con el medio de este género musical en Monterrey, quien solicitó el anonimato, confirmó que el grupo Kombo Kolombia trabajaba con el Cártel de Los Zetas, que controla gran parte del área metropolitana.
“Estos muchachos andaban muy mal, andaban trabajando con gente mala. Ellos estaban muy relacionados con un grupo de la delincuencia organizada”, informó el empresario.
El informante aseguró que el representante de la banda manejaba fuertes sumas de dinero, lo cual no es común en una agrupación de este tipo, que tenía apenas cuatro años de haberse creado y que hasta hace poco tocaba en bares populares.
Carlos Sánchez fundó Kombo Kolomabia hace cuatro años y en una entrevista dada al periódico El Norte, comentó que sus inicios fueron como los de la mayoría de las bandas de esta naturaleza, entre amigos que tocaban en camiones urbanos y sus instrumentos empezaron siendo botes y palos.
En Monterrey existe un fuerte un movimiento de esta música y es catalogado como el más importante fuera de Colombia.
Las tocadas de este grupo también llegaron a los bares de Monterrey, lugares controlados por los grupos de la droga y que han sufrido diversos ataques armados como “El Internacional”, “La Eternidad”, “Bar El Dorado” y “El Sabino Gordo”.
“Hace esas cosas y saben que van a tocar en lo oscurito, lejos, entonces pues ya sabes a dónde vas y seguramente el representante sabía con quién hizo el trato y sabía a dónde iban”, comentó el informante.
Dijo que en su caso sí tuvo algún ofrecimiento por parte de miembros del narco en la región, pero aseguró: “Yo siempre me mantuve al margen de eso, pero hay quienes no, yo con las personas que he trabajado nunca les he hecho contratos con ese tipo de gente”.
MÚSICA COLOMBIANA Y PANDILLAS
Los músicos de la onda “colombiana” son regularmente señalados como integrantes de pandillas y éstas a su vez, son relacionadas en los últimos años como órganos de las células del crimen organizado, pues se dice, los reclutan porque se encuentran en situación de vulnerabilidad.
“Es una simbiosis, porque pertenecieron a pandillas y de ahí los reclutan, porque son terreno fértil desde el momento en que perteneces a una pandilla, son vulnerables, ya sea por inestabilidad económica”, analizó un antropólogo especialista de este sector poblacional.
El estudioso que solicitó no mencionar su identidad por la situación de inseguridad que se vive en la región, señaló que la música colombiana llegó para quedarse a los barrios más desprotegidos de Monterrey desde los años 60.
En Monterrey hay más de mil grupos informales y de forma profesional, se tiene un estimado de alrededor de 70 bandas “Son muchos, son un ejército de invisibles y Kombo Kolombia es el rostro conocido de esos desechables, esos jóvenes que son marginales, inclusive la música sigue siendo marginal”.
Muchos de estos grupos que acostumbraban tocar en las esquinas y en los mercados ya no lo hacen por miedo a ser “levantados” por los cárteles de la delincuencia.
“No existe para los menores una política específica, pero el que piensen que ser pandillero es igual a ser músico colombiano, es un error”, puntualizó el antropólogo de música colombiana.