Con la situación actual que vive el país, la constante atención de Biden en restaurar “el alma de Estados Unidos” podría ser más valiosa para la nación que cualquier discurso esperanzador, señalan aliados demócratas.
Estados Unidos, 18 enero (AP).- El Presidente electo Joe Biden subirá al escenario para dar su discurso de investidura quizá en el más difícil punto de partida para un Presidente desde que Franklin Roosevelt inició su primer periodo presidencial al asegurar a una nación atemorizada por la Gran Depresión que “a lo único que tenemos que temer es al temor mismo”.
Pero los giros idiomáticos memorables como la de Roosevelt son más la excepción que la norma cuando se trata de discursos de toma de posesión.
El expresidente Barack Obama señala en su autobiografía que el llamativo sombrero de la cantante Aretha Franklin y una falla técnica en la toma de juramento del presidente de la Corte Suprema John Roberts recibieron más atención que su propio discurso en los días posteriores a la investidura del primer Presidente estadounidense de raza negra, que fue ofrecido al tiempo que el país se hallaba en medio de una recesión económica y un creciente malestar sobre dos intricadas guerras.
Ahora, ante una aguda pandemia de coronavirus, el incremento de solicitudes de ayuda por desempleo y marcadas divisiones partidistas, Biden enfrenta a momento tenso mientras se prepara para dar un discurso que, de acuerdo con sus asistentes, desea usar para hacer un “llamado a los estadounidenses a la unidad”.
“La situación que enfrenta es absolutamente brutal”, sostuvo Cody Keenan, quien fungió como principal escritor de discursos de Obama y colaboró en sus dos discursos de toma de posesión. Agregó que Biden en muchas formas es ”el Presidente perfecto para este momento, porque no es hiperbólico, no es demagogo, se ha rodeado de analistas políticos que de antemano tenían todos estos planes. Pienso que lo vamos a escuchar decir que ‘Aquí es donde nos encontramos, y esto es lo que tenemos que hacer.’ Pienso que va a tener que pasar mucho tiempo antes de que la gente se sienta mejor”.
Con la situación actual que vive el país, la constante atención de Biden en restaurar “el alma de Estados Unidos” podría ser más valiosa para la nación que cualquier discurso esperanzador, según algunos de los aliados demócratas del Presidente entrante.
TRUMP DEJA PISTAS DE QUE NO PARTIRÁ TRANQUILAMENTE
El Presidente Donald Trump dejó numerosas pistas claras de que trataría de destruirlo todo antes abandonar la Casa Blanca. Las pistas están en toda una vida en la que se ha negado a admitir derrotas. Abarcan una presidencia macada por una retórica cruda, furiosa, teorías de conspiración y una suerte de camaradería con “patriotas” de las filas de extremistas de derecha. Las pistas aumentaron a la velocidad de la luz cuando Trump perdió la elección y se negó a admitirlo.
La culminación llego cuando partidarios de Trump, exhortados por el propio Presidente a acudir al Capitolio y “pelear con pasión” contra una elección “robada”, ocuparon el edificio en una confrontación violenta que dejó muertos a un policía del Capitolio y otras cuatro personas.
La turba llegó tan envalentonada por la retórica de Trump que muchos participantes usaron plataformas de video en vivo para mostrarse destruyendo el lugar. Pensaban que Trump los iba a respaldar. Después de todo, se trataba de un presidente que, al reaccionar a un revelado plan de ultraderechistas de secuestrar el año pasado a la gobernadora demócrata de Michigan, respondió: “Quizás fue un problema, quizás no”.
A lo largo de su presidencia y de su vida, demostrado por sus propias palabras y acciones, Trump odió perder y no lo admitió cuando eso sucedió. Presentó bancarrotas como éxitos, tropiezos en el cargo como grandes logros, la mancha de un juicio político como el acto de heroísmo de un mártir.
Entonces llegó la derrota más grande: la elección y, con ella, maquinaciones desesperadas que muchos políticos compararon con las prácticas de “repúblicas bananeras” o del “Tercer Mundo”, pero que fueron totalmente estadounidenses en el ocaso de la presidencia de Trump.
A menudo con un guiño o un asentimiento en los últimos cuatro años, a veces más directamente —“los queremos”, dijo a la turba en el Capitolio— Trump hizo causa común con elementos marginales deseosos de brindarle apoyo a cambio de recibir sus respetos.
Eso formó una mezcla combustible en el momento en el que había más en juego. Los elementos se habían estado sumando a plena vista, a menudo en mensajes a través de Twitter. Twitter canceló la cuenta de Trump, negándole al Presidente su megáfono favorito, “dado el riesgo de nuevas incitaciones a la violencia”.
“Me gustaría poder decir que no pudimos avizorarlo”, dijo el presidente electo Joe Biden del ataque al Capitolio. “Pero no es cierto. Pudimos avizorarlo”.
Mary Trump lo vio desde su ventaja única como sicóloga y sobrina de Trump.
“Es una emoción muy vieja que él nunca ha sido capaz de procesar desde que era un niñito: aterrorizado de estar en una posición perdedora, aterrorizado de ser responsabilizado por sus acciones por primera vez en su vida”, dijo Mary Trump a la PBS una semana después de la elección.
“Está en posición de ser un perdedor, lo que en mi familia ciertamente… era lo peor posible”, dijo. “Así que se siente atrapado, desesperado… cada vez más furioso”.
Los problemas postelectorales eran previsibles porque Trump básicamente había dicho qué sucedería si perdía.
Meses antes de que se depositara el primer voto, Trump dijo que el sistema estaba manipulado y que los planes para las votaciones por correo eran fraudulentos, atacando el proceso tan incesantemente que pudiera haber perjudicado sus propias posibilidades al desalentar a sus partidarios de votar por correo. Trump declinó garantizarle al país que respetaría el resultado, algo que ni siquiera se le ha pedido a otros presidentes.
No hubo evidencia antes de la elección de que sería manipulada ni evidencia después de un presunto fraude masivo ni errores enormes que Trump y su equipo legal argumentaron en numerosas demandas que jueces, nombrados por republicanos, demócratas o el propio Trump, rechazaron sistemáticamente, a menudo llamándolas absurdas. La Corte Suprema, con tres jueces colocados por Trump, también rechazó el argumento.