Asimov lleva a las máximas consecuencias el humano deseo de regresar en el tiempo para remediar un error. Pero, ¿esto no sería contraproducente para el desarrollo de la humanidad? El autor cuestiona la mediocridad en favor del bienestar, pues los avances y progresos también surgen de los fracasos.
El protagonista trabaja para la Eternidad, una organización apartada del tiempo-espacio que analiza la Realidad del humano en la Tierra. Todo cambia para él cuando es enviado al siglo 482 y se enamora de una habitante de ese tiempo, contra todas las reglas de la Eternidad.
Por Diana Sánchez
Ciudad de México, 18 de enero (LangostaLiteraria).- ¿Por dónde empezar a leer a Isaac Asimov? Era una pregunta que siempre me hacía. Una no puede llamarse fan de la ciencia ficción si no conoce a los grandes de este género. Pero la pregunta siempre estaba ahí y no me dejaba decidir: ¿Por dónde empezar? No tenía idea, quizá por el miedo a la complejidad que representa, quizá por lo vasta que es su literatura.
Sin embargo, así como las cosas que no esperas o que llegan cuando dejas de pensar en ellas, llegó a mis manos El fin de la eternidad, una novela que podría considerarse predecesora de la trilogía de La Fundación, la saga más famosa de este autor, por lo que me pareció un buen inicio.
El protagonista es un hombre nacido en el siglo noventa y cinco llamado Andrew Harlan, quien, desde pequeño, fue separado de su realidad para unirse a la Eternidad, una organización completamente apartada del tiempo y del espacio conocidos que se encarga de analizar la Realidad (así, con mayúscula) del ser humano en la Tierra a través del paso del tiempo para cambiarla por medio de cálculos matemáticos.
Harlan es educado bajo las reglas y principios de la Eternidad, lo que significa que no puede regresar a su tiempo ni ver a su familia nunca más. Tampoco establecer relaciones afectivas con nadie del tiempo “normal” (a quienes llaman Temporales), pues ahora es un Eterno cuya vida estará dedicada a servir a la organización. Su trabajo es el de un Ejecutor: alguien que se encarga de viajar a través del tiempo para realizar un Cambio Mínimo Necesario en la sociedad, una especie de efecto mariposa que puede evitar una guerra de grandes proporciones con sólo arreglar la avería de un auto.
“Tratamos de agotar las infinitas posibilidades de ‘todo lo que pudo ser’, para escoger un ‘pudo ser’ mejor que la Realidad actual, y entonces decidimos en qué lugar del Tiempo cabe hacer un pequeño Cambio para convertir el ‘es’ en el ‘pudo ser’ deseado. Y entonces tenemos un nuevo ‘es’ y nos ponemos a buscar otro ‘pudo ser’ y de nuevo repetimos el ciclo”.
Sin embargo, todo cambia para Harlan cuando es enviado al siglo Cuatrocientos ochenta y dos, donde se ve obligado a convivir con Noys Lambent, una habitante común y corriente de ese tiempo con quien inicia un romance, contra todas las reglas que la Eternidad pudiera imponerle.
A partir de ese momento, Harlan comienza a dudar de todo lo que hace, de su existencia, de su moral y de la propia Eternidad. ¿Cuál es el papel que él juega dentro de todo ese entramado? ¿Por qué la Eternidad hace lo que hace? ¿Hasta dónde estaría dispuesto a llegar para permanecer con Noys?
Así, a través de estos dos personajes, el autor plantea cuestiones más profundas, pues algo característico de la ciencia ficción es que, si bien habla sobre situaciones ficticias (valga la redundancia) y fantasiosas, siempre lleva consigo preguntas enormemente humanas y terrenales: ¿Qué pasaría si la Realidad (pasada o futura) no fuera una sola e inmutable? ¿Y si podemos modificarla a través de los viajes en el tiempo? ¿Debería la humanidad interferir en esa Realidad para “mejorarla” (o hacer lo que creen que es “mejor”) o dejarla simplemente “ser” para que tropiece y aprenda de sus errores? Y este poder de transformación, ¿debería permanecer en secreto y en manos de unos cuantos hombres?
Con una profunda agudeza, Asimov lleva a las máximas consecuencias ese deseo que todo ser humano ha tenido de regresar en el tiempo para remediar un error cometido. Pero, y si, una vez que se remedia ese error, ¿esos viajes se convierten en una especie de vicio de viajar a otros tiempos para solucionar otros problemas? ¿No resultará esto contraproducente para el desarrollo de la humanidad? Es ahí donde el autor cuestiona la mediocridad en favor del bienestar, pues es bien sabido que los avances y progresos surgen cuando las sociedades atraviesan momentos críticos.
“Al impedir los fracasos de la Realidad, la Eternidad también impide el logro de los triunfos”, menciona un personaje.
Ante todo esto, a Harlan sólo le queda una pregunta que resolver: ¿sería capaz de destruir a la Eternidad sólo para permanecer con Noys?