Gisela Pérez de Acha
18/01/2015 - 12:00 am
Calles vacías
Esa noche hacía frío en la ciudad. Yo caminaba a la Torre Latino como quien se abre paso entre calles vacías. Era un paso lento y tranquilo que parecía contrastar con el caos que siempre reina en esa parte del centro histórico. La noche era más silenciosa que de costumbre. Las pintas y coloridos grafitis […]
Esa noche hacía frío en la ciudad. Yo caminaba a la Torre Latino como quien se abre paso entre calles vacías. Era un paso lento y tranquilo que parecía contrastar con el caos que siempre reina en esa parte del centro histórico. La noche era más silenciosa que de costumbre.
Las pintas y coloridos grafitis por Ayotzinapa decoraban los comercios aledaños. Entre las consignas de “Ayotzi vive” y los múltiples espejos del número 43, me di cuenta que desde 2012 no iba a esa parte de la calle Juárez si no era en el contexto de una protesta. Qué diferente era marchar por ahí rodeada de la experiencia de las masas. Sentí muchísima nostalgia, ¿será que alguna vez, pronto, volveremos a marchar así? Con el nuevo año parecería como si los fuegos se hubieran calmado.
Pero ese día no iba a protestar, en el piso 28 de la Torre Latino se llevaría a cabo el la primera sesión del #MiércolesdeHorizontal. Fue la curiosidad, el tema o este nuevo proyecto lo que me impulsó a cruzar la ciudad para llegar. Se trataba de Horizontal: una editorial abiertamente de izquierda y que pretende es crear una comunidad, no solo virtual, sino física. En la sesión del día íbamos a conversar con Francisco Goldman, un gran escritor y periodista, mitad gringo, mitad guatemalteco y casi completamente chilango.
Paco (como le llaman en su círculo cercano) fue uno de los primeros en escribir crónicas críticas en medios internacionales sobre lo que pasó en Ayotzinapa. Sus letras son poderosas, logra plasmar y describir la crueldad y surrealismo de lo que vivimos como país hace apenas unos meses. El texto que más me gusta lo publicó el New Yorker y se llama “Crisis in Mexico: Could Forty-three Missing Students Spark a Revolution?” Habla de cambio, de revolución, de cuestionamiento a la clase política, y sobre todo de que es “ahora o nunca”. Recuerdo el debate, y recuerdo lo que el contenido me generó. Tenía muchísimas ganas de escucharlo.
El tema era “Después de Ayotzinapa: Conversaciones para repensar México.” Eran cinco para las ocho cuando por fin llegué. El foro ya estaba lleno.
Pensé que al entrar solo vería caras conocidas: el foro tuitero, mi timeline “progre” y la mayoría de los miembros de Democracia Deliberada. Con estos últimos tuve un fuerte debate cuando los critiqué por estar replicando esquemas oxidados al adherirse al PRD con el afán de democratizarlo. Me sonaba a un fetiche priista. Varios de ellos ahora forman parte de Horizontal.
Poco importó ese día. Todo pareció disolverse. La sala era sorprendentemente diversa. Vi camisas y zapatos caros; sombrero campesinos; lentes y boinas; tacones; barbas largas y blancas; bocas de colores…grandes, viejos y chicos. Todos éramos abiertamente de izquierda. Por eso estábamos ahí. Dos gradas apuntaban al centro, obligándonos a mirarnos a los ojos y reconocernos como iguales. No había rincón donde esconderse, ni anonimato tuitero que sirviera como protección.
El ambiente me hizo recordar las calles que huelen a protesta. Ayotzinapa nos unió. De ahí venía la diversidad. A diferencia del 132, las marchas de los últimos meses quitaron barreras de edad y clase social; pero sobre todo, quitaron estúpidas brechas ideológicas entre las izquierdas. El narcisismo de las pequeñas diferencias sucumbió ante el dolor que se apoderó del país entero.
Tomé asiento. Saqué mi cuaderno. Respiré profundo y me dispuse a escuchar.
Guillermo Osorno, también parte del equipo de Horizontal, tomó el micrófono y abrió la conversación. Parecía como si su mirada de cronista registrara cada una de las personalidades. Nos veía a los ojos, dándonos la bienvenida e invitándonos a reflexionar qué había sido del país después de Ayotzinapa.
Julene Iriarte y Paco Goldman se sentaron en dos sillas debajo del fluorescente letrero rosa de las oficinas de Archipiélago. Julene, en lo que se veía que fue una profunda e inteligente investigación, preguntaba y reflexionaba con Paco sobre cómo entró a escribir al New Yorker, sobre sus libros pasados y el tiempo que toma escribir una crónica larga. Paco hablaba con pasión sobre el periodismo. Nos decía que si bien nuestro sistema de medios podría ser reprochable, en Estados Unidos tampoco había espacios para publicar textos críticos, “Aquí tienen a los periodistas más valientes, muchos de ellos son mis maestros.” Su afirmación sorprendió a más de uno.
Aplaudió el trabajo de medios como Animal Político y Sin Embargo, que hacen un trabajo independiente y dicen cosas que Televisa jamás diría. “Todos los días al despertar lo primero que hago es leer Sin Embargo,” dijo muy sinceramente. No pude evitarlo, y sonreí. Paco Goldman me veía de reojo.
Julene le preguntó si alguna vez tuvo miedo. Contestó que sí. Como era de esperarse, el gobierno mexicano se molestó con sus publicaciones. Hablaron con el New Yorker “…que porque había quedado claro que Angélica Rivera había comprado la Casa Blanca con su dinero; que cómo pueden decir que Ayotzinapa se ha manejado mal si era claro el plan de diez puntos propuestos por Enrique Peña Nieto.” Paco se reía se sentía cada vez más cómodo. Era una conversación verdaderamente íntima. “Bájenlo y retráctense, nos dijo el gobierno como si el New Yorker fuera…¡una prepa!” Las carcajadas se soltaron en la sala. Tenía toda la razón. Así actúan. Son ingenuos al pensar que gobiernan un pueblo tonto.
Hablamos sobre Ayotzinapa, las conexiones criminales en Guerrero con el caso Heaven, los periodistas muertos y las recientes marchas. Hablamos también del 132:
“Vieron antes que el resto de la sociedad qué representaba Atenco, qué tolerancia tenía el gobierno frente a la protesta y las expresiones disidentes…pero explotaron,” decía Paco en un español casi perfecto con un fuerte acento gringo que le daba un toque pintoresco a la conversación. “En esta primera y muy importante expresión todo el mundo los criticó. No sé qué esperaban, era obvio que no iban a cambiar el país, no pueden poner ese tipo de presión en adolescentes. Es injusto. En Ayotzinapa vimos cómo nació esa energía.”
Sus palabras me conmovieron. Recordé la soledad y el poco arropamiento que tuvimos en el 132. Ayotzinapa había sido una cosa distinta. “Para empezar, desaparecieron a estudiantes que venían de una comunidad tradicionalmente organizada”, decía Paco mientras continuaba la conversación, “creyeron que podría pasar desapercibido y que todo el mundo creería lo que Televisa dijera.”
Cuando se abrieron las preguntas al público, la diversidad de izquierdas me sorprendió aún más: citas a Alfredo Jalife, llamados explícitos a la revolución, estudiantes de periodismo y aclamados escritores. Todos unidos por una misma causa, sentados frente a frente para dialogar sobre la izquierda.
Terminó la conversación y yo no pude contener la emoción. Los mezcales siguieron el debate. “Vamos a necesitar un foro más grande”, me dijo Antonio Marvel, también parte del equipo de Horizontal. La cabeza me daba vueltas entre miles de reflexiones y cuestionamientos. Vaya experiencia. Qué gran iniciativa. Sin duda apenas es el principio.
Ayotzinapa sigue doliendo y a este régimen tiránico aún le quedan muchos años. Es cierto que no importa cuánto repriman, no podemos permitir que las calles estén vacías. Pero junto con las masas son necesarias las nuevas ideas y propuestas alternativas de gobierno. Es hora de reflexionar, debatir y organizarnos. Es ahora o nunca.
Porque Ayotzinapa no se olvida, la izquierda no puede morir.
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