El regreso de los Héroes de la Patria (Crónica)

30/07/2011 - 11:56 am

Son las 8 de la mañana. Cae una llovizna pertinaz en el Zócalo de la Ciudad de México. Mientras la gente se acerca, curiosa, a la valla de seguridad que el Estado Mayor colocó a la salida de Palacio Nacional, rodeando la plancha del Zócalo, en el campamento del SME hay quienes no aguantan la curiosidad y también se asoman.  De pronto, un redoble de tambor anuncia su salida: ahí vienen los restos (o más bien, sólo los cráneos porque eso es lo que son), de quienes, supuestamente,  llevaron en vida los nombres de Miguel Hidalgo y Costilla, Ignacio Allende, Juan Aldama, Mariano Jiménez, Vicente Guerrero, Guadalupe Victoria, Leona Vicario (la única mujer), Andrés Quintana Roo (su esposo), Francisco Javier Mina, José María Morelos y Pavón, Mariano Matamoros, Nicolás Bravo, Pedro Moreno y Víctor Rosales.

El trayecto inicia ahí, y mientras el cortejo avanza por las calles de 5 de mayo, Eje Central, Avenida Juárez y Paseo de la Reforma, la gente (no tanta como si se tratara de estrellas de rock, de telenovelas o de fútbol, pero no tan poca para un sábado lluvioso por la mañana), arroja claveles blancos y grita, de vez en cuando, “¡Vivan los héroes que nos dieron Patria!”.

En el último tramo de Paseo de la Reforma hay una pantalla gigante con bocinas que reproducen un audio saturado y viciado, porque el acceso a la columna de la Independencia está ya vedado para los simples mortales, y hasta para una parte de la prensa a la que ya no se le permitió entrar.

Es en este punto donde se reúne la mayoría de la gente: los curiosos habituales; las familias completas en donde los padres señalan orgullosos a los niños las imágenes de la pantalla mientras les dicen: “ahí van nuestros héroes”; las parejas  de la tercera edad, siempre los más entusiastas, a los que no les importa mojarse un poco con tal de ver los huesos de los próceres; y por supuesto, los vendedores ambulantes: tamales, atole y ¡claro!, paraguas e impermeables improvisados con un pedazo de plástico azul.

El cortejo militar llega por fin a su destino. Ahí esperan, ya sentados en el podium, Jorge Carlos Ramírez Marín, Presidente de la Mesa Ejecutiva de la Cámara de Diputados, Manlio Fabio Beltrones, Presidente del  Senado, Raúl Plascencia, Presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, Alonso Lujambio, Secretario de Educación Pública y otros funcionarios del gabinete de Felipe Calderón, quien por supuesto encabeza la ceremonia.

El primero que avanza al micrófono es el priísta Manlio Fabio Beltrones, eterno aspirante presidencial, que no desperdicia un momento para hacer campaña: “el reto mayor es lograr que nuestra democracia vaya más allá de una simple rotación de partidos políticos en el poder”. Habla de la necesidad de reformas urgentes que trasciendan los sexenios para obtener una certeza jurídica, necesaria, dice, para los estados modernos. “Como generación de la primera alternancia hemos aprendido que no hay cambios concluyentes, y que el hombre tiene el compromiso de darle vigencia a sus luchas, al igual que lo hicieron aquellos héroes que hoy recordamos. Nuestros retos aunque diferentes, en contraste con el pasado, coinciden en la necesidad de darle rumbo a nuestros afanes por construir un país en el que acabemos con los privilegios, haya una democracia sólida y de resultados: crecimiento económico, seguridad humana y ciudadanía social”.

Mientras el sonorense insiste en la necesidad de hacer cambios, en no aplazar las reformas, la gente que está reunida ante la pantalla monumental de Reforma se empieza a aburrir. La lluvia se hace cada vez más insistente.

El también priísta Jorge Carlos Marín, Presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, recuerda el momento de la muerte de Hidalgo, un 30 de julio de 1811 y cita al poeta tabasqueño Carlos Pellicer: “el pueblo mexicano tiene dos obsesiones: el gusto por la muerte y el amor por las flores”, y  en estas calles lluviosas de un sábado helado, nada suena más oportuno. La reflexión del diputado es que en el momento en que los insurgentes que liberaron a México de la esclavitud, regresan a su casa, la hemos reinventado de muchas maneras:  “somos un país democrático, pero somos también esclavos de intereses particulares; somos un país libre, pero somos un país cimbrado por la violencia; somos un país de instituciones, pero somos un país donde las instituciones son amenazadas por la corrupción”.

Finalmente sube al estado Felipe Calderón. A diferencia de otras ocasiones, su discurso no alcanza a durar 15 minutos. Recuerda que mientras estuvieron en exhibición en la galería de Palacio Nacional, los restos de los héroes fueron visitados por un millón 250 mil visitantes. Recuerda también, para terminar con cualquier duda al respecto, que el año pasado se corroboró fehacientemente “la autenticidad” de los restos de José María Morelos y Pavón, el “siervo de la Nación”.

“Hoy los restos de nuestros libertadores vuelven a la columna de la Independencia. A partir de este día descansarán nuevamente en este sitio emblemático, en el corazón simbólico de las mexicanas y los mexicanos”.

El presidente de México se interrumpe para dar un trago a su vaso de agua. “Debemos luchar poor un México más justo, en el que sólo distinga a un mexicano de otro el vicio o la virtud, como lo anheló el gran Morelos en Los Sentimientos de la Nación”.

Según Calderón,  el Instituto Nacional de Antropología e Historia prepara las urnas para el descanso eterno de los héroes de la Patria. Una vez que termina de hacer el recuento de los méritos de cada uno de los próceres, lanza el grito que todos estaban esperando:  “Que vivan los héroes de nuestra Independencia”, “Qué viva México”.

La gente que estaba reunida en Paseo de la Reforma se dispersa poco a poco. Terminó el periplo de los restos de los héroes patrios, por lo menos hasta que al próximo gobierno no se le ocurra que es una idea patriótica moverlos una vez más. Ahora descansan en paz, mientras la fina lluvia no termina de ceder.

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