Jorge Alberto Gudiño Hernández
17/12/2023 - 12:01 am
Desaparecer o morir
Y no es que maquillar muertes con desapariciones mejore la situación, pues el dolor perdura igual, el daño es similar, las ausencias se resienten, los delitos cometidos siguen a la alza sin que nadie sea capaz de contenerlos.
No se me ocurre dolor mayor que la pérdida de un ser querido. Ese vacío que parece absorberlo todo para derrotarnos por fin. Por testimonios, sabemos que, peor que la muerte, puede ser la incertidumbre de la desaparición. No es fácil de entenderlo, pero existen razones que lo validan. En el caso de una pérdida cierta, tras el inmenso dolor llega el proceso de cicatrización. Algo que no sucede cuando alguien a quien queremos simple y sencillamente desaparece. La incertidumbre juega con la esperanza, con la idea de que puede volver. Esos debates en medio del insomnio deben ser aterradores. Especular sobre lo sucedido es, en sí misma, una tortura de las peores.
La hipótesis no es mía, se ha desarrollado a lo largo de varios años y se la he escuchado o leído a diferentes analistas: las cifras de desapariciones han aumentado en nuestro país en la misma medida en que se reducen algunas de homicidios. No es que los crímenes violentos maten a menos personas, sino que no se reportan dado que no hay cadáveres o evidencias. Más aún: no se reportan porque no conviene que la cifra de homicidios aumente en nuestro país.
Y no, no conviene. Lo ideal sería que se redujere al mínimo, pero de forma real, no a partir de ocultamientos. Y no es que maquillar muertes con desapariciones mejore la situación, pues el dolor perdura igual, el daño es similar, las ausencias se resienten, los delitos cometidos siguen a la alza sin que nadie sea capaz de contenerlos. No mejora la situación, pero hace pensar que no es real. Se nos engaña con la retórica de que no todo desaparecido lo es por un acto de violencia, que existen otras razones, que puede aparecer.
Es cruel esa esperanza con la que nos reusamos a aceptar la realidad del duelo para torturarnos por la vía de la incertidumbre. Es perversa esa esperanza cuando se utiliza para intentar convencernos de que las cosas no están tan mal.
Y están mal, muy mal. Porque los muertos y desaparecidos se acumulan por miles, pese a que existen bases de datos con las que se busca demostrar que son menos. A la incompetencia de los órganos de impartición de justicia (ya porque están rebasados, ya porque son ineficientes, ya por cualquier otra razón) se suma, ahora, la politización del fenómeno. Como si fuera a servirle de algo a quien perdió a un ser querido que le digan que no es cierto.
A veces es difícil saber cómo se resiste.
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