Julieta Cardona
17/12/2017 - 9:13 am
El (primer) amor
Nos las dábamos de querernos como nadie, como dos Evas arrojadas en el mundo, solas, sin dioses.
Nos las dábamos de querernos como nadie, como dos Evas arrojadas en el mundo, solas, sin dioses. Pero nos dedicábamos las canciones pop que salían en la radio, la música de fondo de las películas de moda que nos hacían llorar aunque dijéramos que no, y eso sí: siempre nos importó un pimiento hacer ridículos cuando una se iba de la ciudad de la otra: corríamos detrás de los autobuses llenos de maletas vacías y almas pegadas a la ventana; nos perseguíamos, ¿recuerdas?, más por amor destejido que por drama.
No teníamos dinero para vivir donde mismo –y, bueno, también éramos algo adolescentes– pero cuando conseguiste tu primer trabajo, gastabas cada céntimo de tu salario mínimo en comprar pasajes baratos que nos llevaran adonde la otra. Nos despedíamos en los andenes con un dolor tremendo, seco, como salido de una prensa gigante que nos apachurraba el tórax. Tú me agarrabas las manos, las juntabas y, ahí, en medio de toda la gente que, como tú y yo, tenían otros destinos ya marcados por un boleto de autobús, hacías algo que apenas entendía: soplabas quién sabe qué cosa –alguno de tus poemas desabridos, quizá– y yo lo llevaba entre mis dedos todas las horas que duraba el camino en carretera.
Usábamos el mismo cepillo de dientes y nos escribíamos largas cartas de amor con una escritura que, de lo descuidada, dolía por tanta promesa rota sin querer. No entendíamos nada de sexo pero igual nos desnudábamos y, entre malabares que nos mataban a carcajadas, sentíamos cómo nos brotábamos entre las piernas. Teníamos tantas ganas de que todo nos saliera bien, que nos besábamos las pestañas y nos jurábamos cosas imposibles y en voz bajita para que no escucharan nuestros padres. Voy a robarte, me decías, y se me brotaban las ilusiones nada más de inventarnos un lugar sin caminos opuestos ni geografías estúpidas.
Duramos algo, habrán sido dos, tres vidas de corridito. Y nos hicimos, no sé, distintas. Así pasa, ¿no?, cuando vas acomodándote la vida y las consecuencias. Luego, digamos ya al final, nos hablábamos borrachas de madrugada porque no sabíamos cómo era vivir sin la otra. Tampoco entendimos un gramo de eso durante un buen tiempo. «Vuelve a mí», nos escribíamos. Pero nunca volvimos.
Y, bueno, ahora con todas las historias que nos pasaron por encima e incluso con el delirio que nos arrollamos tú y yo, te veo infinita y más resuelta, más mujer, más todas las cosas del mundo. Me preguntas algo que no puedes preguntarle a cualquiera, supongo, porque no cualquiera sabría de qué se tratan los leones que te viven adentro de los ojos. Y bien, ¿cómo me veo?, me dices. Y yo no se cómo decirte que el primer amor se mueve aunque una le haya cortado el pescuezo. Así, a la mierda. Aunque una crea que lo destripó con las manos. Así, a carne viva.
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