“Villa nació de las entrañas del pueblo y encarnó a todo mexicano”: Jesús Vargas

17/11/2018 - 12:05 am

La correspondencia entre Madero y Villa cuando éste estaba en la cárcel, la de José María Flores para Porfirio Díaz y la de Enrique Creel para José María Sánchez, entre otros, pueblan este libro fascinante, en el que uno se pregunta hasta dónde llegó la Revolución. Villa Bandolero (Planeta), de Jesús Vargas, para entender absolutamente al gran Centauro del Norte.

Ciudad de México, 17 de noviembre (SinEmbargo).- Villa Bandolero (Planeta), dedicado a saber de esos 16 años que Doroteo Arango fue bandolero. La mente, el corazón, del bandolero, dice Jesús Vargas, historiador de Chihuahua, un hombre que entiende que Francisco Villa (mejor conocido como Pancho Villa), “nació de las entrañas del pueblo y encarnó a cualquier mexicano. Por eso ha sido tan grande. Cualquier mexicano se siente representado en Francisco Villa. El más jodido de los mexicanos lo siente cercano. Por eso sigue vigente, al igual que Emiliano Zapata”.

El libro aporta el costado humano de Villa y algunos documentos que comprueban su pasado bandolero y como, al final, ya en la Hacienda del Canutillo, quiso volver a ser bandolero.

Un destino circular de un hombre glorificado por la historia oficial, pero vuelto un humano como todos en el trabajo de Jesús Vargas.

La correspondencia entre Madero y Villa cuando éste estaba en la cárcel, la de José María Flores para Porfirio Díaz y la de Enrique Creel para José María Sánchez, entre otros, pueblan este libro fascinante, en el que uno se pregunta hasta dónde llegó la Revolución.

De niño, Villa se dedicaba a cortar madera y tenía gran aprecio por los animales. Estaba en contra de la injusticia, por lo que comenzó a robar ganado. No era por avaricia, quería defender al pobre. La amistad que tuvo con Ignacio Parra, siendo éste quien le enseñó a ser un bandido (el padre bandolero, lo llama Jesús Vargas), cómo influyó este periodo para volverse un genio militar, son algunas cosas del libro.

–¿Los historiadores que tratan de poner otra mirada tienen dificultades para abrirse paso?

–En la actualidad no. En la actualidad al contrario creo que un historiador que descubre una línea de investigación sobre un personaje o sobre algún acontecimiento, creo que su tema, si está bien tratado, es una mejor posibilidad de que tenga éxito. Los temas que se han abordado tradicionalmente ya están muy gastados y por lo general no aportan nada nuevo. En la historiografía de la Revolución Mexicana lo que se hacía en torno a la investigación, era muy esquemático del lugar común. No sabíamos nada de la Revolución. Llega el doctor Friedrich Katz, austríaco y se fascina con las figuras de Villa y Zapata y le dedica 20 años a trabajar. Tiene una capacidad enorme para atraer a otros investigadores que lo ayudan, él se convierte en un receptáculo con una cantidad de documentos que nunca nadie antes había investigado. La ventaja de él es que no empieza en la ciudad de México, sino en Chihuahua y en Durango, donde realmente se dieron los acontecimientos.

–Entre los historiadores hay mucha rivalidad. ¿Qué piensa de Clío y todos los historiadores que dio?

–¿Quién es Enrique Krauze? Un joven muy inteligente y creativo que descubrió el momento oportuno para acercarse al maestro Daniel Cosío Villegas y luego con doña Esther Salinas, su esposa. Fue escalando y se convirtió en un historiador de oportunidad. Todo su trabajo fue hecho con un anticipado cálculo de que le iba a ir bien. Ahora no lo necesita, pero en su época sí. Las publicaciones que hizo de las biografías del poder nunca se habían hecho, con muchas fotografías, están bien. Creo que Krauze no se compromete con ninguna posición. Es un historiador de cálculo, no de emoción y lo mismo sucede con Héctor Aguilar Camín en Nexos y con otros historiadores que han sido famosos. Ahora hay una nueva generación de historiadores con una postura ideológica, descaradamente, porque siempre se habló de la imparcialidad del historiador y eso es falso. Cada vez toma más fuerza la línea de los historiadores que cuestiona la historia oficial, no toda la historiografía dominante es oficial, pero no es una historia crítica, que recupere la expresión de las masas, del pueblo.

–¿Por qué meterse con el Centauro del Norte?

–Yo no llegué a Villa por la vía directa. Cuando me deslumbro con él es investigando sobre el libro de Nellie Campobello. El Villa bandolero, al que amaba Rafaela Luna, la madre de Nellie. Esas mujeres vivían entre los revolucionarios, dándoles lo que podían y querían. Esta es una etapa de la Revolución está fuera, las mujeres revolucionarias andaban con ellos, los querían, los amaban, los cuidaban. Rafaela Luna era de un pueblo del norte de Durango. Estaban los villistas, porque Francisco Villa fue muy grande por ellos también. Encuentro relatos, encuentro historias de cómo hacía Villa su vida de bandolero y la misma Nellie me da la clave contando la historia de un bandolero que había allí, en 1904. Era el ganadero Gabino Anaya, quien recibió el ganado del bandolero y en lugar de pagarle lo denuncia. El bandolero fue a la cárcel y cuando sale va derechito con Anaya y Villa lo acompaña. Lo cuelgan, lo torturan, para que digan dónde está el dinero. Se armó una balacera, una persecución, una verdadera película. Fueron elementos que van fascinándome.

–Viéndolo desde aquí, desde el siglo XXI, ¿qué relación encuentra entre el narco y el bandolero?

–El bandolerismo surge como una expresión de resistencia de una clase social despojada de sus tierras durante la época del porfiriato. Mucha gente no tenía título de propiedad y las compañías les quitaban las casas. Esa cosa terrible dejó en la miseria a muchas familias, que buscaron la forma de adaptarse. Los que no se adaptaron fueron los jóvenes, quienes habían crecido como rancheros libres, muchos de los cuales se convirtieron en bandoleros. En la actualidad, con respecto al narco, mucha gente en Chihuahua y en Durango no tiene una forma de vivir. ¿En qué se ocupa? Se ocupa de la amapola, de la marihuana y no tienen ninguna otra relación con el narco. Por necesidad entran a esto. Algunos, después de ser trabajadores, entran a las estructuras y se convierten en narcos. Todo esto nace de una situación que no buscó nadie y la gran cantidad de personas que están vinculados al narco no son malos. No necesariamente merecen estar años en la cárcel. Ahí hay muchos rarámuris, quienes hacen trabajo para el narco. Aquí tenemos nosotros una analogía. Hay otra analogía y que tiene que ver que entre los jóvenes están los más decididos, audaces, menos apegados a la vida y más proclives al riesgo, entre ellos surgen muchos líderes del narco y muchos de los cuales han sido benefactores para su pueblo.

–La legalización de la amapola va a cortar todo eso

–Hasta ahorita, la alternativa más aproximada a solucionar un asunto muy grave en este país va a ser eso. La cocaína, la heroína, el opio, la marihuana, son mercancías de consumo para un país que tiene todos los recursos para adquirirlos.

–¿Los bandoleros hicieron la Revolución?

–No. Los bandoleros juegan un papel importante, pero no determinante. Madero, Abraham González, Carranza, jamás mataron a un hombre, por ejemplo. Ni siquiera dispararon una carabina. El momento en que se inicia la Revolución en Chihuahua, es Guillermo Baca el que toma contacto con Villa. Es Guillermo Baca el que acerca a Villa con Abraham González, el líder de la Revolución. Se incorporaron muchos jóvenes con los que él habían formado una red en el Estado. Porque Villa incitaba a la gente honrada, a la gente pobre, que no quería tener problemas con la justicia, a que la noche entrara a los potreros, se robara una vaca y tuviera con qué darle de comer a su familia. Toda esa gente le estaba agradecida.

–¿Villa como bandolero es más humano?

–Yo parto de una situación, los devotos de Villa siempre le han dado a la vuelta al pasado “nefasto” del gran Centauro del Norte. Siempre han tratado de no meterse en esa etapa “negra” de Doroteo Arango. Hay muchos historiadores que nunca se interesaron por estas cosas escabrosas. Por otra parte, los que dicen que Villa fue bandolero, que fue contrarrevolucionario, delincuente, no les interesa la historia, porque ellos ya dicen eso y ya está. No tiene caso investigar esa parte de su vida. Estaba perdida esta etapa. Había otro factor, en los archivos de los acontecimientos de 1910 hasta 1894, los 16 años de bandolero, no había ningún Doroteo Arango y ningún Francisco Villa. No hay documentos donde aparezca él. Los documentos que hablan de este personaje son muy raros, porque él nunca usaba su nombre y no hay retratos de Francisco Villa antes de 1904. Era un personaje perdido en los papeles y lo que hago es cruzar varios expedientes de 1901 a 1910. No son muchos pero son suficientes para seguir los pasos del bandolero. Cuando tuve lista una historia, que puedo presentar como una historia que trate este periodo me decido a publicarla. Le agradezco mucho a Paco Ignacio Taibo porque él durante cinco años me anduvo chicoteando para que yo haga este libro.

Es la primera vez que se aborda de una manera sistemática, total, en esos 16 años de la vida de Francisco Villa, dice Jesús Vargas. Foto: SinEmbargo

–¿Estos expedientes que usted encontró son nuevos en la historia de Francisco Villa?

–Es la primera vez que se aborda de una manera sistemática, total, en esos 16 años de la vida de Francisco Villa. Yo vengo con la historia desde el siglo XIX, con el protagonismo de Heraclio Bernal, de Sinaloa y de Ignacio Parra, en Durango. Encuentro que Heraclio Bernal, el bandolero, fue un republicano, opositor a Porfirio Díaz, firmó proclamas contra él. Su actividad revolucionaria fue calificada como bandido y todos los libros que se han hecho sobre él lo califican como bandolero. Para mí era un revolucionario. Sus hermanos se llaman Parra, entre ellos estaba Ignacio y hacia la banda de él, llega Villa, con 16 años. El padre bandolero de Villa fue Ignacio Parra.

–¿Qué quedó de la Revolución en México?

–Creo que la Revolución está. La Revolución no se concretizó. La Revolución estuvo representada por Villa y Zapata…

–¿Madero no?

–Madero no supo responder a ese momento que le tocó. Fue valiente, sacrificado, humanitario, yo lo admiro, pero él no supo entender lo que quería la gente. No le tenía confianza al pueblo. Los que los llevaron a la Revolución él los libera. A él la Revolución le cayó del cielo. El 20 de noviembre cuando la Revolución es convocada, no hay respuesta pues Madero estaba en San Antonio y dice que se va a retirar. La historia se cuenta en años y queremos ver los resultados en una generación, la historia se cuenta por decenas de años y no es una cadena de eslabones separados, sino de eslabones cerrados. Hay muchos pendientes que se van quedando. El Movimiento de 1968 es una consecuencia de la Revolución Mexicana.

–¿Cree que Andrés Manuel López Obrador recuperará los ideales de la Revolución?

–Lo que creo es que López Obrador está muy comprometido consigo mismo, porque ha declarado mil veces que quiere ser un gran presidente de México. Yo se lo creo. El problema es que su proyecto de luchar contra la corrupción es fundamental, pero nos corresponde a todos los mexicanos vigilar que los colaboradores de Morena no se salgan del carril, que no lo traicionen. Ahí está el talón de Aquiles. Los medios de comunicación van a atacarlo muchísimo, eso está anunciado porque lo han hecho en Brasil, en Venezuela, en Argentina. Los medios de comunicación es el arma más poderosa que tienen los enemigos de cualquier proyecto popular.

–El PRI parece ser que se va definitivamente

–Hace 18 años todos decían que se iba el PRI. Ya daban por muerto al PRI. No creo en eso. Creo que los procesos de construcción son muy largos, complicados y creo que el PRI va a desaparecer mientras el nuevo gobierno respondan correctamente a las necesidades y los anhelos de la gente.

–¿Qué significa para usted ver al gran Centauro del Norte después del libro?

–Desde siempre le he tenido una admiración a Francisco Villa. Antes era algo superficial, a partir de datos muy generales, lecturas, el libro de Adolfo Gilly me deslumbró, porque por primera vez tuve al villismo visto desde la clase. El Villa humano, sin la carga de violencia, sin la carga de poder, de arranques, de coraje, sin la enorme dosis de garañón, de mujeriego, que le han querido asignar, me han hecho entenderlo como un personaje que nació desde las entrañas mismas del pueblo. Encarnó a cualquier mexicano y por eso ha sido tan grande. Cualquier mexicano se siente representado en él, el mexicano más jodido y por eso sigue tan vigente.

Encarnó a cualquier mexicano y por eso ha sido tan grande. Foto: Especial

Fragmento de Villa bandolero, de Jesús Vargas (Martínez Roca, 2018), reproducido con autorización de Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V.

PARTE I. Los bandoleros

El interés social por las leyendas y relatos fue uno de los elementos culturales de las comunidades urbanas y rurales del siglo xix y principios del XX. Era una costumbre muy extendida entre las familias reunirse en las noches para platicar de las cosas extraordinarias que se contaban en los pueblos: como leyendas de tesoros, de aparecidos, sucesos del pasado y, por supuesto, hazañas de bandoleros.

Muchos de estos relatos empezaban explicando que el famoso bandolero había sido persona pacífica, dedicada a trabajar honestamente, hasta que un día el cacique regional o el representante de la autoridad lo habían convertido en víctima de alguna felonía y, al defenderse, se había visto obligado a tomar justicia por su propia mano, huyendo después al monte, convirtiéndose en un proscrito, en un fuera de la ley.

El final de estas historias también era casi el mismo: una traición, un descuido y el escurridizo bandolero caía abatido por las balas de sus persecutores, adquiriendo a partir de ese momento un sitio en la veneración popular gracias a la valentía y las hazañas que había acumulado durante sus correrías.

Entre aquellos relatores naturales, algunos compositores anónimos de corridos se encargaron de registrar las historias de bandoleros, exaltando sus correrías y hasta adjudicándoles el carácter de héroes populares; entre otras razones, porque rompían las reglas de la dictadura, negándose a claudicar frente a los odiados rurales y militares porfirianos.

No obstante, y pese a su notable incremento durante este periodo, el bandolerismo no es una creación social de la opresión porfirista. Los antecedentes remotos de esta actividad se pueden ubicar desde la época colonial y probablemente su expresión más característica en ese periodo fue el abigeato.

El fenómeno del abigeato se ha discutido, en general, dentro del marco conceptual del bandolerismo y el bandidaje. Los autores que han estudiado estos problemas vinculados a la criminalidad en la Nueva España colonial se abocaron, fundamentalmente, a las últimas décadas del siglo XVIII y casi siempre estuvieron preocupados por analizar el contexto de desórdenes sociales que condujeron a la crisis del orden colonial y al movimiento de independencia.

La historiadora Sara Ortelli encontró documentos del Archivo Histórico de Parral en los que se muestra que en Santa Bárbara, Valle de San Bartolomé, Real del Oro, Indé, Santiago Papasquiaro y Mapimí, se practicaba el abigeato.

Esos abigeos del siglo XVIII no eran ladrones ocasionales o proscritos: eran vecinos sin problemas con la justicia que no eran perseguidos. Algunos de ellos eran, incluso, personajes prominentes.

Con estas referencias podemos ubicar algunos de los antecedentes del abigeato y el bandolerismo, pero no se puede ignorar que, desde el inicio de la época colonial, también los indígenas insumisos desarrollaron sus propias formas de resistencia contra el régimen español, convirtiéndose en proscritos y desarrollando formas de subsistencia similares a las de los bandoleros.

En documentos coloniales se hace referencia a los grupos indígenas rarámuri y tepehuán, que permanecían temporalmente en las misiones, pero luego huían y se arraigaban en los lugares más accidentados, donde no alcanzaban a llegar la cruz y la espada. También hay evidencias de que algunos indígenas inconformes se convertían en salteadores de caminos, caseríos apartados e incluso de presidios, donde atacaban fugazmente, para luego volver a los sitios donde tenían sus guaridas.

Fueron los indígenas quienes irrumpieron en esta actividad, ejerciéndola como una forma de resistencia desde la época colonial, dejando también su huella en el imaginario de los pueblos rurales del estado de Chihuahua y Durango, donde los niños y jóvenes se enteraban y emocionaban con los relatos de las guerras y las proezas que habían sostenido los pueblos indios contra los españoles invasores. A los pueblos indios rebeldes, a las bandas de rarámuris y tepehuanes que se declaraban en rebeldía, se les identificaba en los documentos como “indios insumisos”. A los apaches y comanches que se levantaron durante el siglo XIX, se les identificaba como “bárbaros”, y ellos representaron el último eslabón de las guerras indias en el norte de México.

Durante cinco décadas, de 1830 a 1880, los apaches sostuvieron heroicamente una guerra perdida por adelantado. En los pueblos y en las comunidades rurales se les temía pero también se les admiraba; por su valentía, por sus hazañas, sobre todo, por un natural razonamiento de justicia, ellos fueron las víctimas insurrectas que no se dejaron aplastar y pagaron por su rebeldía. Durante el siglo XIX los apaches desarrollaron sus propias tácticas de combate, poniendo en juego sus conocimientos ancestrales sobre el uso del medio para resistir y tratar de subsistir. Las bandas que a mediados de siglo incursionaban por el territorio de Chihuahua actuaban en forma muy parecida a las agrupaciones de bandoleros mestizos con quienes establecían contactos esporádicamente, pero algunas pandillas de apaches también se relacionaban con el rarámuri: no sólo para combatir a los blancos, también para el mitote y para tomar tesgüino.

Un libro que analiza totalmente a Francisco Villa. Foto: SinEmbargo

Se puede sugerir que desde la época colonial hubo cierta identificación entre los “indios insumisos” y los bandoleros mestizos. Por razones diferentes, ambos asumían esta forma de vida, y el origen se encontraba en el sistema de opresión y desigualdad que condenaba a la mayoría de la población a vivir en el vasallaje, en condiciones miserables. A final de cuentas, bandoleros, mestizos e indios insumisos transitaban en la marginalidad, por los mismos caminos, aproximándose y estableciendo contactos en algunos momentos.

No en vano, los mestizos aprendieron de los indios insumisos y de los bárbaros sus tácticas de guerra y los conocimientos acumulados durante muchos años. Aprendieron el uso estratégico de la geografía: a identificar y utilizar las partes altas de las montañas para descubrir los movimientos de sus enemigos, a aprovechar los mejores sitios para las emboscadas. Conocieron la ubicación de los aguajes, de los accesos a los cañones más inexpugnables, aprendieron por dónde iban las veredas, los atajos y la ubicación exacta de las cuevas más escondidas entre las peñas y farallones.

La aplicación cotidiana de estos conocimientos dio lugar a la conformación de una cultura del bandolerismo que durante la segunda mitad del siglo XIX se extendió en varios estados del norte de México. Gavillas y bandoleros, la mayoría sin identidad y sin historia, ocuparon la atención de las autoridades judiciales, que también desarrollaron métodos propios para combatirlos. No obstante el elevado número de casos, muy pocos bandoleros quedaron registrados en la memoria social. La mayoría de ellos se perdieron en el anonimato, pero de sus actividades y correrías se tiene conocimiento a través de los expedientes judiciales y de las notas que salían esporádicamente en los periódicos.

En la segunda mitad del siglo XIX, con el auge de la ganadería, se incrementaron los delitos relacionados con el abigeato. En algunos lugares, las bandas se coordinaban con autoridades judiciales, policías, funcionarios de los gobiernos y hasta respetables ganaderos, que aprovechaban para comprar ganado robado que luego comerciaban como si fuera propio. Esta relación entre abigeos y ganaderos respetables se hizo evidente en el distrito de Hidalgo, en el distrito de Guerrero y en el norte de Durango (partido de Indé), región donde el abigeato era una actividad muy extendida.

Las formas tradicionales de control de la propiedad del ganado se resquebrajaron: el uso de los fierros de marcar perdió efectividad debido a que los abigeos desarrollaron su propio sistema para empalmar los fierros y alterar las marcas originales. Era imposible cercar los inmensos territorios de pastoreo o disponer del número suficiente de vaqueros para vigilar todos los potreros; ante la presión de los hacendados, las autoridades endurecieron las leyes. El 16 de diciembre de 1893, el gobierno del estado promovió una nueva ley ganadera. Más adelante, el 2 de julio de 1895, se creó la policía rural, encargada principalmente de recorrer los campos y caminos, de perseguir a los abigeos. Ambos hechos aumentaron la tensión entre las relaciones en las zonas rurales, especialmente en el noroeste, donde la acción de los deslindadores fue más extensiva.

En las estadísticas de la época se ilustran claramente los efectos de las nuevas leyes en el incremento de procesados por motivos de abigeato y robo, delitos muy relacionados entre sí. El bandolerismo, en la modalidad del abigeato, se incrementó notablemente durante los años de dictadura porfirista. Su surgimiento no fue azaroso. En aquellos años, la dictadura aplastaba y dominaba con mano de hierro incluso las lejanas tierras del norte del país. El porfiriato creó, basado en décadas de perfeccionamiento, un sistema que protegía a los caciques latifundistas y castigaba despiadadamente a los peones, y en muchos casos, el resultado trató de levantamientos armados y rebeliones individuales. Los bandidos eran, pues, movidos no solo por el impulso de hacerse de bienes materiales, sino por la imperiosa necesidad de hacer justicia, aunque fuera por propia mano. Los documentos judiciales no registraban de esta manera las causas de los ladrones de ganado y, por el contrario, se hizo costumbre identificar como “bandoleros” a todos los que se enfrentaban al orden establecido. Tampoco las estadísticas reflejan todas las causas que provocaron el incremento del bandolerismo. Se pueden anotar varias, pero la razón principal fue la creación de una nueva forma de despojo ideada por los terratenientes y el gobierno de Díaz.

Compañías deslindadoras: despojo y acumulación

El proceso de despojo y concentración de la tierra tuvo su justificación “oficial” en la ley conocida originalmente como de deslinde de los terrenos nacionales, gestada durante los primeros años del gobierno porfirista.

Originalmente, el 31 de mayo de 1875, al iniciarse el último año del interinato del presidente Sebastián Lerdo de Tejada, se decretó la ley para el deslinde de los terrenos nacionales. Con esta ley se esperaba determinar cuáles eran los terrenos de los que podía disponer el gobierno para uso público, pero la tarea no pudo ni siquiera arrancar porque, al año siguiente del decreto, cuando Sebastián Lerdo de Tejada se aprestaba a participar en las elecciones de 1876, el entonces presidente interino tuvo que huir del país a causa del golpe de estado promovido por el general Porfirio Díaz.

Siete años después, con Manuel González en la presidencia, el 15 de diciembre de 1883, se expidió la ley por medio de la cual se otorgaron nuevas facultades al presidente de la república para que se hicieran los trabajos de apeo, deslinde, medición, fraccionamiento y valuación de los terrenos baldíos y nacionales. A fin de lograrlo, se contrató el servicio de compañías deslindadoras, que recibirían como pago la tercera parte de los terrenos deslindados. Los grupos de capitalistas que se encargaban de financiar los trabajos de estas compañías contrataban a ingenieros agrimensores, quienes efectuaban los trabajos de apeo o deslinde, además de abogados que, con la ley en la mano y la mano en el bolsillo de sus patrones, defendían los intereses de los propietarios de estas compañías.

Entre 1884 y 1885 surgieron, en los estados de Chihuahua y Durango, varias compañías dedicadas a lo mismo que clasificaban y medían los terrenos que pertenecían a la nación, pero que también se aprovecharon de las imprecisiones jurídicas para despojar a los colonos. Estos eran gente sencilla, humilde y trabajadora, quienes desde muchos años atrás se habían apropiado de pequeñas fracciones de tierra, que con el tiempo y mucho esfuerzo habían transformado en rancherías productivas. Sin embargo, estas propiedades se habían realizado de facto, algunas con el apoyo del mismo gobierno y otras de manera espontánea, pero ni unas ni otras habían recibido títulos: este era el pretexto con el que los sagaces abogados despojaban a los desprotegidos rancheros.

La ley para el deslinde surgió como fruto de una buena intención del ministro de Fomento, Carlos Pacheco, pero casi de inmediato los latifundistas la convirtieron en el mejor medio para legalizar el despojo, cometiendo terribles injusticias en contra de cientos de pequeños propietarios y dejando a la deriva a muchos jóvenes, que de la noche a la mañana se veían sin medios de subsistencia.

La mayor parte de este ejército de desmovilizados se incorporó al trabajo asalariado: en aquellos años había una gran demanda de mano de obra en varios lugares de la zona, producto de la intensa actividad minera. Muchos desplazados emigraron a las ciudades o pueblos mineros como Parral, Santa Bárbara, San Francisco del Oro o Villa Escobedo, entre otros; algunos más se incorporaron como peones o como vaqueros de las haciendas.

No todos los jóvenes, sin embargo, se integraron con facilidad al mercado laboral. Hubo quienes se aferraron a su forma de vida en libertad: jóvenes sin medios para vivir; jóvenes que no habían sido educados en el peonaje de las haciendas, sino en el ambiente de trabajo de la gente libre, es decir, como rancheros dueños de su tierra y del fruto de su trabajo; jóvenes para quienes convertirse en mineros o en peones era como la muerte, y que estaban dispuestos a arriesgar la vida para conservar la libertad en la que habían crecido; jóvenes orgullosos de su fortaleza, del manejo del caballo, de las armas y del dominio de las prácticas del rancho, de aquellas maniobras del oficio que habían aprendido desde niños.

Es decir, jóvenes que prefirieron optar por el abigeato y el robo antes que entregar sus mejores años a la minería o a la agricultura que solo los exprimirían mientras enriquecían a algún terrateniente solo para, años después, escupirlos ya exhaustos, ya cansados. Estos jóvenes bandoleros enfrentaban, casi de manera instintiva, al gobierno que había despojado a sus familias; eran jóvenes para quienes el sistema del orden, de la legalidad porfiriana, no representaba ya nada, para quienes delinquir era una manera de responder a la injusticia de que habían sido vícti…

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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