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María Rivera

17/10/2024 - 12:01 am

Condena

“Los ríos de sangre que García Luna y Felipe Calderón dejaron en el país, permanecen allí”.

“Me acuerdo muy bien de dolor, de las lágrimas, de la desesperación de las víctimas”. Foto: Rodolfo Angulo, Cuartoscuro

Aunque la esperábamos, la noticia de la condena de Genaro García Luna en Estados Unidos, no deja de causarme una fuerte impresión, querido lector. El otrora poderosísimo Secretario de Seguridad Pública en el sexenio de Felipe Calderón, pagará con treinta y ocho años en prisión, por narcotráfico.

El responsable de la llamada “guerra contra el narco” resultó ser uno de ellos y haber sido descubierto y juzgado en Estados Unidos.

Un juicio y una condena que, sin embargo, dejan el amargo sabor de que, en realidad, no se hizo justicia, al menos no aquí en México, donde cometió sus delitos y se encuentran sus víctimas. Una guerra que sostuvo el expresidente Felipe Calderón y que en los hechos fue la imposición de un auténtico narcoestado, en el que las autoridades se asociaron con los delincuentes y por ello la violencia brutal e inédita en México terminó por convertir el país en un cementerio clandestino.

Los ríos de sangre que García Luna y Felipe Calderón dejaron en el país, permanecen allí. Impunes. Miles de víctimas se quedarán sin justicia, porque el responsable no volverá a pisar suelo mexicano en lo que le resta de vida y al gobierno del presidente López Obrador no le interesó llevar a cabo las investigaciones y consignaciones de quienes fueron responsables de la brutalidad de aquellos años oscurísimos. No hubo ni justicia, ninguna.

Yo todavía los recuerdo, nítidamente, querido lector, aquellos años. El estado de descomposición en el que entró el país, cuando los asesinos campeaban entre nosotros, asesinaban a migrantes extranjeros y mexicanos, así como a quien se cruzara por su camino. Gozaban de la protección de la más alta autoridad del gobierno en materia de Seguridad Pública y se peleaban entre ellos. Años en los que las personas desaparecían en los caminos, en los que aparecían colgados de los puentes un día sí y otro también, años en los que fueron usados los cuerpos de las personas como mensajes inhumanos, años en los que se cometieron atrocidades sin nombre y se llenaron los caminos, las brechas de cadáveres.

Zonas del país en las que no pasaba nada, porque pasaba todo. Periodistas incapaces de cubrir sus regiones por temor a ser asesinados. Pandillas de delincuentes fungiendo como autoridades, secuestrando personas, “juzgándolas” y asesinándolas frente a una cámara. La barbarie.

La barbarie que pasa cuando quienes deberían imponer la ley y dedicarse al cuidado de los ciudadanos, se corrompen ¿de qué les sirve a los mexicanos que García Luna haya sido juzgado en Estados Unidos? y ¿Felipe Calderón no será juzgado nunca, en ningún lado?

Dígame, querido lector, si usted cree la historia de que el expresidente no sabía nada de las asociaciones de su mano derecha. Parece inverosímil, la verdad. Pero habría que averiguarlo ¿no cree? Para eso el gobierno mexicano tendría que hacer un trabajo de investigación y encontrar la verdad en esa maraña sangrienta, decirnos a todos qué fue lo que ocurrió esos años, de manera específica, quiénes más se corrompieron y dónde están.

Pero no lo harán, querido lector. No lo hizo el gobierno de López Obrador, no lo hará el de Claudia Sheinbaum. Eso significaría investigar no solo a funcionarios sino a militares y marinos que jugaron un papel dentro de esa red de complicidad y corrupción de García Luna. No pudieron hacerlo con el caso Ayotzinapa, es difícil creer que vayan a hacer algo con aquellos años.

Y es que tienen ya bastantes problemas. El estado de violencia e impunidad continúa en México, la feroz violencia, también. La descomposición que dejó ese sexenio terrible, la herencia de García Luna parece que no puede revertirse. No solo eso, habremos de ver qué pasa los años venideros con la Guardia Nacional ¿serán incorruptibles como prometen o será solo un sueño vano de los morenistas?

 

Le decía, no deja de tener un sabor amargo esa justicia. Conocer la carta que el delincuente escribió para el juez, resultó ser una cosa delirante y ofensiva. Ante sus propios ojos, García Luna es un ciudadano modelo, todo lo que allí describe, su familia, la felicidad, la rectitud, describía una vida fuera de este y de cualquier mundo. Una ficción que humilla a quienes esos años padecieron “su rectitud” y que nos sumió en un estado desesperado de rabia y tristeza.

Qué días, de terrible dolor, cuando, por ejemplo, en el año 2011 se formó el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, cuando asesinaron al hijo del poeta Javier Sicilia. Lo abandonaron en un coche en la carretera. O cuando aparecieron en la Marquesa los cuerpos regados de albañiles asesinados. O el estupor cuando hallaron en ese mismo año, cientos de cuerpos en brechas en San Fernando, Tamaulipas, asesinados por los zetas, durante meses, sin que ninguna autoridad los detuviera. O las múltiples matanzas que llevaron a cabo en Veracruz, o los cazadores que secuestraron y asesinaron, porque sí, se los encontraron. O los pintores que iban en la carretera, buscando trabajo, y fueron desparecidos. O los cientos de mujeres que raptaron, violaron y asesinaron. Las mujeres migrantes que buscaron auxilio con agentes de migración y fueron entregadas a sus captores, de vuelta, para ser asesinadas brutalmente. Esto mientras la funcionaria panista encargada negaba los hechos. A mí todavía me duele, querido lector, se me llenan los ojos de lágrimas. Lo que nos pasó, en lo que nos convertimos.

No, querido lector, yo sí me acuerdo. Me acuerdo muy bien de dolor, de las lágrimas, de la desesperación de las víctimas. Me acuerdo de sus tarjetones colgados con la foto de sus muertos y desaparecidos, en el Alcázar del Castillo de Chapultepec, cuando reinaba García Luna.

Me acuerdo de sus palabras y de cómo, tiempo después, los asesinaron por buscar a los suyos.

Ese era el país en el que vivía Genaro García Luna, no el que describe en su carta, su país de mentiras. Y tenía, entonces, las manos manchadas de sangre y la seguirá teniendo hasta que muera.

No importa cuánto intente lavárselas con sus ficciones, ni los años que pasará en una cárcel gringa. Ese era su país, su obra y su espejo: una brecha oscura, repleta de cuerpos de personas asesinadas, sin nombre, que no encontraron justicia porque las autoridades, es decir, él, trabajaba para los asesinos, se llenaba los bolsillos de dinero sangriento.

Ese era su país, mi país, nuestro país donde él vivía. No, no lo olvidaremos nunca.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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