Artes de México

Una máquina de pensar: Simbología de la forma, de Rafael Doníz

17/10/2021 - 12:02 am

¿Qué es la fotografía y qué la hace posible? ¿Se genera en la cámara, en la luz, en los propios objetos físicos que capta? ¿O surge, en realidad, de la creatividad del autor, de las intuiciones combinadas de su pulso y su mirada, de una sensibilidad que descubre lo que otras no ven? El ojo que anida entre los párpados de Rafael Doníz es un ojo pensante. Tal vez lo advertimos en Simbología de la forma más nítidamente que en cualquier otro de sus libros. 

Por Claudia Canales

Ciudad de México, 17 de octubre (SinEmbargo).- La historia de la fotografía, de muchas maneras presente en este libro de Rafael Doníz, ha oscilado siempre entre el realismo y la fantasía, entre la visión onírica y la precisión científica. ¿Qué es la fotografía y qué la hace posible? ¿Se genera en la cámara, en la luz, en los propios objetos físicos que capta? ¿O surge, en realidad, de la creatividad del autor, de las intuiciones combinadas de su pulso y su mirada, de una sensibilidad que descubre lo que otras no ven? Y, más aún, ¿puede ser la fotografía a la vez todo esto? Hacia mediados del siglo XVIII, los hombres se planteaban preguntas que, no obstante, el legado del Renacimiento, nunca antes habían formulado en los mismos términos. Comenzaron a ver el mundo de otra manera. Dudaban, por ejemplo, que la pintura más fiel al paisaje o el retrato más ceñido al modelo fueran justas representaciones de la naturaleza y la fisonomía humana, ambas creaciones de Dios. Cuestionaron entonces qué era eso que llamaban naturaleza y qué era aquello otro, entendido como el individuo o el ente humano. Atisbaban así el umbral de una separación radical, la del sujeto y el objeto, a la vez que rompían el círculo virtuoso que había unido hasta entonces a la cosa representada con su representación. La presunta correspondencia entre el mundo natural, la percepción del artista y lo que este plasmaba en el lienzo -correspondencia atribuida a la armonía divina del universo- quedó entonces dislocada ante una noción inédita del hombre, el cual dejó de ser para siempre “a imagen y semejanza del Creador”, como decían los textos sagrados, para convertirse en un individuo más bien limitado, incapaz de percibir y reproducir el mundo tal cual era en su absoluta perfección, mas no por eso privado del anhelo de conseguirlo.

Simbología de la forma. Foto: Artes de México

Las implicaciones filosóficas y teóricas de estos cambios fueron enormes y estuvieron acompañadas de experimentos y hallazgos que multiplicaron las preguntas en torno al mundo físico y a la percepción de este mediante los sentidos. Parte de aquellos descubrimientos fue de naturaleza visual y entronizó al ojo como órgano privilegiado del conocimiento. Si bien la cámara oscura había sido muy conocida y utilizada desde tiempos remotos, en las décadas que marcan el tránsito definitivo a la modernidad secular se convirtió en un medio de observación y contemplación constantes; un motivo de especulación sobre la naturaleza de lo que se veía en su interior: ¿la propia realidad, un reflejo invertido de ella, o simplemente una ilusión óptica tan inasible como la luz que la hacía posible? El deseo de retener esa visión, de fijarla para siempre igual que deseamos fijar el momento más feliz de un sueño, al fin fue posible al mediar el siglo XIX, gracias al descubrimiento de los efectos luminosos sobre las sales de plata. Y entonces la fotografía se hizo. Su nacimiento, casi simultáneo en varias latitudes pese al crédito que suele acaparar D’Aguerre como “el descubridor”, constituyó una revolución tecnológica, industrial y comercial, pero sobre todo, una revolución del conocimiento. Así como la cámara oscura había sido, digamos, una máquina de ver, el artefacto fotográfico pronto se convertiría en un auténtico dispositivo epistemológico. Es decir, además de producir imágenes servía para pensar.

Simbología de la forma Foto: Artes de México

El ojo que anida entre los párpados de Rafael Doníz es un ojo pensante. Tal vez lo advertimos en Simbología de la forma más nítidamente que en cualquier otro de sus libros. Éste que hoy presentamos -juego y búsqueda procurados en el encierro obligado de la pandemia- apunta hacia las afinidades formales entre los objetos como lo haría tal vez un maestro de dibujo con sus alumnos: el cono, la espiral, el óvalo… Yuxtapone los reinos de la naturaleza igual que el acervo escolar atesorado en una vitrina; despliega composiciones que proponen acertijos, universos imaginarios, anatomías insólitas, láminas de Roscharch. A caballo entre la exactitud clasificatoria del herbario medicinal, el catálogo del coleccionista y el inventario de un museo anatómico, este libro es también provocación creadora: ensueños que van y vienen desde la orilla de la materia concreta hasta la del espectro evanescente. Parece imposible, sin embargo, no pensar también en un diccionario, una suerte de compendio lingüístico que a cada paso sugiere al estudiante un nuevo objeto para ser pronunciado: espiga, guijarro, polilla, cardo, nautilo, pétalo, mazorca, iguana, y así hasta el infinito. Las palabras van al encuentro de las cosas, que esperan ser nombradas. Y las imágenes en pos del sentido, para ser descifradas. ¿O no fue parte de eso lo que quiso decir Magritte? Podría ser.

Simbología de la forma. Foto: Artes de México

Simbología de la forma reúne al hombre que juega con el hombre que trabaja y el hombre que piensa; al homo sapiens que conoce y recuerda la larga tradición que lo precede. Por eso, en estas páginas, Doníz cita a Fox Talbot, a Blossfeldt y a Renger-Patzcsh, a Man Ray y Moholy-Nagy. Lo hace, claro está, sin colocar las comillas. Lo hace como un pequeño guiño al lector que puede identificarlos y un privado in memoriam a los maestros que nunca conoció. Con ellos, y con muchos otros que los siguieron después, Rafael Doníz nos tira de la manga y detiene nuestros pasos. Nos pregunta otra vez, igual que en los albores de la fotografía, ¿sabes realmente cómo corre un caballo? ¿Has percibido alguna vez el instante exacto en que abre una flor? Y a propósito, ¿lo han percibido ustedes?

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