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Álvaro Delgado Gómez

17/09/2024 - 12:04 am

Zedillo, el falso demócrata

“Ya se acabó el régimen de la transición democrática de Zedillo y, por tanto, se les acabó la fiesta a los beneficiarios de esta construcción de la derecha con ropajes progresistas”.

No fue Vicente Fox, el primer presidente de la transición democrática que se volvió sólo negocio. Tampoco fueron los fraudulentos Carlos Salinas de Gortari, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. No: Ha sido Ernesto Zedillo, autoexiliado como los anteriores, pero presentado como la figura más “limpia” del neoliberalismo, quien acusa a Andrés Manuel López Obrador de transformar la democracia en tiranía.

Y no está mal que ahora sea Zedillo la figura señera del PRIAN creado por Salinas para empezar a discutir, en serio, si antes del 2018 los mexicanos disfrutábamos de más democracia que después de ese año, si estaba más vigente el respeto a las leyes y a las libertades antes que ahora y si había mejor calidad de vida para los mexicanos.

En una discusión en serio sobre la democracia, la autoridad moral importa tanto como los hechos. Y no es Zedillo la figura emblemática del respeto a la democracia, la justicia y los derechos humanos. De no ser por la alternancia por la derecha en el año 2000, el repudio hacia él sería tanto o más que a Salinas.

Pero ahora resulta que Zedillo es sinónimo de justicia y democracia, pese a tantas decisiones que tomó contra las mayorías, como el despojo de las pensiones de los trabajadores a través del sistema del ahorro para el retiro, impuesto en 1997, y las matanzas durante su gobierno.

El caso es que con la reforma al Poder Judicial de la Federación, con el que corona López Obrador su sexenio, hay una nueva fase en la narrativa opositora sobre el fin de la democracia en México, una estrategia que viene desde el “peligro para México” que aún usa Calderón para justificar el fraude electoral de 2006 y tan falaz como la reelección presidencial que Enrique Krauze dio por hecho cuando se convocó al proceso de revocación de mandato.

De hecho, la figura de López Obrador asociada al autoritarismo viene desde que movilizaba en Tabasco a los sectores más pobres a favor de la democracia, cuando Roberto Madrazo —bajo las órdenes de Salinas— lo asoció con el comunismo y luego Zedillo lo demonizó por oponerse al Fobaproa, en 1998, y por rechazar las fabulosas cantidades de dinero para financiar a los partidos políticos con su reforma electoral dos años antes.

Es decir, el López Obrador que ganó el poder por la vía democrática sólo para destruirla no es una construcción reciente, sino de por lo menos tres décadas, cuando acreditó —como nunca antes en la historia— el uso ilimitado de dinero sucio para las elecciones en Tabasco con el despilfarro de 241 millones de pesos en la elección estatal de Madrazo que también involucró el dinero sucio a la presidencial de Zedillo.

El dinero sucio para estas campañas procedió del erario estatal, de delincuentes de cuello blanco, como el banquero Carlos Cabal Peniche, y hasta de actividades criminales a través de triangulaciones que se hicieron en el mismo sistema financiero que amparaba la impunidad.

Y ha sido Zedillo, el rescatista de banqueros, empresarios y políticos a través del Fobaproa que tiene hipotecado al país, el que regresa un ratito a México sólo para repetir lo que inventaron los capos intelectuales Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín: La muerte de la democracia en México.

La elección popular de jueces, magistrados y ministros, tal como se platea en la reforma, toca al poder más opaco y más corrupto de la construcción neoliberal y su implementación representa efectivamente una desafío para mejor la impartición de justicia, pero es un contrasentido afirmar que la voluntad ciudadana clave en este derecho es un acto autoritario.

Todo régimen político cambia reglas e instituciones. Eso fue precisamente lo que hizo Zedillo con el régimen de la transición democrática al reformar las leyes electorales y cambiar el Poder Judicial, que de inicio —ahí sí autoritariamente— desapareció la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) y concentró el poder en la presidencia de este órgano y en el de la Judicatura sólo para la impunidad de los jueces y sus cómplices.

Zedillo desmanteló la SCJN y edificó un nuevo Poder Judicial neoliberal sin consultar a nadie, sólo con el enjuague con el PAN, a cuyo exsecretario general con Calderón y subordinado de Diego Fernández de Cevallos, Antonio Lozano Gracia, hizo procurador general de la República, uno de los peores que tuvo esa institución en su historia.

Para Zedillo, el continuador del modelo neoliberal que como nadie impulsó Salinas, la reforma al Poder Judicial de la Federación era parte de la transición a la democracia, como lo fue también la reforma que dio autonomía al viejo Instituto Federal Electoral que luego, en 2014, el PRIAN transformó en INE para mantener el control de todos los órganos concebidos por el neoliberalismo, incluidos los llamados autónomos.

Por eso el problema del PRIAN y de los poderes económicos y mediáticos no es la reforma al Poder Judicial en sí misma, sino el desmantelamiento de la justicia neoliberal, que es la arquitectura jurídica edificada desde Miguel de la Madrid y Salinas y profundizada en los sucesivos gobiernos hasta Peña Nieto con su Pacto por México, todo siempre para la protección de la oligarquía.

Un cambio de régimen implica, por supuesto, la creación de leyes e instituciones que siempre también lesionan intereses, y eso es lo que ocurre con las reformas impulsados por López Obrador, pero ninguna como la que busca transformar al Poder Judicial federal, que se convirtió en la verdadera resistencia a un nuevo régimen democrático.

Por eso no es Fox, Calderón ni Peña Nieto los que tienen el arrojo para enjuiciar a López Obrador, sino Zedillo, uno de los más feroces presidentes neoliberales que tiene como única prenda ser el creador del régimen de la transición democrática que se convirtió también en el negocio de la derecha disfrazada de progresista que encabezan los capos Krauze y Aguilar Camín.

Ese es el fondo del asunto: Los grandes intereses económicos afectados por los cambios realizados en México en los más recientes seis años, no la involución al autoritarismo que practicaron —eso sí— los gobiernos anteriores al 2018, sobre todo para adulterar la voluntad popular y administrar los cambios para que todo siguiera igual.

Ya se acabó el régimen de la transición democrática de Zedillo y, por tanto, se les acabó la fiesta a los beneficiarios de esta construcción de la derecha con ropajes progresistas.

Es hora se edificar nuevas leyes para garantizar, efectivamente, que tenga vigencia la democracia sin adjetivos en México. Y entonces comencemos a discutir, seriamente, si ya no hay democracia —el poder del pueblo—, si ha desaparecido el Estado de derecho y si tienen o no vigencia las libertades que consagra la Constitución, si las instituciones están hechas pedazos o si están colonizadas o en vías de estarlo.

Hablemos, en serio, si López Obrador es verdaderamente un tirano quiere dejar de ejercer el poder y someter a su sucesora, Claudia Sheinbaum, para mantener el control de manera transexenal.

Una deliberación seria concluirá que, en realidad, este relato de la derecha es falaz y ya muy poquitos lo compran. Se trata de falacias que ya ni siquiera son útiles en temporada electoral, como deberían haberlo aprendido el PRIAN después del 2 de junio.

López Obrador es un político que será enjuiciado por la historia en su dimensión real, menos esplendorosa de lo que él mismo quiere, pero tampoco será la historia de destrucción y la tiranía que quieren escribir los rabiosos historiadores de la transición democrática, que tres décadas después llegó a su fin como etapa histórica y como negocio.

Álvaro Delgado Gómez
Álvaro Delgado Gómez es periodista, nacido en Lagos de Moreno, Jalisco, en 1966. Empezó en 1986 como reportero y ha pasado por las redacciones de El Financiero, El Nacional y El Universal. En noviembre de 1994 ingresó como reportero al semanario Proceso, en el que fue jefe de Información Política y especializado en la cobertura de asuntos políticos. Ha escrito varios libros, entre los que destacan El Yunque, la ultraderecha en el poder (Plaza y Janés); El Ejército de Dios (Plaza y Janés) y El engaño. Prédica y práctica del PAN (Grijalbo). El amasiato. El pacto secreto Peña-Calderón y otras traiciones panistas (Editorial Proceso) es su más reciente libro.

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