Victor Hugo Areceaga, encargado del mantenimiento del emblemático edificio, afirmó que de haber "un terremoto capaz de tumbar la Latino, sería tan potente que ningún otro edificio de Ciudad de México quedaría en pie."
Por Eduard Ribas i Admetlla
Ciudad de México, 17 de septiembre (EFE).- "El edificio más alto que jamás haya sido expuesto a una enorme fuerza sísmica", reza una modesta placa de 1957 en el vestíbulo de la Torre Latinoamericana, el rascacielos que inauguró la modernidad en México y que se convirtió en un símbolo de resistencia ante los terremotos más letales.
Cuando el 19 de septiembre del año pasado un poderoso terremoto de magnitud 7.1 azotó con fuerza Ciudad de México, el ingeniero Víctor Hugo Ariceaga, encargado del mantenimiento de este icónico rascacielos, no entró en pánico. Sabía que se encontraba en uno de los lugares más seguros de la capital.
Durante sus 62 años de historia, la Latino -como la conocen popularmente los capitalinos- resistió a los poderosos terremotos de 1957, de 1985 y de 2017.
Dichos temblores, que dejaron centenares e incluso miles de muertos, sólo provocaron algún cristal roto en este edificio de 181 metros de altura que en su momento fue el rascacielos más alto del mundo fuera de Estados Unidos.
"No es la mejor zona para construir, sin embargo aquí se construyó la torre", confiesa a EFE Ariceaga desde el turístico mirador de este rascacielos, donde trabajan unas 3 mil personas en sus casi 40 pisos de oficinas.
Y es que el centro histórico de Ciudad de México, lugar donde la compañía La Latinoamericana Seguros erigió su torre en 1956, está asentado sobre un antiguo lago, por lo que el suelo está conformado por arcilla inestable.
A esto hay que añadir el hecho de que "en México se registran 40 sismos al día de distintas magnitudes", recuerda el ingeniero. Sin embargo, la Latino "los ha soportado perfectamente", incluidos los de mayor magnitud.
Es más, si hubiera un terremoto capaz de tumbar la Latino, sería tan potente que ningún otro edificio de Ciudad de México quedaría en pie, sostiene Ariceaga.
"Desde su concepción de diseño, sabían los constructores y desarrolladores que esta es una zona de alta sismicidad", explica el arquitecto.
Por ello, los arquitectos mexicanos decidieron apostar por un sistema innovador, más costoso pero más previsor que lo que marcaba la normativa de la época. Eso permitió que hoy siga en pie.
Un cajón de cimentación, robustas columnas y tres pisos de sótano con una profundidad de 33 metros sostienen las 25 mil toneladas de la Latino.
Un muro flotante separa la cimentación del resto del edificio y permite que el rascacielos ascienda o descienda en función de las vibraciones de un sismo o del nivel de agua bajo tierra.
Además, el edificio tiene una estructura de acero, del mismo tipo que el Empire State de Nueva York, que "permite deformaciones para absorber los movimientos sísmicos".
Tampoco es casual su característica fachada que alterna ventanales con franjas azules, puesto que estas últimas cubren unos anillos que aportan rigidez a la Latino.
Por todo ello, los sismos se sienten más intensos en la parte superior del edificio. "Para quien no lo ha sentido, es una sensación no muy agradable, pero a fin de cuentas estamos en un edificio muy seguro", explica el arquitecto.
"La torre no se evacúa durante un sismo porque es imposible. Uno está más seguro dentro del edificio", añade. Eso sí, hay un protocolo que conoce todo el personal de la Latino y que consiste en acercarse a las columnas y alejarse de muebles o ventanas.
Una vez finalizado el terremoto del año pasado, la Latino fue evacuada para revisar cualquier tipo de daño. Sólo un ventanal de los primeros pisos se desprendió.
Ariceaga estaba tan focalizado en su trabajo que no observó cómo desde la ventana de su despacho, en el noveno piso de la torre, se divisaban "incendios, derrumbes y cosas terribles". Partes de la ciudad habían quedado devastadas.
Por su resistencia, la Latino fue utilizada como "un laboratorio de pruebas" y muchos modernos rascacielos del centro de la capital, como los situados en el emblemático Paseo de la Reforma, copiaron su diseño estructural.
De hecho, el éxito arquitectónico de la Latino no se pudo constatar hasta el sismo de 1957. Al observar su resistencia, muchas empresas decidieron trasladar allá sus oficinas, explica Ariceaga.
Este arquitecto, que lleva más de dos décadas en la Latino, recuerda con una sonrisa el consejo que le dio Leonardo Zeevaert, uno de los ingenieros del rascacielos.
"Usted no debe permitir que se modifiquen las características estructurales del edificio. Esa es su principal obligación", le dijo. Una advertencia que siguió pie de la letra.