Allá entre los años 20 y 30 del siglo pasado, una mujer llamó la atención en pueblos y ciudades por su estrafalaria –para la época– vestimenta, pero además por su profesión: Piloto de acrobacias.
Para empezar, el hecho de ser mujer le costó las miradas extrañadas. Pero además estaba el hecho mismo de que los vehículos eran un invento relativamente nuevo.
Lillian La France (1894-1979) fue de las primeras stunt riders y quizás una de las más famosas. Recorrió cuanto “motordrome” de Estados Unidos se le ofreció entre los años 20 y 30 con su ropa especial, de cuero y tela, y con la calavera cruzada por dos huesos en el pecho.
Nació en un ambiente conservador del Estados Unidos blanco y profundo. De una granja de Kansas, con tan sólo 22 años a cuestas, abandonó el seno familiar para irse a la aventura.
Tenía 30 años en 1924, cuando se tiene el primer registro de sus espectáculos públicos piloteando autos y motos entre rejas, trabas y retos auto impuestos. La gente, dicen las crónicas, se volvía loca con aquella mujer extraña montada en aparatos también extraños, haciendo acrobacias en jaulas redondas o sobre rieles.
“Nunca tuve la intención de tener hijos o ser la típica ama de casa. Vi cómo vivía mi madre así que nunca me atrajo soportar la carga de la vida matrimonial”, dijo en cierta ocasión.
“Fue la emoción de arriesgar la vida lo que me hizo convertirme en piloto de acrobacia. Yo era la chica que coqueteaba con la muerte. Desde la niñez me atrajo la vida de vagabunda. Siempre estaba sola, soñando con aventuras [...]. Este era mi secreto. No lo compartía con nadie”.
Lillian La France nació Lillian Ossage. Se hizo llamar, siempre, como “La mujer que coquetea con la muerte”. Su espectáculo más famoso era “La Pared de la Muerte”.