Tomás Calvillo Unna
17/07/2024 - 12:04 am
La resistencia de la metáfora
“Ante la invasión de las imágenes electrónicas la palabra retorna a sus orígenes para indagar el tiempo”.
Quisiera hablarle a Maris, marcarle desde este celular. Ya no está más, se fue hace muchos años, cuando los teléfonos eran fijos.
A ella le hubiera gustado, tener a la mano, mejor dicho, al oído, la voz de los suyos, y es que si éramos suyos y tal vez sin saberlo hasta qué grado. Y al paso de los años, cuando ya había partido, la descubrimos dentro de nosotros: la belleza de su vida, su carácter, su silencio, su grata compañía; la Paz (así con mayúscula) amistosa y sencilla y fina que irradiaba. La Marís, como todos le decíamos.
I
En cada estamento de los segundos, hay una enseñanza.
El inmenso cordón de nubes;
despliega ya sus batallones,
el tiempo de espera terminó.
Convocan en la distancia a quienes sólo observaban
y rodean por doquier el anidado futuro
cercado por alambres de púas.
Las fronteras horadadas irritan el presente y su memoria.
Todavía no caminamos y pretendemos seguir nuestras huellas…
II
En algún lugar que desconocemos
se quebrantó la visión;
hace siglos se le nombró: la Torre de Babel.
El desconcierto proviene de adentro,
afuera continúan los trazos, las rutas, las rutinas,
las tareas, el calendario de las fiestas,
los banderines rojos y naranjas de la precaución.
Las crueles risas de la escenografía del poder.
Y de pronto retorna el timbre de la fe
que abandonó a su feligresía,
a la suerte maltrecha del desamparo;
una manera de desnudar al destino y retarlo.
El azar alza su mano
y espera en el horizonte un mejor amanecer.
El ayer encaja sus uñas
en el día a día de los cuerpos.
En cada vocablo que pronunciamos
el inevitable mañana se consume.
Esas dosis de vibración
terminan adheridas a la corteza de la tierra.
Sin darnos cuenta
nos hemos despojado
del imán de nuestra travesía;
los rumbos se alteraron
y ensimismados pretendemos saber algo
de lo que sucede dos pasos delante de nosotros.
Intentar ver, reconocer si somos los mismos,
o solo ya estos números desalojados de la palabra.
Aprendimos a rebasar a más velocidad
y henos aquí en el Páramo.
A dónde ir ahora, si ya multiplicamos nuestras imágenes,
alineados continuamos en el vértigo de su fantasía;
(antiquísima Maya, mas cruenta)
al fin cuajada de dolor en estos convertidos clones del tu y yo;
insaciables pronombres que habitamos
III
Tal vez esa geometría sagrada relegada
conserve algunas coordenadas:
los ángulos del ser, del prójimo ignorado.
La escalera de caracol
y el túnel y el puente saben darse la mano.
Y el árbol, quien conoce el idioma de los cielos,
donde las aves ensayan sus cantos;
en su majestuosidad, en la multiplicación de sus hojas,
en el poder de sus sombras, en su dignidad,
su profunda humildad como emblema mismo de la tierra:
es la mansión del conocimiento.
IV
Ante la invasión de las imágenes electrónicas
la palabra retorna a sus orígenes para indagar el tiempo;
entre los telones del silencio,
destellan las astillas de la conciencia;
la aspiración eterna de la rosa y sus vientos.
La ofrenda, su huella;
el aroma nocturno del arrojo,
el fugaz testimonio que nos acompaña;
la desaparición
esa inquietud que se sienta a la mesa,
el humor silbante de la puerta abierta,
la mediación de la terraza,
y el grito de la azotea,
el murmullo oculto del tinaco.
La altura que nunca alcanza,
y calcula los caminos de la tierra.
En cada estamento de los segundos hay una enseñanza;
cada detalle es un conglomerado.
La destreza del balance,
el ignorado desafío,
el poder de la vela;
la silenciosa danza de su flama,
ese murmullo que alojamos
sin saber a bien de donde proviene
y hasta donde nos lleva …
La pequeña espiral de humo,
la noche que se retira.
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