Jaime García Chávez
17/07/2023 - 12:01 am
Porfirio Muñoz Ledo y la eficacia de la retórica
El hecho de su deceso ocupó las principales noticias del país, y poco a poco han empezado a fluir críticas de fondo a su personalidad y a su vasta obra, ligada sin duda alguna a la ruptura del autoritarismo y esta transición, acompasada y a veces errática, que se vive en México.
Cuando faltan personalidades bien ancladas en la sociedad, se resienten en un ciclo largo que empieza con la muerte de la figura sobresaliente. Quién no deplora hoy la ausencia de Carlos Monsiváis, por ejemplo. Ese efecto lo tendremos ahora que falleció Porfirio Muñoz Ledo, que en estos días estaría cumpliendo 90 años.
El hecho de su deceso ocupó las principales noticias del país, y poco a poco han empezado a fluir críticas de fondo a su personalidad y a su vasta obra, ligada sin duda alguna a la ruptura del autoritarismo y esta transición, acompasada y a veces errática, que se vive en México.
Fue un demócrata convencido, que luchó desde adentro del poder, pero sobre todo desde afuera y en su contra, y de esto no se salvó el obeso presidencialismo de Andrés Manuel López Obrador.
Sus archivos son fondo que se podrán consultar en las instituciones académicas; su voz en los parlamentos engrosó los diarios de debates, al igual que sus columnas periodísticas y sus muchas entrevistas en las que frecuentemente cimbraba a la clase política del país, son testimonio puro, sobre todo cuando estas críticas iban dirigidas al poder. Es un acervo para realizar el balance de un prolongado momento de México.
Sobra decir que fue una figura poliédrica, el ciudadano de la ruptura en un mundo que crujía. Su vocación política, sin duda weberiana, estuvo a prueba a finales de la década de los ochentas. El contraste con otras discordias entre la clase política que gobernó al país, no tienen punto de comparación con lo que se propició a partir de 1988. El autoritarismo priista llegó a su fin, aunque no con las soluciones deseables en el desarrollo histórico.
Porfirio pasará a la historia como un demócrata, sin demérito del gran acento que puso en su propuesta para una Nueva República. Elecciones periódicas y competitivas, con deliberación de propuestas, sin renunciar a los pactos que no deshonran a nadie, fueron la piedra de toque de su pertinaz labor. Pero iba mucho más allá, y siempre pensó en una república con una ciudadanía viva, con valores reconocidos en la libertad y virtudes para prodigar una vida pública y colectiva fructífera. Esto y mucho más se dice ahora, como recapitulando una vida.
Pero hay algo que frecuentemente se pierde de vista. De Muñoz Ledo, cuando se le pretendía distinguir, se decía que era un estupendo orador y un gran tribuno. Pero no es válido, a esta hora del balance, quedarnos sólo con esos conceptos, que estrechan la vida del personaje y lo encasillan en un cliché.
Muñoz Ledo era consciente, tanto de su personalidad como del magisterio de su palabra, quizá como ninguno a lo largo de más de medio siglo. Sabemos, porque forma parte del trajín cotidiano, que la retórica hoy sufre de mala fama. Cuando se pretende denostar a una persona que pronuncia discursos, se le endilga la descalificación de “retórico”, insinuando que esta vieja y clásica disciplina es algo vacío, superado, inútil.
Descreo de esta opinión a la luz de la palabra que empeñó Muñoz Ledo para configurar su visión de país y las propuestas para transformarlo. Él convenció y fue por algo. Lo hizo a través de la palabra viva, en ocasiones en el parlamento, en la conferencia académica, en otros casos en el debate partidario, en el ágora pública y hasta en las conversaciones informales, en la taberna, en el café o la sobremesa.
No dudaría que Muñoz Ledo haya leído la Retórica de Aristóteles, pero estoy seguro que en los momentos más difíciles sus propuestas fueron sensatas y benevolentes, aún en medio de una turbulencia de contradicciones de gran magnitud. Era claro, evitaba la esterilidad de las palabras, empleaba la corrección lingüística, adecuaba lo que se dice y cómo se dice, y en los momentos centrales de su vida, lo hacía con elegancia.
Entiendo que pueden ponerse ejemplos en contra de esto, pero no es lo que define la estatura del político y estadista.
Cuando pienso así, recuerdo que el gran filósofo Hans-Georg Gadamer preconizó la necesidad, y lo citó libremente, de devolver a la retórica la vasta extensión de su validez, justo como lo hizo Muñoz Ledo. En esa visión, se englobaría la totalidad de lo que concierne al saber del mundo concebido lingüísticamente, formando parte de una comunidad y en la que se remite a toda clase de convivencia, entendimiento mutuo, que discurre entre los hombres y mujeres también de forma simbólica.
Si bien recurro aquí al criterio de autoridad, citando al notable filósofo para hacer la defensa de la retórica, es porque en ese molde vi que ajustó Porfirio Muñoz Ledo su desempeño a través del uso de la palabra. Por eso fue eficaz, quizá como nadie pueda desvirtuarlo.
Y esto, además, es de resaltar en un mundo en el que el control de los medios y las redes avasallan al común de los mortales, que deben saber, hoy y siempre, que tienen en su boca y en su lengua el poder de transformarlo todo.
13 julio 2023
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