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Óscar de la Borbolla

17/06/2024 - 12:03 am

¿Todo es construcción social? 2

Mucho tiempo acepté como correcta la idea de Nietzsche, o su eco en la versión de Derrida, quien sostiene que “no hay nada fuera del texto”.

¿Pero que significa en el párrafo anterior “nada más que”?, o formulado más precisamente: ¿qué es lo que no hay?. Foto: Especial

La idea con la que Nietzsche fulmina la naturaleza natural aparece en sus Fragmentos póstumos y está contenida en esta sencilla afirmación: “No hay hechos; solo hay interpretaciones”. El modo como suelo explicarla me remite a una experiencia personal, a un viaje que realicé a Uruapan, sitio donde tuve el honor de conocer a la nieta del indígena purépecha en cuyo predio surgió, en 1943, el volcán Paricutín. Esta venerable mujer me contó que su abuelo araba la tierra y al removerla con el azadón descubrió rescoldos en el suelo; aquellas brasas humeantes más el pujar del terreno lo hicieron creer que el infierno se estaba abriendo paso para invadir la superficie. Espantado, el hombre corrió hasta la capilla para alertar al párroco de que el diablo estaba por emerger. El pánico se extendió por la comunidad y todos, armados con cubetas de agua bendita, fueron a enfrentarse a las fuerzas del mal.

A los pocos días, Lázaro Cárdenas se enteró de que un volcán estaba naciendo en Michoacán y el gobierno mandó a la tropa para evacuar a la población. Los habitantes que nunca habían visto uniformados ni autobuses pensaron, al verlos, que los diablos ya se habían salido y, obviamente, corrieron hacia todas partes. Fueron atrapados y sometidos los obligaron a subir al autobús. Quienes estaban adentro gritaban por las ventanillas como si estuvieran siendo deglutidos, y el abuelo de las señora que conocí en Uruapan murió de una infarto en la puerta del autobús…

Desde que escuché esta historia siempre me he preguntado: ¿dónde murió ese hombre?, ¿en el estribo de un autobús o en las fauces del diablo? Ante esta pregunta hay dos respuestas: Obviamente en las fauces del diablo, dijo el hombre y lo subrayó con la pérdida de su vida. En la puerta del autobús, digo yo desde mi circunstancia. Si se piensa un momento en el dilema de elegir entre una u otra respuesta, se descubrirá que los hechos, los mismos “hechos” (los rescoldos humeantes, la tierra trepidando…) son organizados de una manera perfectamente coherente en ambas respuestas pese a que las interpretaciones tiren en direcciones extremadamente distintas. Los llamados hechos es lo que consideramos lo real, pero a la luz de este ejemplo, es muy claro comprender que la realidad de aquel hombre y la nuestra no son sino interpretaciones: una en la que está encerrado él y otra en la que estamos encerrados nosotros. Este es el modo como entiendo la idea nietzscheana: “no hay hechos; solo hay interpretaciones”. ¿Será cierto que todo es una interpretación, una construcción social?

Durante mucho tiempo suscribí que sí, pues, aunque estoy absolutamente convencido de que mi interpretación es la verdadera: que lo ocurrido realmente fue el nacimiento del Paricutín y el desalojo de una comunidad para evitar que sucumbiera bajo la lava; y en modo alguno que se salió el diablo. De todas maneras la coherencia de ambas interpretaciones me hacía comprender que eran igualmente válidas, que tanto mi verdad como la de ese hombre eran construcciones sociales, maneras de interpretar el mundo. Y es que “los hechos” se amoldan perfectamente a las interpretaciones por más dispares que sean. Las verdades dependen de la perspectiva, la circunstancia o el marco teórico. Mucho tiempo acepté como correcta la idea de Nietzsche, o su eco en la versión de Derrida, quien sostiene que “no hay nada fuera del texto”. Así, no hay nada más que texto, no hay nada más que interpretación o no hay nada más que construcción social, me decía.

¿Pero que significa en el párrafo anterior “nada más que”?, o formulado más precisamente: ¿qué es lo que no hay? Lo que no hay es ser, pues solo hay parecer o aparecer en la conciencia, que lo que hay es puro fenómeno y no nóumeno: que no existe lo real en sí. Estaba nuevamente en la alegoría de la caverna de Platón, y hasta Platón había muerto, igual que el indígena purépecha, en su interpretación: afuera de la caverna sí, pero creyendo que ascendería al Topos Uranus, o sea, en otra caverna… Pero actualmente ya no comparto esta manera de pensar: he cambiado mi punto de vista…

(Continuará).

 

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@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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