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Antonio Salgado Borge

17/06/2016 - 12:00 am

Odiarás a tu prójimo como a ti mismo (de Orlando a México)

Una de las mentiras mejor vendidas por la sabiduría popular nos asegura que el odio es separado del amor por un solo paso. En realidad, la relación amor-odio no es binaria y los seres humanos somos infinitamente más complejos que eso

epa05359339 A bouquet of flowers is seen in front of the Orlando Health Center where some of the victims of the shooting at Pulse nightclub, are being cured in Orlando, Florida, USA, 12 June 2016. At least 50 people were killed and many others injured in a shooting attack at an LGBT club in the early hours of 12 June, according to media reports. The shooter was killed in the police operation that followed. EPA/CRISTOBAL HERRERA

Una de las mentiras mejor vendidas por la sabiduría popular nos asegura que el odio es separado del amor por un solo paso. En realidad, la relación amor-odio no es binaria y los seres humanos somos infinitamente más complejos que eso. El verdadero odio no surge de la nada; es un guiso que se cocina lentamente y que, en caso de sobrecalentarse, puede rebosar en formas violentas.

Los motivos precisos que llevaron a Omar Mateen a cometer, en un club gay de Florida, la peor masacre en la historia de Estados Unidos aún no son conocidos. Se especula que hay casi 100 líneas de investigación abiertas en este momento.  Como suele suceder en este tipo de incidentes, lo más probable es que la versión final de esta historia diste mucho de ser tan lineal como se pretende. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que este ciudadano estadounidense hijo de inmigrantes entró a un club gay que ya había frecuentado antes, que en ese lugar se encontraba un buen número de personas de origen latino, y que el asesino había manifestado, si bien erráticamente, su simpatía hacia grupos extremistas orientales. Las narrativas que pueden construirse con base en estos hechos son distintas, aunque todas convergen en un punto: Omar Mateen masacró a seres humanos a los que odiaba. Si Mateen se sentía identificado con sus víctimas, es posible que se odiara también a sí mismo.

La idea de que el amor y el odio son principios fundamentales en el universo probablemente proviene del el filósofo presocrático Empédocles. Si bien es cierto que en la actualidad el amor y el odio siguen jugado un papel importante en algunas cosmovisiones, pocos aseguran hoy que estos sentimientos pueden jugar un papel constitutivo en una ontología naturalista. Sin embargo, es evidente que ambos sentimientos existen y que siempre formarán parte importante de la vida humana, por lo que es fundamental limitar la cantidad de odio en una sociedad al mínimo si queremos preservar nuestra relativamente armónica convivencia.

En este sentido, a pesar de sus omisiones y graves déficits, es en las sociedades liberales donde se han producido algunos de los más grandes avances en la integración y reconocimiento de la igualdad a grupos históricamente odiados. Es por ello que llama la atención que en los últimos años en estas mismas sociedades hayan tomado papeles protagónicos grupos que se nutren del odio hacia otros, a quienes conciben como una amenaza. Así, los inmigrantes o sus descendientes, los homosexuales o los musulmanes –tres marcadores que aparentemente se conjuntaron tanto en Mateen como en muchas de sus víctimas- , son blancos cada vez más frecuentes de la ira de algunos líderes sociales o políticos que, con sus discursos incendiarios, hacen hervir el odio de sus seguidores dejándolo al punto para la violencia.

No es ninguna casualidad que la violencia sea incitada principalmente por grupos que rechazan la diversidad. Amartya Sen considera que detrás de la violencia se encuentra la idea de que es posible poner categorías a los seres humanos (Identity and Violence: The Illusion of Destiny, 2007, Penguin). De acuerdo con este filósofo y premio Nobel, los sistemas que buscan clasificar a las personas en civilizaciones o religiones generan una concepción “solitarista” porque los seres humanos son concebidos como miembros de un grupo exclusivamente –por ejemplo, musulmanes, gays, occidentales…-. Es por ello que, para Sen, muchos conflictos políticos y sociales contemporáneos se originan en afirmaciones de identidades que conflictúan porque son entendidas como esencialmente distintas.

Dado que clasificar es una facultad racional básica, los seres humanos siempre encontraremos divisiones donde queramos buscarlas. La diversidad lentamente ha llegado a ser celebrada en las sociedades abiertas del mundo interconectado, en particular por los progresistas, que entienden que lo seres humanos somos fundamentalmente iguales y que la pluralidad enriquece en todo sentido.  Sin embargo, ahora nos topamos, justo en el seno de estas sociedades, con que hay mercaderes de odio que han logrado perfeccionar sus formas de explotar deficiencias estructurales con tanto éxito que han estado o están a un paso de ganar la presidencia en sus naciones. Al parecer pocas cosas siguen siendo tan lucrativas políticamente hoy como dibujar un círculo y decirle a quienes están en su interior que son poseedores de una cualidad única que deben hacer extensiva a los de afuera, que desde ese momento comienzan a ser una amenaza por ser “distintos”.

Considérese el caso de Donald Trump. En un excelente artículo publicado en la revista The Nation titulado “¿Por qué Trump ahora?”, Greg Grandin plantea que el odio y discriminación que alimentan el surgimiento de Trump no son nuevos, pero que habían sido disimulados por el continuo ímpetu expansivo del gobierno estadounidense. Esto cambió cuando Barack Obama llegó al poder “en las ruinas del neoliberalismo y neoconservadurismo” y terminó con la narrativa bélica expansionista que unificaba y sanaba las divisiones del imperio. El resultado: la exposición de problemas internos ocultos –como el racismo-, la visualización de la pluralidad interna y la explosión de grupos dispuestos a unificarse contra nuevos enemigos ajenos vistos desde ahora como una amenaza; es bien sabido que actualmente las principales víctimas del odio somos los mexicanos y los musulmanes.

Pero los hombres blancos estadounidenses con poca educación no son los únicos que se sienten amenazados por la diversidad al interior de su país. Es probable que la violencia contra las mujeres en lugares públicos en México tenga como una de sus causas el odio generado por su irrupción en espacios que durante siglos estuvieron en control absoluto de los hombres. Cualquiera que haya seguido en medios casos como el de “Los Porkys” o el de Andrea Noel habrá podido notar que el actual discurso de odio contra las mujeres, basado en los discursos de quienes aseguraron su inferioridad ante el hombre durante muchos años, promueve una violencia escalofriante.

Lo mismo ocurre en nuestro país con los discursos de grupos ultraconservadores que rechazan el reconocimiento a la igualdad plena de los homosexuales. Llamar al matrimonio igualitario una “unión diabólica” o “antinatural” lleva implícito un rechazo a la humanidad del otro. Lo que es peor, si seguimos el argumento plateado por Sen, la insistencia en retratar a los homosexuales como “raros”, “enfermos”, “diabólicos” o “antinaturales” abre la puerta a la violencia contra en su contra. Algunos defensores de derechos humanos mexicanos incluso aseguran que desde que grupos conservadores relanzaron su campaña contra parejas del mismo sexo, los ataques contra esta población se han incrementado (La Jornada, 10/06/2016); situación particularmente grave considerando que México es uno de los países donde se registran más crímenes por homofobia.

Abstraído de este contexto, el comunicado en que la organización Frente Nacional por la Familia condenó el ataque al club gay de Orlando y rechazó “todo acto de discriminación, violencia e intolerancia traducido en este tipo de acciones” suena muy bien; pero sirve de poco cuando recordamos el discurso que esta misma organización ha venido sembrando. Todavía peor, el documento concluye con un párrafo cuya redacción es tan ambigua como preocupante: “Hacemos un llamado a nuestras autoridades para que acciones como esta no ocurran en nuestro país y que fomente el bienestar social a través de verdaderas políticas públicas que beneficien a la familia en México.”

En este momento tan violento y oscuro de nuestra historia, lo que menos necesitamos los mexicanos son más motivos para dividir segregando o para agredir a otros seres humanos que no hacen daño a nadie. La violencia de Orlando no surgió de la nada y debe ser un llamado de atención para nuestros líderes sociales y políticos: con el tiempo y la intensidad suficiente, los discursos que rechazan la diversidad alimentan el odio y terminan por traducirse en violencia contra los odiados. Y si esa violencia puede aparecer en las formas más inesperadas es porque, dado que en realidad somos mucho más parecidos de lo que creemos, odiaremos a parte de nosotros mismos en la medida en que odiemos a nuestro prójimo, y odiaremos a nuestro prójimo tanto como nos odiemos a nosotros mismos.

 

 

 

 

Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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