Las pruebas de laboratorio sirven para confirmar casos de COVID-19 y entender el comportamiento de la pandemia. La información que producen sirve para tomar medidas de acción que reduzcan riesgos de contagio. Aunque su aplicación no está directamente relacionada con el aumento o disminución de infectados, sí nos dice una cosa: que a México le hace falta invertir más en ciencia y tecnología para no depender de la innovación extranjera.
Ciudad de México, 17 de mayo (SinEmbargo).- La pandemia de coronavirus avanza en México. El número de enfermos y muertos aumenta cada día y el bienestar de la sociedad depende, sobre todo, de medidas de aislamiento y sana distancia. La Secretaría de Salud (SSA) calcula que el número de casos positivos de COVID-19 podría ser ocho o más veces superior al reportado y aún no existe cura para la enfermedad.
De acuerdo con la Universidad de Oxford, en Inglaterra, ningún país conoce el número total de personas infectadas con COVID-19, salvo por aquellos casos que han sido confirmados a través de pruebas de laboratorio. Por ello, la casa de estudios asegura que las pruebas son ”cruciales” para comprender el grado de propagación de la pandemia y generar políticas públicas y epidemiológicas adecuadas.
La información disponible indica que hasta el 14 de mayo de este año, México realizó cuando menos 123 mil 641 pruebas de COVID-19. Una cantidad equiparable a una prueba por cada mil habitantes; es decir, un nivel bajo en comparación con 60 países más.
Entre febrero y mayo de 2020, la aplicación diaria de pruebas a nivel nacional fue en aumento. Y a pesar de que el país tiene una capacidad limitada de aplicación, los datos indican que México podría tener un nivel óptimo de racionalización de las pruebas, considerando que el número proporcional de ellas por cantidad de casos confirmados es el más bajo de 68 países analizados por la Universidad de Oxford. Esto querría decir que México necesitó menos pruebas para detectar un caso de coronavirus, que otras naciones que aplicaron mayor cantidad de pruebas.
Para científicos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) el problema no es la cantidad de pruebas aplicadas, sino la calidad de la aplicación y la interpretación de los resultados.
En México, el verdadero reto es la optimización de las pruebas de laboratorio. Es decir, “que las que sí haya, las que sí se puedan usar, las que sí estén disponibles, que se usen bien, que se procesen bien”, dijo a SinEmbargo el doctor Mauricio Rodríguez Álvarez, vocero de la Comisión de COVID-19 de la UNAM.
De acuerdo con el también profesor-investigador de la Facultad de Medicina, la mejor forma de aprovechar las pruebas es aplicándolas a grupos de pacientes de alto riesgo. Esto implica racionalizar el uso de pruebas para estudiar con mayor detalle los casos en que haya más complicaciones de salud a causa de la enfermedad, “porque te permite diferenciar para dar prioridad a pacientes”, o bien, salvar más vidas.
“A mayor número de pruebas se tiene una mejor dimensión del problema; pero sobre todo, se pueden tomar decisiones informadas para contener la epidemia o estar preparado para dar la atención médica necesaria a la población. Si no se realizan las pruebas suficientes, no se pueden implementar las medidas adecuadas y la epidemia se sale de control”, explicó el doctor Fidel Alejandro Sánchez Flores, investigador en jefe de la Unidad Universitaria de Secuenciación Masiva y Bioinformática del Instituto de Biotecnología de la UNAM.
Sin embargo, aclaró que “cuando se enfrenta uno a una enfermedad o patógeno nuevo, uno está en territorio desconocido y la situación se vuelve impredecible. Las pruebas aportan cierta certidumbre e información epidemiológica. Esto es, nos ayuda a comprender el comportamiento y dinámica de la transmisión del virus y el impacto que tiene, en particular en la mortalidad”.
Existen dos tipos de pruebas. Uno que determina la presencia de virus para saber si un individuo está infectado, y otro que determina la presencia de anticuerpos para saber si un individuo se enfermó en algún momento.
Para los científicos de la UNAM, aunque las pruebas de laboratorio sirven para desestimar y detectar casos, o aplicar medidas epidemiológicas y de salud pública, “no tienen muchas implicaciones terapéuticas para el manejo del paciente” porque aún no hay un tratamiento específico para curar la enfermedad.
En ese sentido, refirieron que no existe relación directamente proporcional entre el número de pruebas realizadas y el aumento o decremento de casos reales de infección en México.
MITOS Y REALIDADES
“La gente cree que las pruebas van a salvar la situación, y quizá habría que invitarlos a voltear a ver la situación en Estados Unidos, donde llevan millones de pruebas hechas y tienen el mayor número de casos” a nivel mundial, dijo el doctor Rodríguez Álvarez para explicar dos cosas.
Primero, que la percepción sobre la gravedad de la situación en uno u otro país puede variar dependiendo del número de casos confirmados; y segundo, que las pruebas de laboratorio no sirven específicamente para reducir el número de contagios, porque la contención de la epidemia tiene que ver con la interpretación de la información por parte de las autoridades, y luego, con la reinterpretación de la situación durante el proceso de elaboración de políticas públicas.
Aunque “las pruebas nos ayudan a ver de forma más real el problema”, y aunque “sería deseable” que a todo mundo se le aplicaran, en realidad, aplicar pruebas no es tan sencillo como parece y existen varias limitantes al respecto.
Por un lado, el doctor Sánchez Flores explicó que “está el hecho de que para las pruebas, se requiere de equipo especializado que aunque se tenga a la mano, depende de reactivos que no son de producción nacional. Entonces surgen muchos cuellos de botella que dependen de la disponibilidad de recursos, la velocidad de las compañías que distribuyen dichos reactivos –la gran mayoría importados– y trámites burocráticos”, entre otros muchos factores.
“Por otro lado existe un procedimiento de validación que corre a cargo del Instituto de Diagnóstico y Referencia Epidemiológicos [Indre] para que los laboratorios encargados de realizar las pruebas, lo hagan correctamente. Esto incluye la capacitación, certificación y sobre todo, distribución de los reactivos y estándares para la prueba. Desgraciadamente, todo esto no resulta ser un proceso homogéneo en el país; y en algunos lugares, esto no sucede con la misma velocidad o bien, no se tienen la misma cantidad de recursos e infraestructura”.
Además está la cantidad de casos negativos.
“Es cierto que una de las limitantes puede ser la disponibilidad de cualquiera de los muchos insumos, equipo, instalaciones y personal que se necesita”. Pero también está el hecho de que en promedio a nivel mundial, “la mitad de las pruebas resultan ser casos negativos” porque “los estudios clínicos se hacen bajo sospecha”, o a partir de un diagnóstico basado en síntomas que pueden o no corresponder a la infección de coronavirus, dijo a SinEmbargo el doctor Rodríguez Álvarez.
En este caso, el problema radica en que hacer pruebas a todo mundo implicaría no una, sino varias tomas para descartar o confirmar casos. Ello se complica considerando que los laboratorios no pueden limitarse a probar casos de COVID-19, porque además tienen que diagnosticar otras enfermedades, como Sarampión y VIH. Si a estas complicaciones añadimos el trabajo de procesamiento de información y el tamaño de la población mexicana (más de 125 millones de personas), la tarea se vuelve abismal.
Tanto en México como en el resto del mundo, la aplicación de pruebas se vuelve “un barril sin fondo”.
“Supongamos que yo te hago ahorita una prueba a ti, la mando a laboratorio, me tardo tres días en decirte lo que es, te doy tu resultado y dice que es negativo. Pero el lunes de la próxima semana […] tú comienzas con signos y síntomas. ¿Qué te parece lo más lógico? Hacerse otra prueba. Entonces, multiplica eso por cientos de miles de pruebas. No hay manera de hacer eso en términos logísticos y técnicos”, explicó el investigador.
La situación por la que atraviesa el país es extraordinaria y mucho más compleja que la de 2009, cuando se desató la pandemia de Influencia A-H1N1. Ello debido a que en 2009 ya había tratamiento para la enfermedad, porque no había tantos casos asintomáticos como ahora, y también porque los síntomas de la enfermedad obligaban a gran parte de la población a quedarse en casa, simplemente porque las personas –en general– llegaban a sentirse muy mal, refirió Sánchez Flores, quien participó en un estudio del genoma de la COVID-19.
Sobre el caso específico del coronavirus, el médico señaló que “se ha observado que un 70 por ciento de los infectados presentan síntomas y existe un 30 por ciento de asintomáticos. Por lo tanto, es muy difícil controlar la epidemia porque existe gente asintomática que puede transmitir el virus sin saberlo. Y de los casos sintomáticos, el 80 por ciento tendrá síntomas que no requieren hospitalización. Esto no quiere decir que sean leves. Nuevas evidencias revelan que un gran número de personas con síntomas ‘leves’ o incluso asintomáticos desarrollan diferentes tipos de problemas que afectan no sólo al sistema respiratorio, sino el circulatorio y nervioso, donde se observan daños irreversibles en pulmones, vasos sanguíneos o corazón y nervios olfativos”.
UN RETO PARA MÉXICO
De acuerdo con la Universidad de Oxford, el número de pruebas realizadas tiene dos principales funciones. En primer lugar, saber la verdadera cantidad de personas infectadas; y en segundo lugar, tener información “menos sesgada” sobre “la verdadera prevalencia del virus”.
La falta de información hace “muy fácil subestimar el problema y que se salga de control. Por lo tanto, este tipo de pruebas son importantes para la prevención”, coincidieron los científicos de la UNAM.
Pese a que en las últimas décadas se ha fortalecido la capacidad de diagnóstico por pruebas en el país, “hubiera sido muy importante que en los últimos 20 años México hubiera fortalecido su industria biotecnológica; que México hubiera fortalecido su capacidad de diagnóstico microbiológico local, con insumos y con producción local, para que no estuviéremos dependiendo tanto de los insumos que vienen de afuera”.
Tanto para Rodríguez como para Sánchez, el reto del país es invertir más en ciencia y tecnología aplicada, así como fortalecer los incentivos para el desarrollo de las industrias boitecnológica y biomédica nacionales.
“México tiene que tener [mejores] estrategias administrativas y jurídicas para poder responder con mayor prontitud a situaciones de emergencia. Contar con recursos locales, hacer convocatorias mucho más rápido, tener una disponibilidad de recursos más eficiente y pensar en proyectos a mediano y largo plazos, como una plataforma más o menos universal, que te permita diagnosticar patógenos emergentes, que no sea super específica para un microorganismo, sino que permita adaptarla”.
Los especialistas recalcaron que aunque serían deseables más pruebas, éstas no nos salvarán, mientras el país no fortalezca las estructuras productivas y de innovación del Sistema de Salud Pública, a reserva de que “nadie nunca está completamente preparado para pandemias como ésta”.