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La COVID-19 amenaza a las lenguas indígenas en peligro de extinción en América Latina, Europa…

17/04/2021 - 10:46 pm

Desde Siberia hasta Australia, la pandemia está acelerando la desaparición de muchos de los idiomas más raros del mundo, al provocar la muerte de los ancianos de las primeras comunidades remotas.

Lima, Perú, 17 abril (Vice News).- Emilio Estrella era un tesoro lingüístico, posiblemente el único hablante de kakataibo, una lengua indígena en peligro de extinción en la Amazonía peruana, todavía lo suficientemente fuerte como para enseñar la versión más pura y tradicional de la lengua a un extranjero.

Después de una odisea en noviembre del año pasado que lo llevó a él y a su familia fuera de la selva al pueblo más cercano en busca de atención médica, Emilio, de 90 años (según su identificación oficial aunque nadie sabe realmente cuándo nació), murió por sospecha de COVID-19.

“Fue como un padre para mí”, dice Roberto Zariquiey, lingüista de la Pontificia Universidad Católica del Perú, quien pasó la mayor parte de una década empapándose de cada detalle del kakataibo que impartía Emilio, lo que le permitió publicar un diccionario y una guía gramatical.

“Es muy difícil encontrar a alguien como él, con la amplitud de conocimientos que tenía, que pudiera enseñarme todo, desde canciones tradicionales hasta cómo hacer una flecha. Deben tener la edad suficiente para haber crecido antes de tener mucho contacto con extranjeros”.

Lamentablemente, esa experiencia se está repitiendo en otras comunidades indígenas de todo el mundo. Al provocar la muerte de los ancianos de las primeras comunidades remotas, desde Siberia hasta Australia, la pandemia está acelerando la desaparición de muchos de los idiomas más raros del mundo.

En el extremo norte de Rusia, se sabe que los chucotos, los nénets y otros grupos indígenas remotos son más susceptibles a la COVID-19 debido a sus antecedentes de marginación y los problemas de salud relacionados. En Australia, el Gobierno ha tenido que traducir las advertencias sanitarias a una serie de idiomas aborígenes, algunos hablados solo por un puñado de miembros de tribus supervivientes.

Sin embargo, la Amazonía podría ser el lugar más afectado por la pandemia en términos de la desaparición de lenguas indígenas. La selva tropical más grande del mundo también alberga su mayor diversidad lingüística. Otros lugares, como Papúa Nueva Guinea, pueden tener más idiomas, pero ninguno tiene familias lingüísticas tan distintivas que el Amazonas (alrededor de 50) a pesar de que muchas de esas familias ahora tienen una sola lengua sobreviviente. Mientras tanto, la nueva y más contagiosa cepa de coronavirus que se originó en la ciudad brasileña de Manaos se está extendiendo por gran parte de América del Sur, incluido Perú.

A medida que mueren los últimos hablantes nativos de cada lengua, se pierde una ventana hacia la comprensión de los misterios no resueltos de la evolución humana y cómo funciona nuestro cerebro.

Para los lingüistas, eso implica estudiar de qué manera las formas en que percibimos el mundo están dictadas por el lenguaje. Al hacerlo, su trabajo se integra en muchas otras disciplinas, desde la filosofía hasta la paleoarqueología y la neurociencia.

“Es aterrador porque son comunidades que ya estaban marginadas antes de la pandemia”, dice Mandana Seyfeddinipur, quien dirige el Proyecto de Documentación de Idiomas en Peligro en la Universidad SOAS de Londres. “Estamos hablando de siglos en los que estos pueblos desarrollaron su conocimiento y cosmología. Estamos perdiendo la diversidad de formas de ver y entender el mundo”, dijo Seyfeddinipur.

En particular, destacó el “genocidio viral” que está llevando a cabo el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, un negacionista de la COVID-19 y defensor de la apertura de la Amazonía, incluidas las tierras indígenas, a la ganadería y las industrias extractivas.

Antes de la pandemia, había siete hablantes fluidos de manoki, un idioma “aislado” (es decir, el último sobreviviente de toda una familia lingüística, en Mato Grosso) en el oeste de Brasil. Pero dos de ellos murieron a causa del COVID, y una de los sobrevivientes acaba de cumplir 100 años, al menos de acuerdo con su edad oficial, pero ya no puede trabajar con lingüistas.

“Mi mayor temor es que el idioma desaparezca en cuestión de semanas”, dice Bernat Bardagil, lingüista de la Universidad de Gante de Bélgica. “El COVID ya arrasó con la comunidad una vez. Incluso los jóvenes se enfermaron gravemente y pensaban que iban a morir. De alguna manera, se las han arreglado para superar la pandemia. Ahora, con la variante brasileña, tienen que empezar de nuevo”.

Se cree que en la actualidad se hablan alrededor de cinco mil lenguas, de las cuales se espera que alrededor de la mitad desaparezcan a finales de siglo. Cada vez que un idioma desaparece, se cierra una puerta a las posibilidades de los lingüistas de comprender qué es y qué no es verdaderamente universal acerca de la experiencia humana.

Por ejemplo, los antropólogos solían pensar que todas las sociedades humanas le daban automáticamente nombres a sus miembros. Luego descubrieron que los machiguenga de la Amazonía peruana se referían entre sí utilizando frases descriptivas que requieren una actualización constante, como “el niño que se cayó al río” o “la mujer que hace la cerveza”.

Mientras tanto, los aymaras del altiplano boliviano y peruano visualizan el futuro más atrás que delante de ellos. Podría decirse que esa es una conceptualización más lógica que la de las sociedades occidentales, dado que en realidad no podemos ver el futuro.

Y los siona de la Amazonía ecuatoriana tienen algo conocido como “evidencialidad”, que requiere que un hablante indique a través de la gramática si están hablando de un evento que presenciaron o de uno que escucharon de segunda mano.

“Imagínate a Trump hablando un idioma como ese”, dice Seyfeddinipur. “Podría seguir mintiendo, por supuesto, pero tendría que dejar en claro si estaba hablando de algo que afirmó haber visto personalmente o no. Entonces, se podría comprobar si había estado en el lugar correcto en el momento correcto”.

En cuanto a los enigmas del kakataibo, al menos los futuros lingüistas tendrán el diccionario y la gramática de Zariquiey para estudiarlo.

Solo mil 553 personas hablan kakataibo, según el Ministerio de Cultura de Perú, y están esparcidas por varias aldeas remotas en la selva central de Perú, donde los misioneros estadounidenses alentaron a la tribu a establecerse en 1950 y 1960. Eso significa que, a diferencia de Emilio, la mayoría de los hablantes de kakataibo nacidos en los últimos 70 años crecieron en una cultura híbrida kakataibo-occidental, hablando una versión de la lengua indígena con una sintaxis simplificada y repleta de vocabulario del español y otras lenguas indígenas locales.

“Simplemente no es lo mismo estudiar con generaciones más jóvenes”, dice Zariquiey. “El futuro del idioma ahora depende de los chicos de 18 años y de sus hijos, que hablan español, incluso en la escuela”.

Por supuesto, los lingüistas siempre pueden estudiar el inglés, español u otros idiomas ampliamente hablados que no corren ningún peligro. Sin embargo, al explorar los límites externos de la mente humana, las lenguas occidentales ofrecen menos conocimiento que muchas lenguas indígenas, con sus formas sorprendentes, para los occidentales, de categorizar la realidad y el razonamiento.

“Se están realizando muchas investigaciones en inglés que podrían hacerse en 50 años, cuando estas lenguas hayan desaparecido desde hace mucho”, señala Seyfeddinipur. “Lo que estamos perdiendo es insustituible”.

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