En Centroamérica la discriminación hacia quienes forman parte de la comunidad LGBT hace que emprendan la ruta hacia el sueño americano, sumándose a la ola de migratoria de los últimos meses.
Por Guadalupe Peñuelas
Ciudad Juárez, México, 17 de abril (EFE).- Decenas de migrantes trans se cobijan estos días en la Casa de Colores de la mexicana Ciudad Juárez, un refugio creado por ellas mismas en el que compartir sueños, anhelos y miedos tras una travesía de miles de kilómetros.
“Muchas de las compañeras que viven aquí, no han pensado en volver a su lugar de procedencia, sería una sentencia de muerte”, cuenta este sábado a Efe Susana Coreas, mujer trans procedente de El Salvador y fundadora del albergue.
La semana pasada, el Gobierno estadounidense reveló cifras récord de detenciones de migrantes en su frontera con México, con más de 172 mil en marzo, entre ellos casi 19 mil menores.
Mientras que México informó que se presentaron ante el Instituto Nacional de Migración 17 mil 445 extranjeros en marzo, una cifra sustancialmente superior a los seis mil 172 casos de diciembre pasado.
En Centroamérica, como en tantos otros puntos de la región, formar parte del colectivo lésbico, gay, bisexual y transexual (LGBT) es sinónimo de discriminación y vulnerabilidad. Y por ello, muchos de ellos hacen las maletas y emprenden la ruta hacia el sueño americano, sumándose a la ola de migratoria de los últimos meses.
UN REFUGIO LLENO DE SORORIDAD
En la Casa de Colores, en el corazón de Ciudad Juárez, un grupo de 43 mujeres trans pasa la jornada entre sonrisas, tacones y vestidos.
En este refugio, creado por migrantes y para migrantes, todas ellas dicen sentirse libres.
El inmueble es amplio y a simple vista se perciben las paredes gastadas. Pero las chicas están acondicionando el edificio, que era un hotel en desuso al que paulatinamente le han hecho adecuaciones para vivir de una forma óptima.
Las habitaciones son amplias, cuentan con espejos sencillos, pero grandes, y en muchas de ellas hay una gran variedad de maquillaje y pelucas.
En el tercer piso, ajustaron dos sillones grandes y es ahí donde las interesadas reciben clases de inglés. Arriba de todo tienen una rústica terraza donde pasan las horas.
EN EL LIMBO
Coreas es considerada la fundadora y matriarca de este refugio, que arrancó funciones en noviembre de 2020.
La mujer narra que al llegar a Ciudad Juárez, en septiembre pasado, le brindaron apoyo en un albergue municipal. Sin embargo, dentro de las reglas del espacio tenían sin comunicación a los migrantes durante la noche, lamenta.
Posteriormente, llegó a otro espacio y ahí les dijeron a los migrantes que no pidieran asilo político en Estados Unidos, ya que se los negarían inmediatamente.
En consecuencia, relata, ella no ha solicitado refugio en el país vecino por lo que no forma parte del tristemente famoso programa “Remain in Mexico” impulsado por el expresidente Donald Trump. Por ende, desconoce cuánto tiempo deberá esperar para arreglar su estatus migratorio.
“Este albergue se creó a raíz de la situación de calle que vivía. Nos corrieron de un albergue y vine con ocho compañeras que también son de El Salvador”, declara a Efe Susana.
Al llegar a la hoy Casa de Colores no había servicio de electricidad ni agua potable. Pero poco a poco, y con apoyos de organizaciones civiles, han mejorado el sitio.
“Cuando vine aquí, eran ocho chicas y yo, pero se fue corriendo la voz y somos 43 y tengo capacidad para admitir hasta a 45 personas”, señala.
HUIR O MORIR
La esperanza de vida en América Latina y el Caribe es de 75 años. No obstante, para las mujeres trans se reduce a los 35 años, según un informe del 2018 de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que enumera entre las causas la “violencia, pobreza y exclusión” que padecen.
“Muchas de las compañeras que viven aquí, no han pensado en volver a su lugar de procedencia, sería una sentencia de muerte para ellas. Aquí me subo al bus y la gente no se asusta al verme así de mujer”, cuenta Coreas.
La mayoría de sus compañeras de travesía, recalca, huyen de la violencia y la falta de empleo. “En Juárez es un poco más fácil”, destaca agradecida con la ciudad.
Otro de los casos es el de Fernanda Levin, de 27 años y procedente de El Salvador, quien menciona que en ese país no existe la diversidad.
“Somos una comunidad vulnerable. En mi país nos toman en cuenta para campañas políticas y después de estas volvemos a ser nada”, denuncia la mujer, que se ve “varada en el limbo” y se encarga de las finanzas del albergue.
FORTALEZA Y DIGNIDAD
Ignacio Díaz, activista mexicano de la comunidad LGBT, asegura que los migrantes buscan lograr la “dignidad” en su lugar de destino y por eso emprenden el viaje hasta llegar a la fronteriza Ciudad Juárez.
“Tratamos de apoyar a esta comunidad en cuestiones de asistencia. El migrar de sus lugares, es por cuidar sus vidas, huyen de ser asesinadas. Y hay quienes dicen que, en caso de no poder cruzar hacia Estados Unidos, están más seguras en esta franja fronteriza”, afirma Díaz.
Como muestra de apoyo y solidaridad, explica, se llevaron a cabo bodas colectivas y varias entidades civiles les ayudan a cubrir sus necesidades básicas.