En noviembre de 2016, Ana Laura Huitzil propuso a Edson Lechuga hacer un libro como parte de un proyecto para la Fundación del Centro Histórico de la Ciudad de México; una novela que abordara el tema de un grupo de indigentes que rondaban las calles del centro de la ciudad. “Después de casi un año de conversaciones y testimonios recogidos junto a Lorenzo Escalante, me vi delante de páginas y páginas de un anecdotario inmenso, irreal y fantasioso, pero con un violento pulso humano. Había ahí algo terrible y vital”, cuenta el autor. Aquí un adelanto del texto:
“ábranse a la verga, tercermundistas, que ya llegó su gotita∙de∙miel, dice el lauro y todo el escuadrón se pandea. se tuerce. se dobla. saben ellos quién es el padre y el hijo y el espíritu santo en la puta calle…”.
Ciudad de México, 17 de abril (SinEmbargo).– El Tonaya no perdona es una pieza de violentísima textura y lenguaje crudo que pone la mirada en la herida supurante de aquellos grupos que viven en el margen de todo: lo social, lo familiar, lo sentimental, lo humano.
«Así, ñero, vivir en las calles de esta ciudad es romperse la madre, pelarle los dientes al destino, saber que ésta es tu última pinches oportunidad de ser algo, pese a que este #ser algo# signifique pasar hambre, entrar en delirios, tirarse de cabeza, hacerse daño, morirse a cachos: deshacerse. la calle es del escuadrón y el escuadrón somos nosotros: el salva, el chaparro, el ojitos, la güera y yo».
SinEmbargo comparte un fragmento del libro El Tonaya no perdona, de Edson Lechuga. :copyright: 2019. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grijalbo.
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En noviembre de 2016, Ana Laura Huitzil me propuso hacer un libro como parte de un proyecto para la Fundación del Centro Histórico de la Ciudad de México; una novela que abordara el tema de un grupo de indigentes que rondaban las calles del centro de la ciudad. Después de casi un año de conversaciones y testimonios recogidos junto a Lorenzo Escalante, me vi delante de páginas y páginas de un anecdotario inmenso, irreal y fantasioso, pero con un violento pulso humano. Había ahí algo terrible y vital. Tuve entonces que dar estructura, tempo, trama, cohesión al material para poder trazar esta novela; pero más aún, tuve entonces que hablar de mí; de los vestigios que laten de ellos en mí; de los hallazgos que perviven de mí en ellos.
Así que este texto está escrito desde mí y desde ellos: a la vez.
Otra vez gracias a Lorenzo Escalante.
Una vez más gracias a Ana Laura Huitzil.
De nuevo gracias al escuadrón.
Edson Lechuga
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la puritita sangre de dios
ábranse a la verga, tercermundistas, que ya llegó su gotita∙de∙miel, dice el lauro y todo el escuadrón se pandea. se tuerce. se dobla. saben ellos quién es el padre y el hijo y el espíritu santo en la puta calle.
además el lauro viene cargado de calor: caliente. algo le relumbra debajo del chaleco y le hierve en el aliento y en la mirada.
tonaya:
la puritita sangre de dios,
caldito levanta∙muertos,
besito de mamá,
aliento de tonatiuh: tonaya.
y el lauro trae uno debajo del chaleco, haciendo latir su corazón con el puro petatazo del alcohol. lo fue a talonear al oxxo de la esquina y ni quién se la hiciera de pedo aunque sea ley∙seca. para el lauro no hay otra ley más que la que se masca en la calle. así que fue al oxxo, rodó su silla de ruedas hasta el anaquel donde se encuentra el chupe, arrancó la cinta de restricción y agarró dos de a cuarto de litro. «ahí me las anotas, lulú», le dijo al dependiente flaquito de no más de dieciséis y salió como si no debiera nada.
y ahora todos los del escuadrón∙de∙la∙muerte se arquean como gatos desperezándose, sonríen unos con dientes y otros sin, porque saben que les acaba de llegar su navidad,
su día del niño.
el chaparro es uno de los contentos porque el tonaya es lo único que le quita los temblores. le chinga la panza, lo sabe. le desgracia el hígado, le quema las tripas, le carcome la moral, pero le alivia la cabeza, lo relaja, lo pone de buenas. cuando trae medio litro de tonaya en el torrente sanguíneo, el chaparro canta, sin importarle el hoyo en su pantorrilla,
sin importarle el recuerdo, sin importarle el dolor del dolor porque en la calle hasta el dolor duele.
el chaparro canta, y no canta mal. canta recio. desde mero adentro. cierra los ojos y suelta la voz adolorida, lastimada, como si cantara desde la herida que le supura en la pantorrilla.
puras de desgraciados, eso sí.
puras que hablen de aquella que lo abandonó aunque no lo hayan abandonado nunca.
canta, y cuando canta, siente que el culo lo abandona, siente que se le desmorona el alma, siente cómo se le desbarata eso pequeño que un día tuvo y luego dejó de tener nomás por el puto vicio, nomás por esta pinche propensión al olor a orines.
el chaparro canta desde mero adentro, siente, tiembla con las letras y hace temblar hasta a las banquetas del centro histórico donde el escuadrón∙de∙la∙muerte ha fundado su reino, su civilización. a capela canta porque en el callejón no hay guitarras, ni violines ni trompetas. sólo la voz y el tonaya. pero no hace falta más que eso:
la voz y el tonaya.
y hoy el lauro se puso guapo y trajo dos de a cuarto. no hace falta la salud ni el sol ni la comida ni el amor, con el tonaya basta. no hace falta ni el pasado ni el futuro porque el tonaya es puro presente.
el chaparro canta a las siete doce de esta mañana fría en el de∙efe, que ya le quieren cambiar el nombre, pero para el escuadrón será siempre el de∙efe. y que chinguen a sus madres, que le cambien el nombre a su perro, los hijos de la chingada, pero a mi ciudad no me la toquen. y menos a mi calle, manojo de quelites, porque esta calle es más mía que de ellos.
y sí,
toda la calle es del chaparro y del salva y del lauro y del ojitos y de la güera que en realidad es güero porque aquí las mujeres no valen verga.
nada más nel.
ni madres.
por ningún motivo.
las mujeres emputecen el alma porque tienen el alma emputecida desde endenantes, desde el inicio de esto que apenas vamos entendiendo y que le pusimos el nombre de vida. pese a que aquí hay poca, porque lo que abunda es muerte. eso sí,
chingos de muerte.
hacia donde voltees se huele, se presiente, se ventea: chingos de muerte.
si pinches mi pasado y pinches mi presente, pinchísimo será mi futuro
la güera no es güera sino güero, dijimos. y es que un día se cansó de obedecer y tener que pasar por las armas debajo de cada wey que se afiliaba al escuadrón;
la güera no es güera sino güero porque ya estuvo bueno, hijos de putas, de que me agarren de su puerquita y sea yo quien tenga que talonear para que chupemos todos bien a gusto;
la güera no es güera sino güero porque basta de cábula, culeros, basta de zapes, basta de jalones de greñas;
la güera no es güera sino güero porque de ahora en adelante si quieren coger, les va a costar, pendejos, porque nada es de a gratis y cuarenta varos por piocha o no hay bombón.
—¿treinta varos? —se le resbala la pregunta por las comisuras al ojitos—, pero si la trucutú cobra tostón y está bien buena.
—cuarenta, pendejo. dije cuarenta.
la güera no es güera sino güero porque ya se dio cuenta de que
ser mujer en este pendejo mundo no es cosa de gozo,
ni de risa,
ni de virtud,
ni de orgullo, sino de miedo.
todos ellos, hechos bolas, anudados, zurcidos unos a otros con hebras de alcohol son el escuadrón∙de∙la∙muerte. así les dicen y así se dicen y así se saben. «voy con el escuadrón», dicen cuando le caen a la esquina a darse un pegue. se refieren a san jerónimo, regina, mesones, isabel la católica y 5 de febrero.
todas esas esquinas son su esquina.
todas esas calles son su calle.
su puta calle.
y justo ahora ahí están todos, borrachos e infelices, mugrosos y felices, optimistas e infelices, hediondos y felices junto al arbolito de navidad que la delegación puso en un macetero de su calle, decorado con esferas de colores y que ellos, poco a poco, uno a uno, fueron adornando con botellas vacías de tonaya porque se ve más bonito así, más chingón, más de nosotros. se ve como más de a de veras, como más neta. con esferitas y foquitos se veía fresa, se veía gringo, gacho. pero con botellitas de tonaya cambia, se ve como una navidad nuestra,
con su santaclós todo dado a la verga
y sus renos todos mariguanos,
y su reyes vagos:
una navidad a la intemperie.
y todos ríen y asienten y se dan de zapes en el cogote y se mandan a la verga y rolan la colilla de cigarro y se mochan con otro frasco de tonaya, porque el invierno en esta pinche ciudad se pone cada vez más gandalla. y todo por culpa del pinche obamas que hace sus mamadas de recalentar el planeta y nos pasa a chingar a todos. y se pondrá peor porque ahí viene el anaranjado∙idiota, el hijo de paquita la del barrio, el bad∙hombre y sus ganas de sonarse los mocos con este país, sus ganas de meternos los dedos por el anófeles, sus ganas de echarle barda a su parcela, no tanto para que no entremos, sino para no vernos: porque a los ricos les molesta ver a los pobres.
y ahora sí van a saber de cuál calza el alabado. pero no hay pedo, carnales, aquí está el remedio metido en estos frasquitos de doscientos cincuenta mililitros que el lauro acaba de talonear en el oxxo de la esquina. aquí está el remedio porque tonaya viene de tonatiuh, y tonatiuh es más dios que el alabado.
así que para él es facilito quitarnos la sed, las penas, el hambre, las calamidades. y a él hay que entregarse aunque sea a cachos, como me estoy entregando yo, dice el chaparro, y se remanga el pantalón y muestra el hoyo pútrido que tiene en la pantorrilla.
una úlcera varicosa o várice ulcerosa que le está comiendo en carne∙viva la carne∙viva, y ya mero se le ve el hueso, pero le vale verga al chaparro porque así es esto de chupar del diario,
así es esto de entregarse a dios.
—huele a muerto —dice el salva, pero el chaparro no lo pela, sigue cantando mientras la calle se va llenando de godínez de las siete y veinte que miran de reojo al escuadrón, y le temen, le tienen lástima, le huyen, le sacan la vuelta, les despierta compasión, les da asco. pero algunas veces —como hoy— también les da risa su risa, y sus canciones alegran un poquito la mañana aburrida de ese martes en el de∙efe al que ya le quieren cambiar el nombre.
y el escuadrón ni se inmuta. saben que la calle es suya y de nadie más. no es de los transeúntes, ni de los coches, ni de los automovilistas, ni de los peseros, ni de los godínez, ni de los ambulantes, sino suya.
suya porque han pagado por ella el enorme precio del desprecio, el abandono, el frío, el hambre, la marginación, la desnutrición, los calambres, los delirios, el rechinido de dientes y el llanto.
el pinche llanto que se desboca cuando algún mal recuerdo se pone delante del futuro: si pinches mi pasado y pinches mi presente, pinchísimo será mi futuro. pero ni modo, aquí nos tocó malvivir y aquí malvivimos:
en esta casa sin techo que es la calle.
esta casa sin techo que es la calle, repito. así que ellos, los del escuadrón, deciden si entrar o no entrar:
porque a la calle se entra, no se sale.
se entra como quien entra a una selva, o a un desierto, o a una cueva, o a la boca enorme de un dios que en veces se endemonia y te digiere, te asimila, te disuelve para después cagarte en alguna esquina oscura del universo.
salir de casa y entrar a la calle.
es lo que hice y es lo que volvería a hacer si otra vez estuviera en mi casa, dice el chaparro. pero eso es un puro decir porque de aquí ya no me saca nadie.
—¿ni muerto? —pregunta el salva.
—ni así —dice el chaparro—, porque quiero que me entierren aquí mero, en esta mera esquina de san jerónimo e isabel la católica por donde ahora pasa ya la gente a ríos. apresurada la gente que entra a las ocho porque ya son las siete cincuenta y tres y el salva se caga de risa porque está borracho y está contento.
—cántate otra, chaparro.
y el chaparro se arranca con el rey porque yo sé bien que estoy afuera, pero el día en que yo me muera, sé que tendrás que llorar:
llorar y llorar,
llorar y llorar.
y todos desaforados gritan y lloran, cantan y lloran, se desmelenan, abren los brazos, se desabrochan la camisa, aúllan y lloran, salpican gotitas de saliva alcohólica mientras berrean a boca abierta y lloran; porque llorar y llorar es saber que estoy afuera y tener la certeza de que el día en que yo me muera sé que tendrás que llorar.
y todos:
el chaparro,
el salva,
el lauro,
el ojitos,
la güera que no es güera sino güero,
desgañitándose corean la rola y sienten que la calle es uña y ya le anda de mugre;
saben que la calle es herida y ya le anda de pus; entienden que la calle es tlaconete y ya le anda de sal.
como una estrella
si la güera no hubiera nacido en iztapalapa, ahora mismo sería conductora de televisión.
si al menos le hubiera tocado nacer en las lomas, o en polanco, o ya de perdis en la del valle…, pero nel, le tocó nacer en iztapalapa y ahí a los jotos se les rompe su madre. así nomás. sin trámite. pero si hubiera nacido en polanco, tendría varo para buenas garras, buenos trapos, buenos perfumes y maquillaje del caro. le hubiera costado trabajo convencer a la familia
porque en este pinche país gelatinero la gente todavía piensa que lo joto se te quita con pastillas o con oraciones.
si la güera hubiera nacido en polanco, seguro su pudiente padre conocería a raúl velasco o a esteban arce —igual de pendejos los dos pero bien palancas— y ella irrumpiría en la escena televisiva del país. al fin lo güero ya lo trae de nacimiento. quién sabe por qué, pero fue la única blanca entre un puño de prietos.
un puño grande, no mamadas.
a la madre de la güera le dio por parir hijo por año sin descanso durante hartos años. reventado de hijos le quedó el vientre, pero así y todo seguía lavando ajeno, recogiendo latas para venderlas por kilo. ¡ay!, pero si hubiera nacido en polanco, otro perro me ladraría, chaparro, le dice al chaparro mientras le hace piojito y le arrima el camarón porque lo tiene entre sus brazos en la intimidad de la banqueta de san jerónimo, viendo el ir y venir de la raza que cómo pasa de un lado para otro la desgraciada gente.
—¿a dónde chingados irán? —se pregunta el chaparro sumergido en los treinta y ocho grados del tonaya. y esa pregunta se le sale de la realidad de allá y se le viene a la realidad de acá, y la güera pesca al vuelo la pregunta y como que quiere responderla, pero ser conductora de televisión pesa más que la respuesta:
—¡ay, chaparro!, si yo hubiera nacido en polanco… al fin lo güero ya lo traigo de nacimiento, así que no gastaría en tintes como la lagartija del programa de las mañanas en el dos, que ni culo tiene la pendeja y vaya que le hace falta porque
¡ah, cómo es pendeja la pendeja!
¡ah, cómo es pendeja la pobre garraleta esa!
y ya está levantando al chaparro y se está echando su brazo al cuello, y a huevo lo hace caminar entre la gente que cómo chingados va y viene.
—¿a dónde irán? —repite el chaparro intrigado de verdad—. tanta gente, carajo. como si no tuvieran nada que hacer en sus casas estos pelinques —en realidad quiso decir peleles o enclenques, pero
ya se le juntan las palabras al chaparro,
ya el alcohol se ha encargado de licuarle la zona del cerebro donde se separan las palabras y entonces ya se le juntan.
sin embargo, la güera lo entiende: «si yo no soy ni güera ni güero, cómo pinches no entender ese tipo de intersecciones». el chaparro escucha la palabra intersección y algo en el cosmos de su cabeza —allá, lejos, a millones de años luz— se ilumina como una supernova que estalla y lo hace sonreír dejando que la luz del estallido se asome por sus encías, porque dientes ya no tiene.
—inn-terrr-sexx-xiooón —intenta decir el chaparro y se caga de risa y la güera lo entiende, lo comprende de veras y se caga de risa igual y repite:
—inn-terrr-sexx-xiooón —y más carcajadas porque la güera acaba de ver la luz que el chaparro emana entre los colmillos, en el agujero de sus incisivos y sabe, siente, que es una supernova estallando en el cosmos del cerebro del chaparro a millones de años luz. y no puede contenerse y deja ir su boca sobre su boca, su saliva sobre su saliva. y se besan en la intimidad de la calle isabel la católica, y después del beso el chaparro suelta un grito con todos sus pulmones:
«¡eres una estrella!»
y la güera lo entiende:
«¡a huevo. soy una estrella!»
y son felices pese a que la güera se refiere a una estrella del canal de las estrellas y el chaparro a la supernova que estalla en el cosmos de su cabeza,
adentro,
a millones de años luz de su sistema nervioso central.