La separación de las mascotas y sus dueños debido a la emigración venezolana es algo de lo que poco se habla, pero que duele mucho. Varios venezolanos migrantes cuentan acerca de las mascotas que tuvieron que dejar atrás al salir de su país y buscar hacer su vida en el extranjero.
Por Diego Urdaneta
Ciudad de México, 17 de marzo (Vice Media/SinEmbargo).- En mi cabeza siempre estuvo presente la idea de emigrar. Venezuela no era (ni es) un país que se ajuste a lo que quiero para mi vida. Allá fue donde tuve dos perros.
Ronny murió a los 15 años y Ronna, a los 13. Uno de mis pensamientos más recurrentes era saber qué iba a hacer con ellos cuando emigrara. No podía llevármelos. La gran mayoría de los venezolanos que logramos salir lo hicimos con el dinero contado. Algunos, de hecho, con plata que apenas cubría unas cuantas semanas. Otros, para meses. Yo no tenía dinero para mantener a alguno de ellos en el extranjero. Era imposible. Primero tenía que comer y saber qué iba a pasar conmigo. Si ya de por sí emigrar solo es muy, muy difícil, imagínense con una mascota.
Ronny y Ronna murieron justo antes de que yo emigrara. Siempre dije que lo hicieron porque sabía lo que venía. Mi hermano no pudo ver morir a uno de ellos porque ya había emigrado. Y quizás eso fue mejor: no hay nada más terrible que ver a tus padres llorar por la muerte de sus mascotas. Es de las experiencias más terribles que guardo en mis recuerdos. Varios de mis amigos que emigraron sí tuvieron que abandonar a sus mascotas. Por ejemplo, en Cúcuta (frontera de Colombia con Venezuela), si los albergues no dan abasto para venezolanos, menos para sus mascotas. Y si por suerte te toca emigrar por avión, pues como dije arriba: los costos son bastante difíciles de pagar y tenemos que escoger entre ahorrar para vivienda y comida o llevarnos a nuestros animales.
Y no es una decisión fácil.
La separación de las mascotas y sus dueños debido a la emigración venezolana es algo de lo que poco se habla, pero que la gran mayoría de personas que conforman mi círculo cercano de amigos ha tenido que vivir las muertes de ellas mientras viven en otros países. Óscar Redondo, médico veterinario, le comentó al diario El Nacional que solo entre 5 por ciento y 8 por ciento de los animales domésticos logran salir del país con sus dueños, un dato no tan fiable —el único que pude encontrar en una búsqueda de medios— que no aclara casi nada acerca de una realidad que parece más grande de lo que logran reportar.
Otros encuentran una manera de extrañar la casa viendo a sus mascotas celebrar cumpleaños vía Skype. Pregunté a varios venezolanos migrantes sobre las mascotas que tuvieron que dejar atrás para hacerse vida en el extranjero.
Una de las primeras cosas que quiero hacer es traer a mi gata
“Dejé a Perla en Caracas junto a mi mamá y mi hermano. Llevaba más de cinco años con ella. No pude traérmela a Buenos Aires porque venía sin trabajo y para ese momento no tenía ni resuelta mi residencia permanente. Ya todo eso está en orden, pero de igual forma es un gasto bastante importante. Emigré hace año y medio y siento que pronto podré pagar el pasaje para traérmela a Argentina. Mi mamá me contó que Perla estuvo bastante deprimida cuando me fui: no comía, la tocabas y se quejaba muchísimo. Su veterinaria dijo que realmente tenía una especie de depresión y que era normal. La veo siempre por Skype y juro que me reconoce. Era imposible pensar en traer a Perla apenas llegué. Fueron momentos bastantes complicados y en los que me moví muchísimo de lugar de residencia y de trabajo. No existía algo parecido a alguna estabilidad. Y tener una mascota en el extranjero es mucho más caro que en Venezuela: desde la comida hasta las medicinas y que muchísimos caseros no aceptan mascotas. Entonces traerla no hubiese sido nada inteligente aunque la extraño todos los días. Una de las primeras cosas que quiero hacer el año que viene es traer a mi gata conmigo”. —María, 29
Mis padres me escondieron que mi perro murió por una semana
“La relación que yo tenía con Danilo, mi perro, era hermosa. Entraba en todos los clichés que te imagines. Jamás entró en mi cabeza sacarlo de Venezuela por los cuidados y costos: mis papás podían mantenerlo y cuidarlo mejor que yo. Emigré a Madrid y los primeros meses solamente tenía dinero para hacer mercado y pagar una habitación compartida. Por suerte mi pasaporte español me ayudó a encontrar una chamba estable y ya estoy muchísimo mejor. Pero los primeros seis meses fueron duros: no tenía amigos, pasaba casi todo el tiempo de mi día solo o trabajando. Danilo se enfermó, de repente empezó a tener un sangrado extraño cerca del hocico. Mis padres nunca me dijeron que no se había recuperado, me mintieron para que yo estuviese tranquilo y no me fuese a sentir mal. Pero en una conversación por teléfono mi mamá me confesó que luego de llevar a Danilo al veterinario; concluyeron que estaba sufriendo mucho y que lo mejor era dormirlo. Tenía nueve años. Me enojé con mis padres varios días. No les hablé. Pasé el luto sin tener contacto con mi familia. Ya estamos bien, y entendí por qué lo hicieron. Mucha gente no entiende la fragilidad psicológica que puede tener un emigrante con todos los problemas que se presentan. Siento que mis papás hicieron lo correcto”. —Miguel, 27
Emigré con mi novio y di a mi perro en adopción
“Es de las decisiones más difíciles que he tomado en mi vida. Me venía una nueva vida, nuevos problemas y una realidad que tenía que afrontar sin ningún tipo de preocupación. A mi novio le ofrecieron un trabajo en Bogotá y pues nos pareció que era la oportunidad perfecta para emigrar. Llegar con trabajo a una ciudad nueva es un lujo que no muchos venezolanos tienen y lo entendimos. Chispita vivía con nosotros en nuestro depa. Tenía solo tres años pero la adoptamos justo cuando empezamos a salir. De cierta forma nos recordaba a nuestros comienzos como pareja y era algo muy bonito. Ni siquiera pensamos en traerla. No se podía. Al comienzo mi novio era la única persona que tenía trabajo. Yo conseguí uno estable hace poco. Decidimos dar a Chispita en adopción y tratar de olvidar lo que hicimos. Sentimos que una de las claves de emigrar y tener éxito es dejar atrás la vida que tenías porque si no vas a estar lamentándote por toda decisión que tomaste”. —Sofía, 29
Es lo más difícil que me ha tocado hacer, no lo supero
“Mi emigración fue una constante despedida: de mis abuelos, mis padres, mi ex y mis amigos. Nunca acaba. A diario me hablo con ellos y siento que cada día los extraño más. Pero con mi perro me pasa algo mucho más fuerte. No lo supero y según lo que cuentan mis padres él tampoco. Cada vez que platicamos por videollamada la felicidad de mi perro me pone muchísimo más triste. Se llama Felipe y probablemente ha sido el amor más incondicional que he tenido en mi vida. Es mi familia y una parte que el gobierno arrancó de mí. Emigré a Ciudad de México hace dos años. Juro que no ha habido un día que no piense en mi perro. Es lo más difícil que me ha tocado hacer, no lo supero y siento que separarme de él fue como arrancar parte de mi cuerpo. Es como si estuviese en México sin mi pierna derecha y veo bastante complicado volver a ver a mi perra”. —Gabriela, 30
Tuve que darle mi perro a mi ex novio y ahora que está con otra pareja es horrible
“No quise darlo en adopción. Necesitaba que mi perro estuviese con alguien de confianza. Que conociera. Y pues no encontré otra persona que se encargara de él que mi ex. Mi perro (o ex perro) se llama Jazz. Terminé con mi ex en buenos términos. Él no tenía planes de emigrar aún y pues me ofrecieron un trabajo imposible de negar. Me mudé a Miami hace dos años y como a los dos o tres meses mi ex y yo terminamos oficialmente nuestra relación. Es imposible tener una relación a distancia y fuimos sinceros: ya los dos estábamos viendo a otras personas. Jazz siempre amó a mi ex y pues yo no tenía problema con eso. Pero ahora ver sus historias de Instagram con su nueva pareja y que realmente la estén pasando bien con Jazz es horrible y no sé si me arrepiento. Como que la única persona que desapareció de esa relación fui yo”. —Israel, 31