Uno de cada cinco jóvenes en América Latina no estudia ni trabaja: 21.8 millones en total. De los que trabajan, la mitad carece de un contrato escrito y únicamente el 48 por ciento tiene un empleo formal (frente al 61% de los adultos), según un informe reciente de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), intitulado Trabajo Decente y Juventud en América Latina. 2013.
La realidad de los jóvenes latinoamericanos, después de una década de alto crecimiento económico, deja mucho que desear.
Entre 2005 y 2011, el desempleo de los jóvenes de 15 a 24 años apenas se redujo de 16.4% a 13.9%; sin embargo esto todavía representa el doble de la tasa general y el triple de la de los adultos, sostiene el informe. Entre los sectores más pobres el desempleo alcanza a uno de cada cuatro jóvenes.
“Estamos frente a un panorama complejo: tenemos la generación de jóvenes mejor educada que haya existido, con un mejor manejo de las nuevas tecnologías y una mayor adaptabilidad en comparación con los adultos, pero hay una serie de obstáculos que impiden aprovechar este potencial. La falta de oportunidades de trabajo decente causa desaliento y frustración en estas nuevas generaciones de trabajadores, lo cual contribuye a generar cuestionamientos a las instituciones que incluso repercuten sobre la gobernabilidad. Otros se recluyen en la inactividad, sin estudiar ni trabajar”, afirma la OIT.
Y en México, ¿cómo andamos? La situación de los jóvenes de este país es peor que el promedio de América Latina.
Aparecemos con el mayor grado de deserción en secundaria, en los últimos lugares en cuanto a la matrícula universitaria, quinto lugar con más jóvenes que ni estudian ni trabajan, solamente por detrás de Honduras, Guatemala, El Salvador y Colombia. En México el 21.9 por ciento de los jóvenes entre 15 y 24 años están fuera del sistema escolar y del mercado de trabajo.
Por si esto fuera poco, prácticamente dos tercios de los jóvenes que trabajan se encuentran en la informalidad: más de diez puntos porcentuales por encima del promedio latinoamericano.
¿Cuál va a ser su futuro? Les va a resultar prácticamente imposible formar un hogar y una familia. Impensable insertarse de forma adecuada en el mercado de trabajo y labrarse una carrera profesional. De una pensión para la vejez, ya mejor ni hablamos. Se está condenando a gran parte de la población a un futuro (y a un presente) de pobreza y privaciones. Con todos los efectos sociales y económicos que ello implica.
La lección debería ser clara. Si después de más de diez años de alto crecimiento económico en la región (aunque no fue el caso de México), la situación de la juventud continúa siendo tan precaria, y la mayoría está a un paso de la exclusión social; entonces debería resultarnos obvio que simplemente fomentar el crecimiento no es suficiente.
Necesitamos, de forma urgente, políticas públicas para atender esta problemática. En ello nos jugamos la viabilidad de nuestra región y de nuestras sociedades.
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