La mano de Dios cuestiona con una sutileza atroz el papel del futbol dentro de una familia promedio, obligada a seguir a las figuras deportistas como semidioses que habrán de gobernar, incluso, sobre las pasiones de cada individuo.
Ciudad de México, 17 de enero (SinEmbargo).– ¿Qué tanto influye la enajenación por el futbol a una familia?
¿Qué tanto afecta en la comunicación?
¿Hasta qué punto una pasión es capaz de anular otros factores muy importantes de la vida diaria?
Fue la mano de Dios, el último filme del italiano Paolo Sorrentino, que sigue una tendencia autobiográfica, en la que incurren muchos cineastas cuando creen oportuno hablar de su desarrollo, cuando cierto éxito han alcanzado.
Presenciamos la vida de un adolescente de una familia “cotidiana”, caracterizada por determinadas excentricidades. En los años ochenta, en la ciudad de Nápoles, Fabietto Schisa es un joven sin criterio, cuya vida gira en dos ejes, todos ellos mediados por su interacción familiar: el futbol y el cine.
Sin embargo, una tragedia define cuál será el pedregoso camino que habrá de seguir durante el resto de su vida, orientado por una fuerza involuntaria a elegir entre sus pasiones.
Si bien no es la película más brillante de Paolo Sorrentino, calificada estrictamente por su fuerza biográfica, es cierto que plantea otros factores que, en segundo plano, son de igual o mayor importancia, como la enajenación por el balompié.
La mano de Dios cuestiona con una sutileza atroz el papel del futbol dentro de una familia promedio, obligada a seguir a las figuras deportistas como semidioses que habrán de gobernar, incluso, sobre las pasiones de cada individuo.
Maradona figura, como señala el título, como un dios que fue enviado a tierras italianas a iluminar sobre la forma en que debe jugarse este deporte, visto en un contexto donde el ídolo argentino lucía, en todo el rigor de la palabra, como un enviado del cielo.
De esa forma, la familia de Fabietto, el protagonista, rige su cotidianidad conforme a la expectativa que el astro deportivo causa. Hay momentos de absoluto fanatismo, donde un tío incluso anticipa que Maradona le ha salvado la vida a Fabietto, simplemente por haber ido a un partido del Napoles.
Se nos muestra lo que las personas ignoran de sus acciones, la frustración de las mujeres que se ven obligadas a resistir las conversaciones familiares sobre un deporte que poco aporta a sus vidas.
Tal vez la escena más clara de esto es aquella donde uno de los familiares es detenido por la policía, sin que al resto de la familia le importe porque, justo en ese momento, Maradona debuta en el futbol italiano.
Y qué decir de la pelea que ocurre minutos después entre las tías —la mayoría de ellas sin criterio y con un temperamento gobernado por cualquier rumor—, que sucede mientras, al fondo, el partido sigue en el televisor.
Se ejecuta un sentido crítico, bastante juicioso, sobre el papel que toma el deporte dentro de las personas que tienen bajas expectativas. Fabietto habrá de ser el único con miras hacia un futuro más prometedor, obligado a decidir entre la tradición familiar o sus nacientes deseos.
Como parte de un intento por reflejar a una realidad bastante común, el cineasta Paolo Sorrentino opta por hacer que sus personajes, sus actores, luzcan de la manera más convencional. No son actores destacados físicamente. Son personas simples, con calvicie, gordura, estrías, sin una sonrisa bonita. Son familias más reales.
Si bien cada uno de estos personajes goza de una personalidad ligeramente distinguida, para nada se desmarca de la realidad de los cuerpos presentados, alejándose bastante de la tradición por demostrar figuras visualmente agradables.
También están las reminiscencias de Paolo Sorrentino hacia Federico Fellini, uno de los más grandes cineastas, y su ídolo, así como ligeras lecciones sobre cómo hacer cine. Sin embargo, estos más bien forman parte de un esnobismo, enfocado a quienes conocen del séptimo arte.
Lo fuerte, es la decisión entre luchar por construir fantasías propias (el cine), o ser un espectador que no es dueño de su destino, como habría de considerar el sociólogo Guy Deboard.
La enseñanza de Fue la mano de Dios es que el culto hacia los ídolos deportivos es algo que ocurre en Italia, en Brasil y en México, con toda la ceguera que ello implica. Habremos de mirarnos en el espejo u notar qué tanto el balompié gobierna a nuestro entorno, a nosotros. La película está en Netflix.