El cineasta y periodista Alejandro Cárdenas entrevista para su flamante revista de periodismo narrativo El Otro, al reciente ganador del premio de Periodismo Diario Madrid, en su XIV edición, como representante de la mejor literatura. Aquí, el resultado de una conversación imperdible, donde entre otras cosas Villoro diagnostica a México como “enfermo de terapia intensiva”
Por Alejandro Cárdenas
Ciudad de México, 23 de abril (SinEmbargo).- El escritor y periodista mexicano Juan Villoro fue galardonado recientemente con el premio de Periodismo Diario Madrid, en su XIV edición, como representante de la mejor literatura.
El jurado destacó que en su obra “se ensamblan las mejores notas de cultura europea y americana” y expresó su deseo de que la concesión de este premio, dotado con 12 mil euros y un motivo artístico del escultor Julio López Hernández , contribuya a fomentar la amistad y el entendimiento hispano-mexicano que honra Villoro.
Se trata de otro premio importante para uno de los más notables representantes de la literatura mexicana contemporánea.
Recientemente, Villoro, autor de El testigo y Dios es redondo, entre muchos otros títulos correspondientes a una obra vasta y variada, fue entrevistado por el cineasta y periodista Alejandro Cárdenas –director del documental Oasis, sobre la condición de transgénero y enfermo de VIH en el mundo maya- para la flamante revista de periodismo narrativo El Otro (www.elotro.com.mx).
El resultado es una conversación imperdible que publicamos por cortesía de su autor.
–En “El Otro”, cuento de Jorge Luis Borges, el autor se encuentra con sí mismo siendo mucho más joven. Siguiendo este puente, ¿qué le diría Juan Villoro al Villoro de La Noche Navegable de 1980?
–Bueno, primero que nada le diría que no tenga prisa. Creo que una de las características esenciales de la juventud es el deseo de velocidad, de llegar a la vida adulta lo antes posible y tratar de encontrar allí un sitio. Los jóvenes, en general, hemos sido precipitados. Esto se enfatizó en mi caso porque la generación inmediatamente anterior a la mía, que fue la generación de José Agustín y otros escritores, había sido naturalmente precoz y además estaba de moda la cultura juvenil: José Agustín comienza publicando en los ‘60, justo cuando la juventud cambia de registro, tiene una voz propia, la literatura empieza a incorporar expresiones coloquiales, la mirada de los protagonistas es una mirada adolescente y ser joven se convierte en una categoría cultural dejando de ser una categoría biológica. Todo el movimiento del rock y la contracultura de los ‘60 pone en escena a la juventud. Entonces, vengo inmediatamente después que esta generación y desde muy chavo me doy cuenta de que se puede ser escritor a los 22 años, como lo era José Agustín, y, además, hay una cierta moda que permite esto: se crean becas para jóvenes, editoriales para jóvenes… La Editorial Joaquín Mortiz, que era la mejor editora de literatura en aquella época, empieza a aceptar manuscritos de gente joven y publico mi primer libro a los 24 años. Entonces todo el clima apuntaba a la velocidad y a tratar de expresarte lo antes posible.
Bob Dylan había dicho que no había que confiar en alguien que tuviera más de 30 años. Cuando cumplí 30 años me di cuenta que tenía razón porque me sentí un viejo decrépito. Nunca he sido más viejo que a los 30 años porque si la edad es algo mental, ahí fue cuando sentí que realmente había dado el viejazo, justamente por lo que vengo diciendo: porque había una cultura de la juventud muy extrema de la que yo formaba parte y con la que me quería identificar. Mis cuentos de La Noche Navegable son de gente joven que está descubriendo los protocolos del mundo, la manera de comportarse, muchas veces está desorientada pero confiando con enorme romanticismo en encontrar una salida y una solución. Entonces yo, a los 60 años, le diría a este joven: “No tengas prisa, hay tiempo para todo”. Pero eso sólo lo sabes, y es una paradoja, cuando ese tiempo ya pasó.
–Y si llegara del otro lado de la banca, ¿qué le diría al Villoro veinte años más viejo?
–¡Uy! Primero le preguntaría si todavía vale la pena seguir vivo. Creo que la vejez es una edad que puede ser maravillosa respecto a la sabiduría y, también, te da el beneficio incomparable de poder cruzar muchas edades. Creo que una de las grandes riquezas de la vida es ir aumentando edades sin perder ninguna. O sea: una persona de 80, si es suficientemente sabia, no deja de ser el niño que fue a los 5 años, el adolescente de 16, el joven de 24, el hombre maduro de 40, etc. Entonces, espero a los 80 años poder tener una mayor acumulación de edades, pero pues esto nadie lo sabe, nadie tiene el futuro comprado, entonces mi primera sorpresa será seguir vivo.
–George Christoph Lichtenberg y el paso del tiempo; siendo usted lector y traductor de su obra, ¿piensa como él que los terruños también envejecen?, ¿México vendría a ser un anciano achacoso?
–¡Uy!, (piensa)… yo no quisiera ser crítico con ninguna edad. A México lo imagino más bien como a un paciente de terapia intensiva, no necesariamente de una edad específica; puede ser un niño, puede ser un adulto pero lo importante es que está muy necesitado de alivios. Lo veo así: como un paciente de terapia intensiva con un muy mal pronóstico de salir adelante.
–Prácticamente estamos en…
–…pues estamos en un país que te preguntas si vale la pena que exista. Tan desastrosa es la situación. Es muy difícil ahora concebir una esperanza más o menos tangible, que nos parezca realizable. Me parece que una de las peores crisis que puede tener un país es no solamente la de estar mal, sino la de perder expectativas de cambio. Porque ha habido momentos muy difíciles en México que, sin embargo, han tenido como complemento aventuras sociales importantes. Movimientos como el cardenismo en los años ochenta y la posible victoria de Cuauhtémoc Cárdenas en el 88, el movimiento zapatista del 94 y aunque el zapatismo sigue siendo un ideal muy válido en la zona donde están reinventando la vida diaria, hoy no vemos, a nivel nacional, grandes aventuras de transformación. Entonces tenemos una sociedad corrupta, impune, desigual, donde la mayoría de la gente vive en pobreza, y, al mismo tiempo, es difícil encontrar una ventana de esperanza en un partido político, en una opción ya constituida, entonces, en ese sentido, este enfermo de terapia intensiva no encuentra un doctor que diga ‘aquí está el remedio’; es más, ni siquiera tiene la posibilidad de decir ‘hay un tratamiento que me va a sacar de aquí’. Es una situación que parece terminal… pero bueno, la esperanza es lo último que se pierde y ojalá seamos capaces de fraguar alguna opción de cambio.
LA REALIDAD ME JALA PARA MUCHOS LADOS A LA VEZ
–Parecería que su fórmula para no envejecer, el método de renovación continua tiene que ver con cruzar del ensayo a la crónica, del cuento al teatro, de una novela a un articulo de opinión…
–Pues sí, fíjate. Por una lado me da pavor la repetición, me parece un infierno tremendo. Creo que una manera de tratar de ponerme a salvo es cambiar mucho de género, porque si tú escribes un cuento para niños y luego escribes un ensayo sobre Cervantes y luego te metes en una obra de teatro, es muy difícil que con el impulso adquirido de cada una de estas obras, te adentres en la siguiente. Es como si estuvieras haciendo una receta: si sólo haces pasteles, es mucho más probable que el siguiente pastel se parezca al anterior. En cambio, si terminas de hacer un pastel y luego te lanzas a hacer un estofado, pues ya los ingredientes son tan diferentes que, aunque seas el mismo tipo de cocinero, ‘algo’ tiene que cambiar, forzosamente. Eso me pasa a mí. Pero también creo que tiene que ver con algo irremediable -no sé si es un problema o no-, una incapacidad psicológica de dedicarme sólo a una cosa y ver una cosa de una sola manera. Tengo una atención muy dispersa. Me gustan muchas cosas al mismo tiempo. Empiezo a leer algo y sigo leyendo por otro lado. No sé si esto sea una patología, una forma demasiado confundida de relacionarme con el mundo, pero me cuesta mucho trabajo quedarme en lo mismo mucho tiempo. Me intereso muy rápido y también me aburro muy rápido y esto hace que de pronto sienta que si ya estoy escribiendo historias de ficción, vale mucho la pena meterme en historias de no ficción y, así; la realidad me jala para muchos lados a la vez.
Tampoco veo que esto sea tan raro, porque finalmente lo único que hago es escribir en distintos formatos de prosa y con distintos recursos, pero no salgo del mismo medio. Como un sastre que hace un chaleco, un pantalón, un traje de gala, un uniforme, una bata para un médico… cosas diferentes, pero siempre está trabajando con telas, con costura, con lo mismo. Sería para mí imposible asumir la versatilidad de personas que hacen cine, pintan, escriben… en fin, tienen un talento renacentista del que yo carezco.
–Cada día se lee menos. La TV y la Internet abarcan todo: ¿se perderá el gusto por un viejo libro?
–Estamos en una fase iniciática, tanto que aún no sabemos muy bien a dónde nos va a llevar la realidad virtual. Me parece muy útil que exista el libro electrónico, pero prefiero el de papel por muchas ventajas: una relación atávica con el material, un gusto táctil por las hojas, el olor de la tinta. Creo que es complementario y muy necesario que existan libros recargables que te ahorran espacio y evitan que se gaste tanto papel y, además, que los libros de consulta estén allí un rato y luego los puedas borrar… en fin, hay muchas maniobras que te permite el libro electrónico que son muy útiles y que se complementan bien con el libro el papel, aunque cumplen funciones diferentes. Más complicado es el universo de Internet, las redes sociales, todo eso es ya una manera de comunicarnos que sí está alterando mucho los hábitos contemporáneos. Ahí sí y veo cambios muy fuertes. El libro electrónico no creo que haya cambiado demasiado nuestra relación con la literatura, pero las redes sociales sí están cambiando toda la cultura de la letra, la forma como nos comunicamos, nos informamos, nos odiamos, nos amamos… estamos aprendiendo nuevos lenguajes. Parte interesante de las redes sociales es que los movimientos sociales tienen hoy un poder de convocatoria del que antes carecían… Es interesante.
Todavía no los podemos medir porque han surgido fenómenos como los robots, los famosos bots, que son falsas opiniones públicas que están en la red y que pueden distorsionar la imagen de lo que hay en la propia red. Por otro lado, los movimientos sociales son muy activos si el tema es de denuncia, de condena o de indignación y son poco activos si el tema es de recapacitación o de, digamos, reconsideración de un situación que forma parte de la escena política. Esto tiene que ver con movimientos psicológicos distintos y cómo la comunicación en redes prácticamente es una extensión neurológica de nosotros: en ocasiones tu mandas un tuit y cuando piensas en lo que mandaste, ya está del otro lado de la red, y, claro, aunque tú lo borres, alguien ya lo captó y ello significa que el mensaje ya no desaparece. Esto puede significar problemas para mucha gente: recientemente un Concejal de Cultura en España tuvo que renunciar porque, pues un poco en juego, o por borrachera, o por impulsividad, había mandado unos mensajes antisemitas en algún momento y ello lo condenó. Entonces, digamos que el derecho a cometer errores se está volviendo cada vez más estrecho, cada es más difícil no estar en el ojo público.
–¿Atestiguamos la época de La Revolución del me gusta?
–Sí, uno de los muchísimos problemas que tiene la realidad virtual es que la confundes con el mundo de los hechos. Hay casos patológicos. En Japón se habla de los hikikomoris, autistas electrónicos, chavos que se encierran a vivir exclusivamente ante la pantalla y creen que ésa es la realidad. Son ya incapaces de realizar las tareas cotidianas más comunes. Vi un campamento de hikikomoris en Corea, en un parque donde los estaban adiestrando para entrar de nuevo a la sociedad y les enseñaban tareas tan comunes como untar un pan tostado con mermelada, atarse los zapatos… cosas muy básicas pero que ellos ya no hacían porque estaban en un mundo sustraído de la realidad.
Entonces, como bien dices, el actuar por Internet puede muchas veces hacernos pensar que ya actuamos en el mundo de los hechos y no es lo mismo. ¿Hasta dónde, a veces, una repercusión viral va a tener contundencia en la realidad? No lo sabemos. Por ejemplo, es algo que ya se está viendo en las votaciones: de pronto hay un aparente impacto de un candidato en los medios que es muy grande, pero luego, el día de la votación, esto no se manifiesta en las urnas, porque las urnas están en la realidad a la que no todo mundo accede.
–Black Mirror, la serie de Netflix…
–Las máquinas, las redes sociales, la tecnología como compañía del ser humano, pero también como su prótesis. Una dependencia que, cuando el aparato se descompone, nosotros somos los que nos apagamos, no sabemos qué hacer. Muchas veces no tenemos una respuesta personal, pues toda tu memoria, todo tu trabajo está allí. Tu manera de entender el mundo depende de la máquina, vas perdiendo contacto. Por eso creo que es bueno tener una relación primitiva con la tecnología, siempre desconfiar un poco de lo que estás haciendo, no entregarle el mando.
EN MÉXICO TENEMOS UNA IZQUIERDA BUROCRÁTICA
–¿Qué pasa con la izquierda en México?
–Este parecería ser un país modelado para tener una izquierda importante, porque es un país con 60 millones de pobres, 20 de ellos en pobreza extrema, con una desigualdad enorme, donde hay mucha discriminación porque en México, todavía, si a alguien se le dice ‘indio’ pues no es un elogio, sino muchas veces un insulto, un país machista… entonces uno pensaría que un proyecto incluyente, moderno, tolerante y que se apegue a la justicia social, pues podría ser muy atractivo ¿no? Desgraciadamente la izquierda real que tenemos ha dilapidado esta posibilidad, ya sea porque se ha convertido en una izquierda burocrática, como el PRD, o en una izquierda caudillista, como MORENA. Hay virtudes en estos movimientos: creo que los gobiernos en la Ciudad de México han tenido logros importantes y podemos vivir con algunos avances liberales tan significativos como los matrimonios de convivencia, la despenalización del aborto… todo eso es muy importante, pero al mismo tiempo no hemos podido tener, sobre todo a nivel nacional, una izquierda real, autocrítica, honesta, democrática y sobre todo, eficaz. Muchas veces se piensa que la izquierda debe tener un proyecto asistencialista y que lo que hace es expropiar cosas para repartir un dinero que no es suyo.
Esta idea paternalista de la izquierda, esta idea populista, ha encarnado en diversos mandatarios en América Latina y en otros países y es justamente la izquierda que no le hace falta a México. Si recordamos que el triunfo de España como sociedad de clase media, es un triunfo de la izquierda moderna española, creo que es a lo que deberíamos encaminarnos nosotros. La creación de un mercado interno amplísimo de clase media en España, fue una política de izquierda socialdemócrata encabezada por Felipe González; entonces, éste debería ser el objetivo de una izquierda moderna en México… Pero tenemos un país fracturado, en donde una muy pequeña cantidad de gente tiene prácticamente toda la riqueza, mientras la mayoría está desprotegida. El informe de desigualdad que preparó Gerardo Esquivel para Oxfam México arroja unos datos aterradores de cómo el 1% de los millonarios mexicanos maneja una muy buena parte de la riqueza del país. Entonces, ante este tipo de situaciones, urge una izquierda, pero desgraciadamente, si caemos en la cuenta que el PRD gobernaba Guerrero durante el caso de Ayotzinapa y el alcalde de Iguala era del PRD, y el propio partido tardó muchísimo en deslindarse de estos hechos y siguió respaldando a estos barbajanes de la política, pues te queda muy poca esperanza de la política en ese partido.La izquierda está en un estado crítico ahora y habría que buscar otra salida.
–Dentro de esas salidas, ¿algo de los Caracoles zapatistas podría llevarse a nivel nacional?
–Creo que sí, aunque ahora parezca muy utópico. Hay un enorme desgaste en la política de partidos y en la democracia representativa que tenemos nosotros. Ahora que preguntabas de la izquierda, uno de los grandes problemas al respecto es que todos los partidos políticos han entendido que el verdadero negocio para ellos no es la solución de conflictos sino la perpetuación de los mismos. Si tú ves que un problema no desaparece, tienes siempre opciones de hacer alianzas con otro partido, nuevos amarres, pedir presupuestos para solucionar una cosa, lanzar iniciativas que recibirán presupuesto… en fin, el obstáculo político, el problema político se ve como algo con lo que se tiene que vivir para seguir adelante. La mayoría de las cosas en México nunca se acaba de resolver del todo: el problema indígena, el problema de los hidrocarburos, el ecológico… y los partidos van haciendo amarres con suficiente sentido oportunista y rara vez solucionan las cosas. Tenemos una democracia muy cara por la cantidad de recursos que los partidos se asignan a sí mismos, un espléndido negocio para ellos, sin fiscalización posible, los ciudadanos no pueden intervenir, tenemos poder el domingo de la elección, luego lo perdemos porque nuestros representantes hacen más o menos lo que quieren. Entonces, los Caracoles aparecen a partir de la idea que las comunidades indígenas zapatistas tienen del ejercicio del poder como un vínculo muy estrecho entre la comunidad y la sociedad, es decir, entre los valores de la gente que tiene ciertos lazos afectivos y familiares y la manera de trasladar estos valores a la vida en común de las leyes. Esto, a escala pequeña, funciona muy bien y hay muchos expedientes de justicia muy conmovedores de lo que se está haciendo en las Juntas de Buen Gobierno en la zona zapatista. Parecería imposible que una sociedad entera se rigiera por formas tan directas de participación ciudadana y de gobierno. Es posible que no se pudiera replicar, tal cual, la experiencia de cada uno de los Caracoles, pero estoy seguro, absolutamente convencido, de que podríamos encontrar formas de participación ciudadana más directa y para eso necesitamos otras leyes, otro tablero político, otra forma de relación política. En México, un partido político se puede formar cada seis años, hay plazos sexenales para partidos políticos, mientras que, por ejemplo, en España, en cualquier momento del año se puede formar un partido político, los requisitos son muy bajos. Un fenómeno como el de Podemos hubiera sido absolutamente inviable en México, sencillamente porque no hay una legislación que lo permita.
Lo mismo pasa con la impunidad: no hay un encaje legal que permita sancionar abusos y delitos de tráfico de influencias y la confusión entre lo público y lo privado que ha caracterizado a los gobernantes en México. El escándalo de la casa blanca es terrible, pero no hay una manera de fiscalizar en forma independiente eso que sucedió, aunque a la vista de la gente ocurrió algo que apunta a un tráfico de influencias entre el principal consorcio televisivo, una compañía constructora que se ha beneficiado de los proyectos de Peña Nieto, que es HIGA, y el propio Presidente de la República. Necesitamos cambiar esas leyes. Hay un proyecto que encabeza Mauricio Merino y otra gente del CIDE para hacer una Ley Anticorrupción, eso está avanzando por un lado. Hay otros proyectos donde avanzan otras gentes como Jorge G. Castañeda, para flexibilizar las candidaturas independientes, hay muchos movimientos ciudadanos… o sea, hay una conciencia de que se deben hacer cosas, pero tenemos que llegar a esas soluciones ciudadanas y si avanzamos en ese camino vamos a ir encontrando formas mucho más directas de participación política, sin dejarle la política a los políticos profesionales.
Es un escándalo que nuestra democracia cueste tanto, que se dé tanto dinero para las campañas y que no se beneficie en nada a los ciudadanos, ¿por qué? porque los partidos deciden de manera autárquica, ellos están aislados y no hay manera de que los ciudadanos digan: “Perdón, pero ni un peso más para ustedes”.
–Narcos que quieren ser actores. Actores que quieren ser periodistas. Periodistas que son una estrella más del Canal de las Estrellas…
–El tema de la televisión es muy grave. En la novela El Testigo digo, parafraseando a Marx, quien dijo que “la historia ocurre dos veces, primero como tragedia y luego como comedia”, aquí digo que “primero ocurre como tragedia y luego como telenovela”. Realmente tenemos un país que parece regirse por la telenovela, comenzando por el hecho de que nuestra Primera Dama es una actriz de telenovela y porque los montajes televisivos se han convertido en una manera de impartir justicia, si pensamos en García Luna durante el sexenio de Calderón, donde hacía que se actuara la justicia ante las cámaras, como en el caso de Florence Cassez o la liberación de Rubén Omar Romano, entrenador del Cruz Azul… entonces, todas estas cosas nos hablan de una sociedad del espectáculo muy deteriorada, donde los valores tienen que ver más con los mensajes rápidos de la televisión que con la reflexión, el análisis, etcétera.
Tenemos un Presidente que no pudo decir los nombres de tres libros, pero probablemente podría haber dicho los nombres de muchas telenovelas y eso es más grave todavía.
–Escándalo tras escándalo en nuestros noticieros y diarios, analizando las noticias para tapar hoyos…
–Sí, el exceso de información produce corto circuito. Uno no puede asimilar un escándalo cada día, deja de ser escándalo o queda relegado por otro. La situación que estamos viviendo es tan vertiginosa que difícilmente se asimila algo. Hay momentos más graves, por ejemplo el caso de Ayotzinapa, la desaparición de los 43 estudiantes normalistas, creo que sí causó una reacción mucho más fuerte que otras cosas que podrían haber tenido una respuesta equivalente. Y sin embargo, con toda la fuerza que ha tenido esa respuesta, no ha habido una reacción satisfactoria por parte de las autoridades. El Presidente ni siquiera fue a Iguala después de los hechos, no ha habido reparación para los deudos, las investigaciones han sido muy malas, no hay claridad absoluta de lo que sucedió y probablemente los implicados no serán sancionados nunca, entre otras cosas porque muchas pistas apuntan al Ejército y el Ejército no va a ser implicado. Es una situación dramática porque sí articuló a muchas personas lo de Ayotzinapa, en México y en el extranjero, personalidades que no se expresan políticamente lo hicieron: gente del espectáculo, el deporte, la religión, desde muy distintos foros, y yo creo que ahí cristalizó un descontento grande. La gran pregunta es cómo hacemos para que este descontento se convierta constructivamente en un movimiento social que ofrezca una alternativa. Cuando eso cristalice, México podrá transitar a ser otro país. Como decía hace rato, hay iniciativas que están en marcha y que ojalá fructifiquen, pero necesitamos todo un movimiento social, toda una participación amplia para que esto cambie verdaderamente.
–¿Hay espacio para los periodistas de la tentación, esos que describe en su libro ¿Hay vida en la Tierra??
–Los periodistas de la tentación no son, o no somos, necesariamente muy urgentes porque la tentación se puede posponer un poco. Eso depende del talento de los periodistas. México ha tenido muy buenos articulistas, gente como Jorge Ibargüengoitia pudo hacer gran literatura a partir de escenas de la vida diaria. Eso dependerá mucho del talento del periodista. Hoy hay escritores que están en esa línea y no me preocupa la falta de talento. Más preocupante es la supervivencia de los periódicos: amenazados de muerte, gracias a Internet tienen los días contados. Eso es un problema, porque la manera de enterarnos de las cosas en Internet es bastante buena, pero también es una marea de información en la que carecemos de filtros, balances, es muy difícil establecer consensos y tener un verdadero canon de lo que vale la pena en internet y lo que no, y a medida que vayan desapareciendo los periódicos, va a venir esta pulverización de la información que no sabemos muy bien a dónde va a llevar. Hay mucha información y no es tan fácil discernir y asimilar qué es lo que verdaderamente vale la pena.
NO VOLVERÁ UN BOOM LATINOAMERICANO
–¿Volverá a suceder un boom literario latinoamericano?
–No, imposible, por varias razones; primero porque la cultura de la letra no tiene ese peso simbólico que tenía antes. Puede haber más lectores ahora, en cantidad estadística, pero la importancia, la centralidad que tenía la cultura de la letra, ya no la tiene. Luego, fue un momento en que hubo un despunte editorial muy grande, básicamente en Barcelona. Por primera vez, escritores de distintos países de la lengua española formaron parte de una plataforma de circulación muy amplia. Hoy eso es muy difícil. Primero que nada porque entonces había la posibilidad de localizar a unos diez autores representativos de sus países y ahora hay cuatro mil escritores, todo se ha fraccionado muchísimo. Por otra parte, ya no hay un solo polo de lanzamiento de la literatura, como lo fue Barcelona, sino que hay editoriales de todo tipo y en muchos registros. De repente, un bloguero es mucho más importante que alguien que es un premio nacional en determinado país. Otra cosa importantísima para el Boom fue La Habana. Tuvo dos capitales el Boom: en el sentido de la industria editorial fue Barcelona, en la creación de la figura del agente literario, muy importante con Carmen Balcells; toda esta profesionalización, toda esta inserción de escritores de calidad en la gran circulación de libros, pasó por Barcelona. Y luego estaba La Habana, como centro de confluencia política y de discusión de proyectos para toda América Latina; aunque después hubo discrepancias políticas, la mayoría de los autores del Boom se reunió allí con muchos otros autores y se convirtió el lugar en un centro de reinvención de una idea de lo latinoamericano y eso es imposible hoy en día. No hay un país, no hay un movimiento que aglutine a los escritores y, es más, los escritores se han alejado mucho de la participación pública, de la participación social.
El escritor -y esto también es un fenómeno de la globalización- ha tendido a buscar su pequeño nicho individual y a escribir desde allí, más escribir desde un faro solitario que desde una asamblea comunitaria. Y para acabar, todo eso tenía que ver con las grandes pulsiones de cambio de los ‘60; son los años de la contracultura, de la Arcadia socialista que todavía está en boga, la recuperación del campo, las nuevas formas de coexistencia como las comunas, la revolución sexual, las drogas como una apertura cognoscitiva y no como el narcotráfico que hoy padecemos. Las utopías estaban floreciendo; hoy todas se han marchitado. En aquel entonces el escenario era muy diferente. Creo que se puede escribir con mucho gusto y ser muy feliz en el oficio, pero esta idea de que hay un movimiento tan representativo de los escritores no me parece viable y tampoco me parece necesario. Creo que el Boom fue muy mesiánico, entronizó a escritores como si fueran profetas de sus respectivos países. El escritor sabe mucho menos de lo que dice. Maneja una forma de elocuencia, pero no necesariamente tiene una bola de cristal para saber lo que va a pasar y con excesiva frecuencia el escritor es como un oráculo al que se le consulta cosas que no puede decir. Esa figura tan carismática y caudillista del escritor del Boom, bueno, llevó a Mario Vargas Llosa a competir por la presidencia de Perú, a Gabriel García Márquez a estar rodeado de Presidentes, a Carlos Fuentes a celebrar sus 80 años en una mesa donde había más exPresidentes y Presidentes que escritores… en fin, eso yo creo que es una falsa idea de la literatura. Fueron muy buenos escritores pero también se convirtieron en caudillos y esa parte me parece innecesaria.
–Luego uno desde afuera ve a los escritores como que tienen muchos amigos imaginarios…
–(Risas) Depende del escritor, ¿no? Hay escritores totalmente misántropos, que no tienen muchos amigos, escritores muy antipáticos, escritores muy sociables, escritores muy gregarios, hay de todo. Los amigos imaginarios forman parte del oficio. Tú escribes pensando en criaturas que conviven contigo y que muchas veces son más reales que tus parientes, pero que forman parte de una novela que estás escribiendo y de pronto te da una tristeza enorme que uno de ellos se muera o se enferme, aunque tú seas responsable de esa historia, lo sientes como si fuera una fatalidad del destino. Hay siempre un diálogo con seres completamente increíbles que se parecen más o menos a ti o a otras personas pero que para ti tienen una consistencia bastante real.
–Roberto Bolaño era buen cuate tuyo…
–Fuimos muy amigos, sí. Fue una persona extraordinaria. Lo conocí como en 1975, en una premiación de la revista Punto de Partida donde él había obtenido tercer lugar en poesía y yo segundo lugar en cuento y uno de los jurados de cuento era el escritor chileno Poli Délano. Roberto, siendo chileno, conocía a Poli, entonces yo estaba hablando con Poli, porque él era jurado, cuando llegó Roberto y allí nos hicimos amigos. Trabamos una amistad inmediata. Además teníamos un amigo en común: Mario Santiago, el poeta, que aparece en Los Detectives Salvajes como Ulises Lima y que era muy amigo mío porque estaba en mi taller de cuento. Aunque él era poeta, iba al taller a criticar los cuentos y le encantaba hacerlo. Nos hicimos muy amigos, pero luego Roberto se fue a vivir a Europa, acabó viviendo en Blanes, en la Costa Brava y entonces perdimos contacto.
Cuando murió Mario (Santiago) en el 98 Roberto me habló por teléfono y empezamos una nueva amistad a través de llamadas telefónicas. A él le encantaba hablar por teléfono, había tarjetas de descuento que te permitían hacerlo muy barato, yo no lo sabía; pensé que él estaba gastando una fortuna en nuestra amistad y luego me decepcionó saber que todo era muy barato (risas). Él hablaba y hablaba hasta que nos vimos en España en un viaje que hice; luego me fui a vivir a Barcelona y allí nos vimos muchísimo. Era una persona absolutamente carismática. Tú lo veías una vez y no olvidabas. Con un gran sentido del humor. Un carácter muy fuerte. Un sobreviviente natural que padeció la enfermedad, el exilio, la pobreza… y salió adelante en todo. Un enamorado de la literatura, muy seguro de su talento, jamás dudó de que lo que hacía valía la pena. No le interesaban la fama ni el éxito, pero estaba convencido de que lo suyo era muy meritorio y tenía razón. Ahora se burlaría un poco de su éxito porque a él le chocaba la aceptación, y cuando alguno de sus amigos caía en pecado de éxito, de inmediato lo prevenía y le decía: “No, no, pero ya te vas a volver una de esa figuras siniestras, absorbidas por el sistema”. Y ahora la gran paradoja es que él es el escritor más conocido de la lengua española hoy.
–Qué tanto influyó su muerte en esto?
–El mundo ama lo que se le opone. Los grandes rebeldes, los grandes guerrilleros, los músicos, el Club de los 27 que mueren jóvenes, los que se oponen a la vida común, luego acaban siendo asimilados como héroes por una vida común que no les dio buen espacio. Y sí, desde luego, la muerte de Roberto, relativamente joven, a los cincuenta años, la forma de vida que había tenido… todo eso influye a crear un personaje. Yo que lo conocí estoy seguro que cambiaría su fortuna por estar vivo, porque realmente era un hombre que amaba la vida y su obra es un torrente de vitalidad. Parte de lo que cautiva a la gente es que cada uno de sus cuentos parecen experiencias reales, realmente vividas, lo mismo que cada una de sus novelas y eso sólo lo podía hacer alguien con mucho apego a la vida.
Era muy cariñoso, muy generoso, pero podía ser agresivo. Se metió en polémicas que a mí me parecían absurdas contra otros escritores, tenía una idea guerrillera de la literatura. En parte él trataba, a veces de manera infantil, de no ser aceptado por la sociedad: era como ‘el niño travieso’ que llega a una fiesta de etiqueta y se orina en el pastel. Le gustaba hacer esas travesuras… a mí me parecía que a veces ofendía innecesariamente a algunas personas, pero era su carácter. Él tenía ese carácter, digamos, afrentoso, hacia una realidad que le parecía imperfecta, mal hecha, y desde luego que ahora, si estuviera entre nosotros o donde quiera que esté, se reiría mucho de la fama póstuma que ahora tiene, porque siempre fue contra eso.
–¿Cómo ves el mundo de los documentales en México?
–Creo que hay un gran movimiento de documentales en México y América Latina. Nuestra realidad se presta casi como ninguna otra para el documental. A medida que nos vamos encandilando e hipnotizando por la realidad virtual, de pronto tenemos un déficit de realidad. De pronto la gente dice: “bueno, dónde está el mundo de los hechos, donde suceden las cosas… Llevo horas representándome a mí mismo con un alias, con un password en distintos sitios de Internet y dónde está la realidad…” Entonces, de pronto llega alguien que te dice que hay un documental sensacional, sobre distintos temas, y ves Los ladrones Viejos de Everardo González, que a mí me parece extraordinario, ves estas rebanadas de realidad que te da el documental y eso me parece muy significativo. Y bueno… dije América Latina, pero acabo de ver un documental sobre Keith Richards que me pareció buenísimo. Me gustó el de Nina Simone, no tanto el de Amy Winehouse, como el de Kurt Cobain, de los de rock.
–Si hablamos de música, ¿diríamos que el Grunge fue el último moviento sociomusical aglutinador de masas?
–El Hip-Hop también ha movido mucho recientemente. Está la escena tecno también, los DJ’s, pero quizá sí, el Grunge fue el último gran movimiento. Pero volvamos a las redes sociales: ellos todavía pertenecieron a la época de los estudios de grabación, hoy en día se acabaron los estudios de grabación, internet acabó con la industria de la música, hay tres megaconsorcios de música, entonces la circulación de la música está pulverizada. Yo hace poco hice unas declaraciones que le molestaron mucho a algunos rockeros en México, porque yo decía lo mismo que tú estás diciendo con el Grunge: desde Caifanes, Café Tacuba, Molotov, no hay grupos que tengan una repercusión social tan grande como ellos. Allí quedó la declaración, pero el comentario más amplio sería que no hay repercusión así, porque las formas de circulación que tuvieron estos grupos ya no existen. Hoy en día, ¿cómo haces para que un grupo nuevo, aunque sea buenísimo, llegue a Vive Latino? Antes pasaba por el filtro de los discos, las tocadas, la radio… tribunales muy claros del gusto… Bertolt Brecht tiene una expresión que a mí me gusta mucho: ‘los modos de producción de la gloria’, o sea, que también la gloria tiene modos de producción, no solamente lo material. Entonces la crítica, las distintas plataformas, la forma de circulación de los productos culturales, los festivales… todo eso forma parte de los modos de producción de la gloria. Entonces, tú antes tenías el circuito lógico de las disqueras, las giras, la radio, lo que fue MTV, MTV latino… entonces, si tú ves la ascensión de Nirvana, ellos, sin proponérselo -porque detestaban tanto la fama como Roberto Bolaño-, llega un momento que, en el pináculo de su fama, dejan de tocar porque dicen ‘¡Dios mío, ¿a dónde hemos llegado? Esto ya es antinatural, no estamos siendo nosotros’… Ellos eran una banda prácticamente de garaje con un talento prodigioso que conectó con la gente y pudo llegar al margen de sí misma. Hoy en día, aunque una banda quisiera llegar y cumpliera con todo tipo de protocolos, pues es difícil porque se ha pulverizado la forma de producción de la música, hay mucha más oferta y es difícil conectar, pero bueno, a lo mejor pronto empezaremos a encontrar nuevas formas tribales de circulación de la música, porque ésta sí requiere de una tribu que la represente.
–¿Si jugara el Necaxa contra el Barcelona a quién le va Juan Villoro?
–No, pos le voy al Necaxa por masoquista porque imagínate tú, un equipo está en el cielo y el otro en el infierno. Naturalmente, el Necaxa está cerca de mí porque es el equipo de mi infancia… también el Barcelona, pero el Barcelona fantasmagóricamente porque mi papá nació allí, me regaló un llavero y me hablaba del Barcelona, vimos al Barcelona cuando vino a México en el 69, cuando no había la inmediatez que ahora te trae la televisión satelital.