Treinta años después de la evacuación de sus 50 mil habitantes, Pripiat es una ciudad fantasma, donde grandes bloques de viviendas se yerguen vacíos y sus escuelas, tiendas, cafés y centros de ocio se han convertido en recuerdos siniestros de lo que fueron.
Por Virginia Hebrero
Pripiat (Ucrania), 5 abr (EFE).- Situada a 3 kilómetros de la central atómica de era una moderna ciudad soviética que atraía a familias jóvenes de todo el país hasta que el 26 de abril de 1986 el peor accidente nuclear de la historia la congeló para siempre.
Una señal con el temible símbolo del trébol radiactivo plantada a la entrada indica que se trata de una zona contaminada por la masiva emisión de radiactividad, de 50 millones de curies, causada por la explosión del reactor número 4 de la planta.
Treinta años después de la evacuación de sus 50 mil habitantes, Pripiat es una ciudad fantasma, donde grandes bloques de viviendas se yerguen vacíos y sus escuelas, tiendas, cafés y centros de ocio se han convertido en recuerdos siniestros de lo que fueron.
El parque de atracciones que debía ser inaugurado unos días después del accidente, para las fiestas del 1 de mayo, es ahora el principal símbolo del abandono, con su fantasmagórica noria suspendida en el aire y en el tiempo.
"No se pueden imaginar, era preciosa, era la ciudad de las rosas, de la alegría, de los amigos, todo brillaba, había muchos jóvenes, la población tenía una edad media de 26 años", cuenta a Efe Liudmila Bieloucraínskaya, una empleada de la central de Chernóbil que fue evacuada, como todos sus vecinos, un día después de la catástrofe.
Una gran estela de piedra con el nombre de Pripiat y el año 1970 recuerda cuando se fundó para acoger a los trabajadores de la central y sus familias, a 120 kilómetros de Kiev, la capital ucraniana, y a 16 de la frontera con Bielorrusia.
Un puesto de control militar da acceso -previo permiso de las autoridades ucranianas- a la mayor ciudad dentro de la "zona de exclusión" de 30 kilómetros establecida en torno a la central.
En los alrededores de la plaza central, de dimensiones gigantes al estilo soviético, puede verse lo que fue un moderno supermercado, convertido en un amasijo de chatarra y carritos oxidados, una tienda de muebles donde se acumulan escombros, maderas y cristales, o enormes edificios abandonados donde aun se lee "Restaurante" u "Hotel".
Avanzando por sus avenidas cubiertas de vegetación, se descubre un estadio de fútbol que iba a ser inaugurado pocos días después, un centro deportivo con canchas y una piscina de competición, y lo que fue el encantador puerto fluvial con su club y su cafetería: todo abandonado y congelado en el tiempo.
El interior de una escuela muestra uno de los escenarios más siniestros, con pasillos semiderruidos, aulas destrozadas, pupitres rotos y amontonados, carteles del realismo soviético por los suelos y libros y cuadernos con caligrafía infantil abiertos.
Una muñeca rota sobre una montaña de máscaras antigás de las que se usaban para ejercicios de defensa civil añade dramatismo a la imagen.
"Había 19 bloques de residencias estudiantiles. Llegaban trabajadores de la central, obreros, los pisos los entregaban rápidamente -algo que no ocurría fácilmente en la mayor parte de las ciudades de la Unión Soviética-, y la ciudad florecía", recuerda con nostalgia Liudmila.
Todo cambió con la explosión del reactor número 4 de la central en la madrugada del sábado 26 de abril. Después de todo un día sin advertir a la población acerca del peligro, el domingo 27 comenzó a organizarse la evacuación.
Pasado el mediodía, un corto mensaje difundido por radio comunicó a los 50.000 habitantes que se había producido una "situación insatisfactoria de radiación" y que debían ser evacuados por tres días, para lo que se enviaron miles de autobuses, cientos de camiones y otros vehículos.
"Nos dijeron que cogiéramos solo el pasaporte y algo de comida para tres días, sobre todo si había niños pequeños. Yo cogí todos los documentos y también algunas fotografías, pero no nos permitieron llevarnos nada más porque todo estaba contaminado", señala.
Recuerda a sus padres "a los les daba lástima dejar la alfombra, el abrigo de piel... No entendían que no se podía".
"Y nos fuimos, supuestamente para tres días, y resultó que era para siempre. Nunca voy a olvidar ese momento, nunca. Estos 30 años no he dejado de acordarme, y no lo olvidará toda mi generación, todos aquellos que en ese momento fuimos arrancados de la ciudad de Pripiat", asegura.