La actualidad de una música que no rinde tributo a la nostalgia hizo del tiempo un mero pretexto para compartir la ilusión de lo eterno, de eso inasible y blindado que trasciende los límites de una dimensión lógica y terrena
Ciudad de México, 18 de marzo (SinEmbargo).- Si en el Foro Sol, esta noche fresca, de aire contaminado y cervezas a 100 pesos el vaso, de operativos policiales para frenar la piratería en torno a un merchandising variopinto que en la versión oficial ofrece playeras a 500 varos, hubiera bajado un extraterrestre, nada de lo que uno podría decir o pretendiera saber de los Rolling Stones tendría sentido.
Ritmos casi rudimentarios, movimientos contagiosos, un escenario monumental destinado a provocar todos los sentidos posibles y los imposibles también, cobrarían la forma de lo virginal en un ser que no supiera que esos cuatro tipos flacos, de piernas largas y que cultivan lo cool como un paradigma cuasi filosófico, suman 280 años de vida. Y eso es lo que los hace tan grandiosos: tienen un pasado inconmensurable, pero se definen por su presente de esplendor.
El tema es que sabemos o pretendemos saber mucho de sus Majestades Satánicas y la reunión de 60 mil almas a la espera de la legendaria banda británica condensa ansiedades múltiples, emociones que tienen una historia de cinco décadas y que buscan actualizarse con el segundo de los dos shows que Mick Jagger, Keith Richards, Ron Wood y Charlie Wats, más los músicos acompañantes, ofrecieron en la Ciudad de México.
En el marco de la gira denominada América Latina Olé Tour, a las 21:20 horas inició la fiesta Stone, luego de un prolijo concierto de Little Jesus y sus canciones un tanto melosas y evocadoras.
Jagger, vestido de negro y rojo llenó de punta a punta el escenario: sus movimientos son de otra galaxia, su voz está mejor que nunca y encima ha ensayado unas cuantas frases en español con las que a apenas unos minutos de iniciado el concierto el público se rindiera a sus pies, irremediablemente.
Dice que la ha pasado bien en México, que ha comido chapulines, que ha probado los gusanos de maguey y que todo es muy chingón.
“It’s only rock and roll (but I like it)”, “Out of control” y “Let's Spend The Night Together' “, que fue la canción más votada por los fans en redes sociales, fueron dosificando la euforia hasta que llegó una impresionante interpretación de “Angie”, dedicada en español “a las mujeres mexicanas románticas”.
Tras la presentación uno a uno de los músicos por parte de un Jagger generoso y que maneja los hilos del espectáculo sin dejar un cabo suelto y con una maestría rayana en la perfección, llegó el protagonismo para Keith Richards: camisas varias que se fue cambiando en una seguidilla de vértigo y un pañuelo con los colores rasta en la frente, para tocar “You got the silver” y “Happy”, junto a Ron Wood y Charlie Watts.
“Miss you” alcanzó ribetes casi místicos cuando Mick Jagger exhortó al público a cantar con él. “Gimme shelter“, “Jumping Jack flash“, Sympathy por the devil” y “Brown sugar” sellaron el pacto con el futuro al que rinden culto cada vez que se presentan en un escenario.
“You can’t always get what you want” y “Satisfaction” demostraron una vez más que si fueras un extraterrestre que hubiera caído por casualidad en el Foro Sol y nadie te hubiera contado la historia de estos cuatro septuagenarios que inventaron algo que se llama rock, rock Stone, te sentirías afortunado por poder disfrutar de una música en tiempo presente, tan actual y moderna como si hubiera sido escrita hace unas horas.
El 25 de marzo los Rolling Stones llegan a Cuba, para dar un show en La Habana, en esa Cuba cuya Revolución tiene la edad de la banda y a la que regalarán su rock básico, deudor del blues estadounidense y una alquimia que supera los límites del tiempo porque, hay que decirlo, ellos son el tiempo, ellos son la raíz.